La seguridad internacional será para todos o no será

Dos décadas después la lógica de bloques ha reducido a la irrelevancia cuestiones tales como la soberanía, la democracia o la autodeterminación. En unas eventuales negociaciones ya no se hablará de nada más que de un reparto imperial del mundo al estilo del siglo XIX, lo que, nos dice nuestra memoria histórica, no conduce a una paz sostenible y duradera.

Por Antonio Airapétov

Que lo urgente no nos haga desatender lo importante, nos recordaba Mafalda. Después de tres años de carnicería, rusos, ucranianos, europeos y el mundo entero esperamos con ansiedad unas posibles negociaciones de paz. Pero incluso aunque llegue a producirse, un alto el fuego no supondrá por sí mismo más democracia para Ucrania y, menos aún, para Rusia. La militarización de Europa, que sustrae recursos de sectores tan necesarios como la educación o la salud, no se detendrá. La guerra se habrá normalizado como una herramienta más de la política. Además, pasará un largo tiempo hasta que rusos y ucranianos puedan dejar de verse como enemigos. Es una peligrosa ilusión pensar que se puede alcanzar una paz duradera si no se remueven las causas estructurales del conflicto. La buena noticia es que ya hay quien lleva la reflexión y la acción política hasta ese terreno.

Hace dos meses conocíamos la iniciativa Paz Desde Abajo, fruto del encuentro celebrado en la ciudad alemana de Colonia por colectivos de migrantes y exiliados de izquierdas de Rusia y Ucrania. Ahora han sido el 'think tank' Instituto para la Reconstitución Global y la Fundación Rosa Luxemburgo quienes han reunido a activistas, intelectuales y políticos progresistas de varios Estados europeos (incluidos Rusia y Ucrania) en Berlín. La ponencia de los investigadores sociales rusos Grigóry Yudin e Ilyá Budraytskis giró en torno a la creación de una nueva arquitectura de seguridad que genere las condiciones para una paz sostenible en Europa.

Señala Yudin que, aunque sustraigamos el delirio criminal del putinismo de la ecuación, el problema se mantiene porque la propia lógica de la política de bloques nos conduce una y otra vez al conflicto. El fin de la Guerra Fría y la disolución del Pacto de Varsovia se convirtieron en una oportunidad perdida cuando la OTAN se siguió ampliando imparablemente hacia el Este de Europa. Y aunque se puedan entender los motivos históricos que hicieron a los nuevos miembros anhelar su incorporación a la Alianza Noratlántica, precisamente esa política de ampliación hizo que el Kremlin, cuando regresó a la escena internacional, lo hizo dentro la misma lógica de bloques, centrando sus esfuerzos en la creación de un espacio de influencia propio que cristalizaría desde 2002 en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (ODKB).

Dos décadas después la lógica de bloques ha reducido a la irrelevancia cuestiones tales como la soberanía, la democracia o la autodeterminación. En unas eventuales negociaciones ya no se hablará de nada más que de un reparto imperial del mundo al estilo del siglo XIX, lo que, nos dice nuestra memoria histórica, no conduce a una paz sostenible y duradera. Putin se irá, llevándose sus ambiciones personales e imperiales, pero no habrá reconciliación ni reparación si gran parte de los rusos siguen sintiendo que viven en un entorno hostil y asociando una eventual democratización a una amenaza para su seguridad. De la misma forma, hablar de la disolución de la OTAN es ilusorio en un momento en que la invasión de Ucrania ha creado un ambiente de amenaza existencial en gran parte de Europa. No se trata aquí de entrar a valorar qué hay de cierto en esas percepciones (las de los unos y las de los otros), sino de entenderlas como un hecho dado y pensar en cómo transformarlas.

Necesitamos visualizar una Europa distinta, con una nueva arquitectura de seguridad. Pero la seguridad, explica Yudin, es algo que se logra para todos o para ninguno. No se puede conquistar a costa del otro. Si no es para todos, no es para nadie. Esa transformación requiere la formulación de una alternativa superadora de la lógica de bloques.

