Al calor de los atentados del 11-S y en vísperas de la invasión de Irak, Al-Gadhafi decidió recorrer en sentido contrario el camino que llevó a Saddam Hussein de ser un aliado estratégico de Occidente (contra el enemigo común iraní) a convertirse en una de sus bestias negras, que acabaría colgada de una soga tras la ocupación del país mesopotámico.
Utilizando como palanca las ingentes reservas petrolíferas y gaseras del país, Al-Gadhafi se hizo perdonar sus «pecados» y se convirtió en un aliado inexcusable para impedir el éxodo a Europa de emigrantes subsaharianos y para convertirse en un bastión contra el islamismo armado, entonces al alza en el Magreb, incluida en la propia Libia.
Pero la revuelta árabe es ahora y a Europa y EEUU les toca desandar lo andado y hacer frente a una situación que ha partido en dos el país libio y que dibuja un escenario peligroso de una guerra civil si el régimen no da su brazo a torcer o si no hay un golpe de Estado que acabe con los 41 años de mandato de Al-Gadhafi. En el peor de los escenarios para Occidente, podríamos asistir al primer triunfo islamista en las rebeliones en curso en el norte de África y Oriente Medio.
Ello explicaría el silencio estos días del presidente de EEUU, Barack Obama, con respecto al dossier libio, en contraste con sus más rápidos reflejos en torno a los sucesos que provocaron la caída de los dictadores tunecino y egipcio. Ayer compareció por fin Obama para limitarse a calificar de «inaceptables» la brutal represión y el derramamiento de sangre, sostener que sus responsables deberán rendir cuentas e instar a la comunidad internacional a responder con «una sola voz».
Todos dan por hecho que el escenario libio está lleno de peligros. Italia ya ha certificado que la región oriental, la Cirenaica, ha escapado al control del régimen. Corresponsales de AFP constataron, sobre el terreno, que la rebelión parecía controlar toda la costa oriental, desde la frontera egipcia hasta Ajdabiya, incluyendo Tobruk y Benghazi. Soldados confraternizaban con los opositores.
En el interior, en las zonas de los grandes yacimientos petrolíferos, todo apuntaba a una pugna feroz. El régimen insistía en que tenía la zona bajo control, aunque otras noticias anunciaban deserciones en el Ejército. El diario libio «Quryna» informó de que un caza se estrelló ayer en la región de Benghazi después de que sus dos pilotos saltaran en paracaídas por negarse a bombardear.
El fantasma islamista
Los habitantes de esta ciudad, la segunda más importante de Libia situada a 1.200 kilómetros de Trípoli, habrían creado «comités populares» para recuperar las armas robadas en los últimos asaltos contra las fuerzas de seguridad, informó ayer el mismo diario, que ha cambiado en los últimos días de bando y línea editorial. La sede de este nuevo poder estaría en la mezquita Saad Ben Zeid,
El responsable de relaciones generales del Ministerio de Interior libio, Naji Abu Hrus, ádvirtió, por su parte, de que en Derna y Al-Baida se había proclamado la creación de «un emirato islámico», con lo que reforzaría la tesis de que el islamismo controla buena parte del movimiento de rebelión. El viceministro de Exteriores, Jaled Kaim, fue más allá y atribuyó el liderazgo del «emirato» a Abdelkarim Al-Hasadi, un antiguo detenido en Guantánamo al que no dudó en situar a las órdenes de Al-Qaeda.
El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, alertó de la posibilidad de que en Libia se dé «una deriva hacia una dirección peligrosa que adopte un dogmatismo antioccidental en la forma de un fundamentalismo islámico».
Por lo que toca a la explotación petrolífera, el grupo alemán Wintershall y el francés Total anunciaron la suspensión de la extracción de crudo en Libia, como hicieron la víspera los grupos Eni (Italia) y Repsol (Estado español). El armador francés CMA-CGM anunció que prácticamente todos los puertos y terminales libias estaban ayer cerradas, lo que implicaría el bloqueo de toda la exportación de hidrocarburos del país africano.
Pero hay otro elemento que pone los pelos de punta a la UE, sobre todo a los países euromediterráneos. En el marco de una reunión en Roma de los ministros de Interior de Italia, Chipre, Grecia, Malta y los estados francés y español para consensuar «una línea común», el titular de Exteriores italiano, Franco Frattini, alertó de la posibilidad de un «éxodo bíblico» de 3oo.000 inmigrantes procedentes de Libia. Tras recordar que un tercio de los más de 6 millones de habitantes del país son inmigrantes subsaharianos, insistió en que «estamos hablando de dos millones y medio de personas que huirán si cae el sistema. Es imposible imaginarse un futuro después de Al-Gadhafi», sentenció.
