Por Robinson Silva Hidalgo
Esta semana, entre farándula política y noticias estridentes de todo tipo, se produjo una interesante definición en la comisión de Reglamento de la Convención Constitucional, siendo tan sólo una propuesta de redacción de un primer artículo, éste define que "La Convención Constitucional es una asamblea representativa, paritaria y plurinacional, de carácter autónomo, convocada por los pueblos de Chile para ejercer el poder constituyente. La Convención reconoce que la soberanía reside en los pueblos y que está mandatada a redactar una propuesta de nueva Constitución, que será sometida a un plebiscito constitucional".
Sobre este primer producto de la Convención podemos hacer el primer análisis, que destacó desde las cuestiones novedosas que propone: el carácter soberano de los pueblos y su carácter autónomo. Si esta propuesta prospera significa que la Convención entra en un camino propicio para recuperar el camino perdido en 200 años. Los pueblos recuperarían el poder para acordar la forma política que mejor les parezca. Pero esto llega tarde, lo sabemos, aunque no deje de incomodar al sistema político instituido en los últimos siglos.
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Ahora bien, tarde vamos para esta discusión propia de los Estados liberales, tal vez hablar de soberanía a estas alturas queda a trasmano cuando la democracia liberal en su conjunto se encuentra cuestionada, al ser incapaz de hacerse cargo de la pobreza, el desastre ambiental y el patriarcado. La soberanía, entonces, ya más que residir en alguna parte, pueda ejercerse directamente por los grupos que desafíen al poder instituido.
Desde que los revolucionarios rusos asaltaron los palacios zaristas estas soberanías fueron una acción política material, no una representación manifestada en las instituciones, de esta manera, la soberanía no puede estar ajena al poder ejercido y, en eso, tales cuestiones las hemos vivido históricamente en Chile: en la marcha obrera de inicios del Siglo XX, en la toma de fundos de los setenta, en la protesta popular contra la dictadura y en la revuelta de nuestros días. De esta forma, cómo concebir la soberanía residiendo, dormida e instalada y no cómo un movimiento que crea poder.
Por otra parte, la soberanía se asocia también a la autonomía en la propuesta de la comisión, a ese supuesto alejamiento del poder que hace que la constituyente se vea como una luz redentora del demonio neoliberal, esto no puede ser visto así, desde el momento en que el sistema político dio vida a la Convención, las instituciones forman parte de ella, están no sólo sus partidos, están los sujetos que son Chile, los invisibilizados por cierto, pero también los de siempre, entonces, la autonomía es una declaración, otra vuelta del lenguaje que no se condice con la realidad.
Finalmente, la exclusión del exedecán de Pinochet y senador UDI, Jorge Arancibia, de las audiencias de la comisión de derechos humanos es el ejemplo de todo aquello, la nueva constitución seguramente se pondrá al día con los conceptos de la democracia liberal, pero no será autónomo su ejercicio. Arancibia seguirá en la comisión, el negacionismo no se destierra de la más democrática de las instituciones chilenas, la convención avanzará, por lo que vemos hasta ahora, pero no en los términos de la soberanía popular sino en el autonomismo institucional liberal.