Por Joaquín Hernández A.
No se puede dejar de leer con horror, pero también con un dejo de esperanza de que al menos se está haciendo justicia, todas las acusaciones y detalles de cómo académicos utilizaban su posición de privilegio para acosar y abusar -en muchos sentidos- de estudiantes. De algunos de estos académicos he tenido la (mala) fortuna de conocerlos personalmente, y si bien nunca vi personalmente los acosos señalados, si me parecen completamente coherentes con sus personalidades. Cabe mencionar que no hice la licenciatura en la Universidad de Chile, pero si realicé un posgrado en dicha facultad.
Y escribo estas palabras sin el temor de convertirme en un paria en esta disciplina, puesto que hace un tiempo que no la ejerzo, o la ejerzo marginalmente, sin aspiraciones a plazas de Profesor Asistente, Adjunto a todos esos escalafones que parecen cimentar un sistema de dominación y de osificación, en desmedro de lo que debería ser: un espacio de cambio y transformación. Pero esa posición, exclusiva, es justamente la que no tuvieron todas aquellas que decidieron levantar la voz en contra de académicos que llevaban tanto tiempo haciendo lo mismo al punto de la trivialización, no de ellos, sino incluso de sus pares. Quien primero denunció a Fernando Ramírez, lo hizo temiendo perder toda posibilidad de desempeñarse en el campo, puesto que se enfrentaba directamente a los "peces gordos", a "los intocables", a los "viejos", esos que podían o no darte una carta de recomendación, o declararte su sucesor.
Es a partir de ese poder, de ser alguien o ser derechamente un paria en el campo de la historiografía, que académicos como León, Ramírez, y otros cuyas acusaciones están por arrojar resultados, utilizaron para tener una posición favorable y ventajosa, para acosar, controlar, ningunear a estudiantes durante años, con el silencio cómplice de tantos otros que callaron justamente para no quedar marginados de un mundo tan falto de oportunidades, que se convierte en insospechado e impensable tocar a las "vacas sagradas".
Naturalización y poder, esas fueron las dos herramientas, los dos elementos que hicieron que por tantos años, por tantas generaciones de estudiantes, esto se fuera perpetuando y volviendo a ocurrir. En vez del silencio, secretos a voces, de una comunidad entera que prefería no alzar la voz para no ver sus oportunidades -o su posición- perjudicada.
Por eso que el acto de valor de la primera denunciante, inédito e inaudito para este ambiente tan monacal y protegido, permitió que otras víctimas pudieran sacar la voz, y contra todos los temores -que aun siguen existiendo, pero parecen cada vez menos relevantes-, hacer las denuncias con nombre y apellido.
Todo esto revela el ambiente tóxico en la enseñanza de una hermosa disciplina, donde muchos accedimos a entrar en ella, lleno de sueños, intereses y esperanzas de construir un relato que nos permitiera entender mejor la sociedad para transformarla. Pero al poco tiempo de entrar, en donde estudié (la UC), como en probablemente cualquier otra universidad, comenzó la competencia, la carrera al éxito, a la posibilidad de ser uno de los pocos futuros académicos que de la generación de estudiantes podría salir. En mi primera clase, el primer año, el profesor de Culturas Precolombinas señaló que solo dos o tres de esa sala podrían surgir, que el resto tendría que dedicarse -señalando despectivamente- a la pedagogía. Luego de aquello, realmente todo se trató de una competencia, algunos compañeros eran capaces de cualquier cosa por obtener una ayudantía, por tener cercanía con alguno de los "peces gordos" o académicos reconocidos del instituto. Nuestro compañerismo era constantemente desafiado por una estúpida competencia de los que podrían llegar arriba y los que no. Eso lo naturalizamos todos, y de paso, podríamos naturalizar muchas cosas más, hasta la barbarie.
Es ese el escenario propicio, para que un acosador, un abusador, luego de haber obtenido una posición de poder, pueda hacer y deshacer desde dicho sitial. Manejando el temor, las expectativas de un estudiante de hacer de lo estudiado algo que sirva para la vida, es que estos académicos no solo acosaron, sino que crearon un escenario de impunidad que por mucho tiempo pareció invulnerable.
Para finalizar, una aclaración. Gabriel Salazar señala que es desproporcionada la expulsión de un profesor por acoso sexual, afirmación que parece aberrante e inaudita. Tal vez no tan inaudita en su modo de pensar, en las posiciones favorables que él tiene desde su puesto académico. Pero para nosotros, quienes pensamos que la reflexión y la acción deben estar en una misma línea, es aberrante tan solo señalar que es "desproporcionada" la expulsión. ¿Acaso vale más una "buena cátedra" que la dignidad e integridad de una compañera? Porque cuando Salazar señala esto apela directamente a la deshumanización: es mejor el producto que se realiza que la integridad de los seres humanos que participan en el proceso, casi al punto de considerar el acoso como un "daño colateral" de un supuesto buen docente pero que se aprovecha de sus estudiantes.
En segundo lugar, todas aquellas quienes denunciaron arriesgaron tanto a más que los profesores procesados, puesto que de haber funcionado la comunidad académica como hasta entonces funcionaba, lo más probable era que hubiesen quedado marginadas para siempre del mundo académico de la historiografía. Respecto a eso último, destaco y valoro profundamente la solidaridad de compañeras y compañeros que acompañaron, apoyaron y se organizaron para hacer de estas denuncias efectivas, y que las compañeras sintieran el respaldo y el apoyo de la comunidad estudiantil.
Espero que, pese a que un premio nacional de Historia como Salazar se cuadre con los victimarios, que pese a que en sí el ambiente académico de Historia (no sólo en esa universidad, sino en todas, y me atrevería decir que en las Humanidades en general) no haya cambiado, y nos obliguen a correr una carrera que no deseamos competir, simplemente porque las oportunidades son tan escasas, espero, sinceramente, que se pueda seguir avanzando en la verdad y la justicia de todo aquel docente, o cualquiera que acose utilizando una posición de poder, en todas las universidades, en todos los establecimientos educacionales, en todo ambiente. Pero sobre todo pido, que sobre todo, no se naturalice por ningún motivo la barbarie, el abuso, el acoso, en ningún lugar, en ningún lado.