Estos temores explican que el Consejo de Seguridad de la ONU -que volverá a reunirse mañana viernes- y la Comisión de Bruselas hayan evitado exigir la salida del poder al líder libio. Condenaron, eso sí, la violencia.
La situación, no obstante, es extremadamente volátil -fluida, según la terminología de moda estos días- y no se descarta que Occidente vaya a dar en breve por amortizada la figura política de su aliado de última hora. No faltan analistas que explican el silencio de Obama sobre Libia en el marco de una estrategia para no alimentar las sospechas de injerencia, lo que, en los cálculos de la Casa Blanca, podría debilitar a la revuelta.
Los embajadores permanentes de la UE se reunieron ayer por la tarde con varias propuestas encima de la mesa. Finlandia, Alemania y Luxemburgo lideraban la apuesta por sanciones concretas contra los altos cuadros del régimen. El francés Nicolas Sarkozy se sumó al coro exigiendo la suspensión de relaciones económicas y financieras con Trípoli. Para ello ordenó la retirada de la página de internet del Elíseo de las fotografías de la última visita oficial de Al-Gadhafi a París en 2007. En el transcurso de la misma, el presidente galo agasajó al invitado con un acuerdo de colaboración en materia nuclear y despreció las críticas internas. Un año después, Berlusconi hizo lo propio y firmó con el líder libio un ambicioso acuerdo económico.
Descomposición acelerada
Pero, cada hora que pasa, el destino de Al-Gadhafi parece cada vez más sellado, Ayer dimitió el director de su fundación, estrechamente vinculada al proyecto reformista liderado por su hijo, Saif al-Islam. Filtraciones de Wikileaks publicadas por «The Financial Times» daban cuenta de querellas familiares internas en torno a la supuesta fortuna del clan y una emisora libanesa aseguraba que un avión que transportaba a una nuera del líder libio, esposa de Haníbal, y a otros integrantes de la familia, habría intentado sin éxito aterrizar el martes en Beirut. También ayer Malta denegó el permiso de aterrizaje a un avión en el que supuestamente viajaban su hija Aisha y otras trece personas.
Paralelamente a las deserciones comienza el rosario de confesiones. El dimisionario ministro de Justicia, Mustafah Abdel Jalil, confirmó al diario sueco «Expressen» que el propio Al-Gadhafi habría ordenado el atentado aéreo de Lockerbie en 1988, que dejó un saldo de 270 muertos. El también dimisionario ex representante de Libia ante la Liga Árabe, Abdel Moneim al-Honi, confirmó la tesis de que el carismático imán chií libanés Mussa Sadr, desaparecido durante una visita a Libia en 1979, fue ejecutado por el régimen. El imán Sadr lideró la recuperación de la identidad política de la marginada población chií libanesa, hoy muy pujante y organizada mayoritariamente en Hizbulah.
En plena descomposición del país, el Ministerio de Interior ofreció ayer por primera vez un balance de víctimas, que elevó a 300, entre ellos un centenar de militares. En paralelo, cientos de personas salieron a las calles de Trípoli a mostrar su apoyo al régimen. Por contra, el también dimisionario y miembro libio de la Corte Penal Internacional, Sayed al-Shanuka, cifró en 10.000 los muertos y en 50.000 los heridos. Un médico francés cifró en 2.000 los muertos sólo en Benghazi .Finalmente, la Federación Internacional de ligas de Derechos Humanos (FIDH) ofreció una cifra de al menos 640 muertos.
Libios exiliados denunciaban razzias policiales y militares nocturnas, mientras aseguraban que el líder libio estaría aislado en su búnker de Al-Aziziya, protegido por cuerpos militares de élite dirigidos por sus hijos. ¿Asistimos a los estertores del régimen? Es difícil saberlo, aunque el tono que adopte Occidente será sin duda un buen termómetro para anticiparlo.
El mismo Occidente que acogió en 2003 a Al-Gadhafi cuando éste renunció oficialmente a desarrollar programas de armas de destrucción masiva. Ahora no le temblaría el pulso para darle la patada definitiva. El problema son las consecuencias de la destrucción masiva y total de todo el país.