Por Robinson Silva Hidalgo
Cuando los vecinos de este país decidieron la independencia de la monarquía española, los diversos cabildos del país entraron en proceso de deliberación, discutieron y, posterior a ello, eligieron representantes que se reunieron en el primer Congreso Nacional, ese podemos decir fue el momento del poder constituyente originario, aunque debemos considerar que no participaron ni pueblos originarios, ni mujeres, ni el pueblo llano, aunque considerando ese tiempo histórico ni siquiera se pensaba aquello como una discriminación. En todo caso, la soberanía del primer momento obedecía a un principio fundamental: la deliberación de los territorios, de los pueblos de Chile y desde allí estableció su decisión de organizarse como una República.
Así, ese momento fue el punto en que emerge la soberanía como un principio básico del poder de la nación como única dueña de su futuro. Lamentablemente, hacia 1830 la batalla de Lircay arrebató la soberanía nacional, entregando a los conservadores y militares un poder absoluto que se tradujo en la infausta Constitución de 1833, por cierto elaborada por una convención de parlamentarios y ciudadanos "ilustres" y que finalmente favoreció al empresariado rentista, la depuración del Ejército y la imposición política conservadora que restringió severamente las libertades que la soberanía había impuesto en el poder constituyente originario de la patria vieja.
No es mi intención hacer historia política en esta columna, solo lo expongo porque es de vital importancia conocer en qué punto comenzó a perderse la soberanía. Esto es relevante porque, desde ese momento, la mentada soberanía fue secuestrada por una élite de militares, empresarios y políticos conservadores que han renovado ese secuestro en 1925 y en 1980. Nunca se ha devuelto la soberanía, ni tan solo su representación a los pueblos de Chile; para ello los trabajos de los y las historiadoras han dado múltiples ideas y argumentos que sustentan lo que señalo: Salazar, Valdivia, Pinto, Grez, entre otros y otras.
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Es por eso que sostengo que el corazón de una Asamblea Constituyente, que devuelva la soberanía a los pueblos, pasa por entregar la deliberación a los territorios, que en cada barrio, pueblo, ciudad, provincia y finalmente en el país se establezca qué y cómo queremos que se organicen las naciones y el Estado. Considero que ninguna de las convenciones planteadas contiene ese principio básico de deliberación soberana, territorialmente expresada y anterior a cualquier forma representativa, como lo son las denominadas convenciones, que se nos presentan como opciones diferentes, cuando en realidad la misma ley del acuerdo de la élite política establece otra cosa, a saber:
"Para todos los efectos de este epígrafe, se entenderá que la voz «Convención» sin más, hace referencia a la Convención Mixta Constitucional y a la Convención Constitucional, sin distinción alguna" (Art. 131, Ley 21.200).
Las convenciones son la mayor expresión de la manipulación que se hace del deseo y esfuerzo del pueblo por liberarse del lastre dictatorial que tan graciosamente ha sido gestionado por los 30 años de postdictadura de la izquierdo-centro-derecha. Para refrendar mi punto vuelvo a la ley de la cocina, cuando deja en claro que la soberanía le sigue perteneciendo a la élite de empresarios, militares y políticos conservadores, quienes aun mantienen secuestrada la soberanía.
"La Convención no podrá intervenir ni ejercer ninguna otra función o atribución de otros órganos o autoridades establecidas en esta Constitución o en las leyes» (Art 135, Ley 21.200).
Y continúa:
"Le quedará prohibido a la Convención, a cualquiera de sus integrantes o a una fracción de ellos, atribuirse el ejercicio de la soberanía, asumiendo otras atribuciones que las que expresamente le reconoce esta Constitución» (Art. 135, Ley 21.200).
De esta forma, el poder constituyente originario sigue secuestrado por la santa trinidad del orden conservador. Es por ello que en ningún caso puedo avalar estas convenciones y, por lo tanto, debemos seguir trabajando por la Asamblea Constituyente que discuta y decida todo en el país y lo haga escalarmente en los territorios y donde devolvamos al municipio (que ha de reformarse, por cierto) su carácter de núcleo fundamental del orden político democrático que construya la nación, al que el Estado sirva de manera funcional, sin imponer su poder desmedido.
Por último, solo señalar que el voto por el Apruebo tiene el sentido simbólico de refrendar el apoyo popular al proceso de cambio constitucional. No creo que esto sea menor, en ningún caso, es también la idea de triunfo popular del Estallido, que mete cuña en la crisis institucional y, aunque sea la manera de someter la voluntad popular: el Apruebo es la expresión de esa crisis.
Es por ello que veo este voto como una puerta de entrada a la descomposición del orden, algunos dicen que superando los límites de la Convención, yo creo que no, que es más la entrada a un proceso más largo y complejo para devolvernos la soberanía secuestrada, reencontrarnos con el poder del pueblo que, si no es por esta vía, continuará bregando por emerger.
Por último, y en esa misma línea, me parece que es importante sentir que avanzamos en la repolitización de franjas importantes del pueblo, considerando que con el Apruebo solo se abre ese proceso, que no nos vamos para la casa como en el 88 y que estaremos atentos a todos los asuntos públicos de hoy en adelante. Que no confiamos más en la élite de los partidos y sus viejos y jóvenes rostros de la manipulación.
Es así que, para mi, este domingo es de Apruebo, sin ninguna convención.