Fotografía: Laguna Quiñenco. Wikimedia Commons
[resumen.cl] Cerca de Coronel, donde la cordillera de Nahuelbuta da los primeros pasos hacia las alturas, se yergue majestuoso el cerro Lucatá. Antes que el desierto verde contaminara y destruyera el paisaje. A sus pies había una laguna de cristalinas y puras aguas, llamada Queñenco, paraíso de peces y pájaros multicolores, protegida por canelos, litres y castaños. Cerro y laguna conforman una unidad indisoluble, tanto por la belleza escénica como por su origen y destino.
La leyenda mapuche señala que en el pasado no existían, que la zona era una enorme planicie, pero diversos sucesos de origen humano y divino fueron transformando el paisaje con el paso del tiempo. En el lugar había un árbol sagrado y junto a él creció un muchacho llamado Lucatá. Las particulares condiciones físicas y la inteligencia del muchacho eran tales, que tenía la capacidad de imponer su fortaleza contra los enemigos, cazar leones en la montaña, como reconocer la belleza de las flores y hablar con los seres superiores. Cuentan que conversaba de frente con los espíritus poderosos, quienes lo iluminaban con sus mensajes a través del sonido del viento, los truenos y relámpagos, el trinar de los pájaros, las señales de las nubes, la luna y los rayos del sol.
Con toda esa sabiduría, daba consejos en los períodos de siembra, de cosecha, advertía el peligro y resolvía disputas internas. Para nadie era un misterio que adquiría su sabiduría a través del canelo. Cada día concurría a él. Con el paso del tiempo cada vez le costaba más llegar, por un extraño fenómeno. La tierra donde se encontraba el árbol sagrado se iba elevando progresivamente, como si fuera a la par del cansancio de los años. Así, la planicie se convirtió en una loma de tal relieve, que al morir el valiente y sabio Lucatá, pidió ser enterrado en su parte más alta, para desde allí guiar a su pueblo. Y así se hizo. Pero cuando sus deudos volvieron de su entierro, un ruido subterráneo estremeció sus pasos, el suelo temblo y la loma subió a las alturas, hasta adquirir su condición de centinela que alcanza con su mirada al mar. Ante tamaña demostración divina, la gente del lugar bautizó el cerro con el nombre de su notable guía y fue objeto de veneración por muchos pueblos.
Pasó el tiempo y la gente, cada vez que llamaba a Lucatá, se hacía presente en forma de gruesas nubes y una intensa lluvia caía sobre ese sector de la cordillera de Nahuelbuta, conteniendo símbolos orientadores del futuro del pueblo.
Hoy todos los coronelinos saben que si el Lucata está lleno de nubes es señal de lluvias, lo que no saben es que esas lluvias son el signo de la indignación del guerrero Lucatá, quién está llamando a la gente a luchar por su emancipación para que hagan respetar sus derechos.
Cuentan los antiguos que Lucatá,l ver la sumisión o la cobardía en que a veces caía su gente, desataba su ira a través de fuertes vientos y lluvias, tormentas de truenos y relámpagos.
En cierta ocasión, un grupo de jóvenes jugaban palin a los pies del cerro, mientras sus padres eran masacrados por los españoles. Ellos no habían escuchado las voces de advertencia que había enviado Lucatá desde el cielo. Cayó en una profunda tristeza y de una mirada lanzó su poderosa lanza y la clavó al centro de la planicie donde jugaban los muchachos. Todos se detuvieron y observaron con sorpresa, que del orificio brotaba agua y rápidamente cubrió el sector, convirtiéndose en un manantial bendito, ya que de ella se extrae el agua que beben los habitantes de Coronel. De ahí que la gente del lugar la llamó Quiñenco (un agua) que apareció como señal de bienestar y prosperidad, mientras el cerro se levanta como señal, como una advertencia de lo que depara el futuro.