Los devastadores efectos globales que tendrían incluso unas pocas detonaciones atómicas a nivel regional

Actualmente estamos en mayor peligro de guerra nuclear que al final de la guerra fría. La guerra de Rusia en Ucrania ha revivido los fantasmas de un enfrentamiento nuclear. Pero resulta inconcebible pensar en un enfrentamiento nuclear en pleno siglo XXI, que devastaría no solo la economía mundial sino precisamente, la base ambiental sobre la que se sustentan nuestras sociedades actuales. Pese a esto, las potencias continúan manejando escenarios de pequeñas detonaciones nucleares tácticas en escenarios de campo de batalla acotados, pero ¿Qué tan viable es ésto?

Por: Vicente Lagos Isla

Hace 66 años, el 19 de julio de 1956, Estados Unidos detonó una bomba atómica de 250 kilotones en el atolón Enewetak, de las Islas Marshall en el Pacífico, siendo la última de su devastadora operación de 17 pruebas nucleares llamada, Redwing.

 

Atolón Enewetak en las Islas Marshall

 

En el atolón, se detonaron 44 bombas atómicas de distinta potencia de entre 18 kilotones (equivalente a 18 mil toneladas de TNT) hasta 10,4 megatones en la llamada «Ivy Mike». (equivalente a 10,4 millones de toneladas de TNT)

Los efectos fueron devastadores para la flora y fauna local  del atolón y practicamente nada sobrevivió. El centro de la explosión alcanzó una temperatura de 15 millones de grados centígrados.

 

Mayor riesgo de enfrentamiento nuclear en el escenario internacional actual.

 

En marzo pasado las fuerzas nucleares estratégicas de Rusia fueron puestas en alerta máxima, en una aparente maniobra de amdrentamiento hacia Europa. Hace algunas semanas, la cumbre de la OTAN en Madrid oficializó la entrada de Suecia y Finlancia a la alianza militarista, incrementando con ello la tensión no solo en el este sino en el espacio aéreo del mar Baltico y del extremo norte de Europa.

A finales de abril, medios europeos especularon con la posibilidad de que Rusia pueda usar armas nucleares pequeñas, incluso disparadas por piezas de artillería. Algo que al menos en la primera etapa de la guerra no ocurrió. Pero, ¿Qué tan factible es este concepto de ojivas nucleares tácticas que manejan varios estados de la OTAN y Rusia?

Cabe recalcar que una guerra nuclear, incluso a pequeña escala, se presenta como una profunda amenaza para el ambiente global y la especie humana. Simulaciones han ilustrado algunas de las terribles consecuencias de una hipotética guerra con 100 explosiones nucleares pequeñas sobre modernos centros urbanos. Los efectos iniciales serían la intensa energía de la explosión, la rápida radiación liberada, la lluvia radioactiva y el humo sofocante. Los efectos secundarios incluyen un enfriamiento global, una pérdida de ozono sin precedentes incluso en el periodo Antropoceno, un decrecimiento de las precipitaciones a nivel mundial, contaminación del agua y los alimentos, e incremento de las tasas de cáncer. Los efectos terciarios son una decrecimiento en el rendimiento de los cultivos agrícolas, una reducción de la productividad primaria global, extinciones de especies, colapso de ecosistemas y hambrunas. Mientras la probabilidad de un conflicto crece con la sofisticación de las herramientas del complejo militar industrial global, la necesidad de oponerse no solamente al uso de armas nucleares sino a la guerra como herramienta imperialista de sometimiento de pueblos naciones y Estados, se vuelve fundamental para la propia sobrevivencia de las sociedades humanas.

Actualmente, se sabe que incluso ojivas relativamente pequeñas, como las de una potencia de 15 kilotones (equivalentes a 15.000 toneladas de TNT) explotando sobre modernas megaciudades podrían generar tormentas de fuego que arderían por meses, consumiendo edificios, vegetación, caminos, depósitos de combustible y otras infraestructuras, liberando varias veces más energía que la de la potencia de la ojiva en sí.

En la década de 1980, estudios acerca de las consecuencias de un conflicto atómico advirtieron sobre las terribles consecuencias de un invierno nuclear, describiéndolo como un apocalíptico «crepúsculo al atardecer» en alusión al drástico cambio en la dinámica de la atmósfera terrestre que observaría la población mundial.

Un estudio de 2007, estimó el daño potencial del humo en una variedad de escenarios, y encontraron que el material particulado inicialmente se elevaría hacia la tropósfera superior mediante un proceso denominado pyroconvección, donde partículas y aerosoles en la atmósfera son impulsados hacia la alta atmósfera por el aire ascendente de los propios incendios.

 

Misil balístico intercontinental ruso Topol M montado en vehículo de transporte. Foto: rt.com

 

En 2007, un estudio examinó los impactos climáticos del material particulado generado en un hipotético conflicto nuclear regional simulado en los subtrópicos en donde India y Pakistán se atacaron con 50 ojivas atómicas cada uno, de una potencia de 15 kilotones, creando sendas tormentas de fuego urbanas, donde varios millones de toneladas de material particulado se inyectaron en la estratósfera y se diseminaron globalmente.