Yudin y Budraytskis sugieren 3 principios en los que se podría cimentar la nueva estructura de seguridad europea:

  1. Seguridad compartida: la verdadera seguridad no puede ser 'contra alguien', solo una obra común.
  2. Consenso: determinadas decisiones exigen consensos, incluidas las referentes a intervenciones militares y al desarrollo de determinados armamentos.
  3. Soberanía: los Estados deben poder permanecer en las alianzas militares de su elección.

Este último punto no está exento de polémica y ha tenido opiniones encontradas, ya que, como se ha señalado en el encuentro de Berlín, mientras sigan las alianzas existentes, sus estructuras actuarán para impedir el logro común. Los ponentes consideran, no obstante, que si el proyecto es eficaz, estas alianzas dejarán de ser necesarias, siendo más fácil desmantelarlas o reorientarlas. Siendo conscientes de la dificultad de proteger la soberanía y suprimir al mismo tiempo la unilateralidad, defienden que hay mecanismos para estimular a los Estados miembro a no tomar caminos propios. Uno de ellos sería la participación directa de una diversidad de actores que permitiría ejercer una suerte de vigilancia sobre los gobiernos nacionales y detectar los posibles conflictos en fases tempranas. Me refiero, entre otros, a sindicatos, ONGs, gobiernos locales o regionales.

Otro mecanismo sería una implicación amplia de la comunidad internacional en la seguridad europea. Los déficits de seguridad de una parte del mundo acaban afectando a todos, motivo suficiente para implicar formalmente a representantes del Sur global como observadores y mediadores en esta hipotética arquitectura europea. Este proceso se retroalimentaría, además, con el previsible refuerzo de su papel en la ONU. Mención aparte merecen en la ponencia China y EEUU, cuya influencia debe ser contenida, en tanto que su competencia mutua nos arrastra a la lógica de bloques y tiende a convertir a los actores europeos en meros 'proxies' de sus intereses.

Un precedente histórico importante para ambos investigadores es la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), creada en Helsinki en 1975, la cual durante décadas ha sido una herramienta eficaz para el mantenimiento de la paz en el continente europeo. Una de las claves de su éxito, entienden ambos ponentes, fue que no se limitara a ser un espacio de negociación para bloques enfrentados, sino que atendiese a cuestiones indirectamente conectadas con la seguridad como la promoción de derechos humanos a ambos lados del telón de acero o el desarme nuclear. Retos comunes de este tipo tampoco nos faltan en la actualidad. Pensemos, por ejemplo, en justicia social, cambio climático, ciberseguridad, política antiterrorista o exploración espacial. La OSCE podría ser el punto de partida desde el que impulsar la nueva iniciativa cuando llegue el momento, proponen Yudin y Budraytskis.

Pero toda esta reinvención, argumentan, difícilmente podrá ser abordada por las élites actuales, comprometidas todas ellas en la lógica de bloques. En la Unión Europea las fuerzas liberales, de izquierdas y derechas, se centran en la defensa del statu quo. Las ultraderechas --putinistas y atlantistas-- aprovechan el creciente malestar social para arrastrarnos al identitarismo de siglos pasados. Si hace algunos años la deriva ultraderechista rusa parecía ser una excepción, ahora se entiende que es el máximo exponente de una tendencia global.

Las izquierdas, con su larga tradición democrática e internacionalista, disponen de excelentes herramientas para tender puentes más allá de las fronteras. No obstante, han estado replegadas durante mucho tiempo sobre las políticas nacionales, permitiendo así que las derechas dominen el discurso securitario. Estas últimas retoman ahora la agenda internacional, pero en muchos casos lo hacen amoldándose también a la lógica de bloques. Los llamados a la paz, al desarme, a la defensa de la soberanía o de los derechos humanos, si no van acompañados de una visión global de futuro, acaban sirviendo con demasiada frecuencia a las estrategias comunicativas de los grandes actores del conflicto.

Quizás las iniciativas recientes que estamos presenciando sirvan para formular un proyecto comprehensivo e independiente que logre conectar con la inequívoca demanda de cambio que hay en las sociedades europeas.

 

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