Por Alejandro Baeza
Durante esta semana la Comisión Europea prohibió la difusión en cualquiera de sus plataformas de los medios rusos Sputnik y RT dentro de el territorio de la UE, cruzando una línea que le dio sentido a todo su discurso de posguerra y que se transformó en un ethos de su identidad: el liberalismo.
Prohibir un medio de comunicación no puede definirse de otra forma sino de censura. Europa decidió sin mayor cuestionamiento censurar medios de comunicación. No es menester de esta columna tomar partido por las líneas editoriales de estos dos espacios, pero es importante considerar que los argumentos utilizados para su prohibición en cuanto a ser instrumentos de propaganda de un Estado son perfectamente aplicables a un sinfín de otros medios.
¿No es acaso la Deutsche Welle el órgano oficial de difusión de las políticas de Alemania o la BBC del Reino Unido? ¿Realmente existe una diferencia?
Si el motivo es que ahora están justificando una invasión, resulta válido cuestionarse porqué no se prohibieron medios de comunicación estadounidenses que justificaron la invasión Irak con una de las noticias falsas más descardas de lo que va de siglo XXI, que fue la supuesta posesión de armas de destrucción masivas por parte de Hussein, las que hasta el día de hoy, 19 años después, nunca aparecieron, pero se usaron como excusa para una invasión y ocupación militar que costaron 900 mil muertes según las cifras oficiales. Sólo por dar un caso.
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En un conflicto geopolítico toda información es propaganda y estos dos medios rusos son muy eficaces como instrumentos propagandísticos, pero también los medios occidentales hacen propaganda pro occidental. Si fuera carne el discurso liberal con el Europa le gusta mentirse a sí misma, lo correcto sería permitir todas las opciones sobre la mesa y que cada persona elija libremente con qué quedarse de cada una para formarse su propia opinión, y no que ésta venga pauteada por un organismo que decide qué se puede ver y qué no.
El discurso con que lloriqueaban sobre la libertad de expresión en Venezuela cuando decidió no renovar la concesión del espectro de radiofrecuencia para la emisión en señal abierta (no prohibir, de hecho siguió operando) de un canal de televisión, resulta ahora al menos paradójico luego de esta decisión.
O permitir que el periodista Julian Assange estuviese casi años recluido en la embajada de Ecuador en Londres y hasta el día de hoy en prisión por hacer pública información de interés mundial, es sólo un ejemplo de cómo se manosean a conveniencia el concepto de «libertad de expresión» con el que Europa pontifica y se atreve a menospreciar a países latinoamericanos y que parece ser menos relevante que sus intereses de someterse a la política exterior de Estados Unidos.
Cualquiera sea el resultado de este conflicto, Europa ya fue derrotada.