En 2014, un estudio alertó de un enfriamiento global multidecadal y una pérdida de ozono sin precedentes, como consecuencia de un hipotético conflicto nuclear regional de similares características entra India y Pakistán. El estudio incluyó modelamientos de la química atmosférica, dinámica oceánica, y componentes interactivos de hielo marino y terrestre.

En un hipotético conflicto, el calor de las propias explosiones, así como las tormentas de fuego y la radiación podrían matar a millones de personas de forma directa durante los primeros minutos de los ataques. Posteriormente, las explosiones podrían inyectar varias millones de toneladas de material particulado a la estratósfera, desde donde podría diseminarse por todo el mundo. Los centros urbanos expuestos a la lluvia radioactiva de larga vida podrían ser abandonadas indefinidamente, con severas implicancias nacionales e internacionales.

Este material particulado de tamaño menor a 10 micrones generaría una sostenida baja en las temperaturas globales y un intenso calentamiento en la estratósfera. Usando modelos climáticos actualizados, los investigadores concluyeron que primero, el material particulado absorbe la luz solar, calienta el aire, y se autoimpulsa hacia la estratósfera superior en el proceso denominado pyroconvección. Segundo, el material particulado se esparciría globalmente absorbiendo la luz solar, calentando la estratósfera y enfriando la superficie. Esto tiene el efecto de reducir la fuerza de la circulación estratosférica e incrementar el tiempo de vida del material particulado en la estratósfera. Tercero, la reducción de la temperatura superficial enfriaría los primeros 100 metros del océano en cerca de 0,5 a 1 kelvin por 12 años, y expandiría el hielo oceánico y continental. La inercia del enfriamiento superficial, junto al aumento del albedo, causarían que las temperaturas se mantengan bajo el rango de control por más de 26 años después del evento nuclear.

El material particulado no solamente enfría la superficie sino que calentaría severamente la atmósfera media. Una investigación de 2008 calcula un incremento inicial de la temperatura promedio en un exceso de 80 kelvin cerca de la estratopausa (50-60 km).

 

La «Bomba del zar», detonada por la URSS en Nueva Zembla el 30 de octubre de 1961. Con una potencia cercana a los 50 Mt (equivalentes a 50 millones de toneladas de TNT) es la mayor detonación nuclear registrada en la historia.

 

Se calculó una masiva pérdida de ozono como consecuencia de estas temperaturas extremas estratosféricas. Los resultados del estudio calcularon una pérdida del promedio de la columna de ozono de un 20-25% la que se mantiene persistente desde el segundo hasta el quinto año después de la guerra nuclear, y una recuperación de un 8% de la pérdida de la columna al final de 10 años. Durante los primeros 5 años, el ozono permanecería reducido en un 30%-40% para latitudes medias y en un 50% a 60% para latitudes altas en el hemisferio norte.

Este desastre ambiental podría afectar severamente la producción global de alimentos. Según un estudio la producción de maíz en Estados Unidos podría declinar hasta en 12% promedio durante diez años en respuesta a una hipotética guerra nuclear regional.

 

Lanzamiento de un misil balístico intercontinental Minuteman III desde la base aérea Vanderberg en California, Estados Unidos en agosto de 2017. Foto: usatoday.com

 

Otro estudio investigó los potenciales impactos en la producción agrícola de China, el mayor productor de granos del mundo. En el primer año después de una guerra nuclear regional, un ambiente más frío, seco y oscuro podría reducir la producción anual de arroz en 30 millones de toneladas (29%), la producción de maíz en 36 millones de toneladas (20%) y la producción de trigo en 23 millones de toneladas (53%). Con diferentes manejos agrícolas, la simulación arroja que la producción nacional se reduciría en un 16 a 26% para el arroz, un 9 a 20% para el maíz, y un 32 a 43% para trigo durante 5 años después del evento nuclear.

 

 

Submarino nuclear clase Ohio de Estados Unidos, capaz de permanecer indetectado prolongadamente y disparar varias decenas de misiles nucleares intercontinentales SLBM. Foto: japantimes.com

Un estudio realizado por investigadores de Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Louisiana y del Centro de Conflictos y Desarrollo de la Universidad A&M de Texas, postulan la necesidad de la abolición de la guerra como un objetivo fundamental de las políticas ambientales. El articulo recalca de los ambientalistas estudiantiles que abogan por la sostenibilidad ambiental deberían también demandar la eliminación de la guerra.

 

Bombardero estratégico B1 Lancer y cazabombarderos F-16 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur en las cercanías de la frontera con Corea del Norte. Foto: japantimes.com

 

Todos estos antecedentes hacen urgente la necesidad de que los pueblos abandonen el camino genocida y suicida de autoridades políticas e intereses capitalistas. Esto para asegurar la sobrevivencia de las sociedades humanas en la ya degradada biosfera.

 

 

Imagen principal: Prueba termonuclear Redwing Apache (1,9 Mt) en el atolón de Enewetak en 1954. Wikimedia Commons.

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