Por Daniel Mathews / resumen.cl
No es crisis migratoria porque no son migrantes. Son refugiados. Melissa Fleming, portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, lo ha dicho. Es gente que está huyendo de guerras que no provocaron, de dictaduras que no protegieron. Que están pidiendo a quienes las provocaron y protegieron que asuman su responsabilidad. Pero la Unión Europea solo conoce una solución al problema: cambiarle de nombre. Siempre prestos para adoptar el lenguaje adecuado, las autoridades europeas han seleccionado esta vez el término neutro de "migrante" para designar a los refugiados y proscribe el de éxodo: todo para no llamar a las cosas por su nombre e implicar una respuesta a la altura de las circunstancia. Se impone la constitución de verdaderos corredores humanitarios, de los que no se habla.
Solo 32.000 refugiados conseguían el asilo mientras que 340.000 personas han entrado sin permiso desde inicios de año en la Unión Europea. Una cifra a comparar con las 280.000 del año precedente. Un esfuerzo de integración parecería sin embargo posible, ¡pero no! Relacionadas con la población de los 28 países de la Unión Europea, las llegadas este año representan el 0,07% de la población global.
El símbolo de esa emergencia es Aylan Kurdi. La foto que Nilufer Demir le tomó recorrió el mundo en cuestión de segundos. En segundos todos sentimos que se nos helaba la sangre como se le helo a la fotorreportera turca. Un niño tirado en una playa. Apenas tres años. Pantalones cortos azules. Polera roja. Un grito quizá, apenas un sollozo de repente. El pequeño Aylan Kurdi se ahogó junto a otras 11 personas, incluidos su hermano y su madre, en el naufragio de dos embarcaciones que intentaban llegar el miércoles a la isla griega de Kos desde la ciudad turca de Bodrum, una de las vías marítimas más cortas entre Turquía y Europa. Solo sobrevivió su padre. O ¿debería decir que sobremurió? Abdullha Kurdi dice "mis hijos se me resbalaron de las manos" y la verdad es que se le siente tan muerto como a ellos. Más muerto aún porque tiene que vivir esa muerte.
Pero hay otros símbolos. Contradictorios. Símbolo de la solidaridad es la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que revolucionó las redes este viernes al publicar un post en su Facebook en el que expresaba su deseo de que Barcelona se convirtiera en una ciudad-refugio para los inmigrantes sirios. «Queremos ciudades comprometidas con los derechos humanos y con la vida, ciudades de las que sentirnos orgullosos». Símbolo de egoísmo el Partido Popular que tacha la medida de «irresponsable» y pide a la alcaldesa que aclare cuántos inmigrantes sirios puede acoger la ciudad y cuánto va a suponer esto para las arcas municipales.
Símbolo de crueldad son los 600 manifestantes neonazis que armados con piedras, botellas, palos y petardos trataron de bloquear el paso de autobuses con refugiados. Alemania es uno de los países preferidos de los refugiados. Ya se han producido más de 200 incidentes de este tipo en la cuna del nazismo. Frente a un centro de refugiados de la ciudad de Haidenau 33 policías han resultado heridos. Para mostrar que no todo alemán es malvado el diario Bild (Imagen) aclara: "los aulladores y los xenófobos no hablan en nuestro nombre".
Símbolo de protección Portugal, donde veinte mil buenas voluntades se han manifestado a favor de acoger a las personas refugiadas. Símbolo de cobardía, al otro lado de Europa, es Hungría que ha construido un muro provisional, ha retenido refugiados y los ha internado en campos de concentración.
Podemos seguir aumentando. Cada país hace lo que se le ocurre. Pero además, como vemos en el ejemplo español o alemán, las fuerzas internas están divididas. Es hora ya de una política humanitaria común de parte de la Unión Europea. De otro modo el problema de los refugiados no tendrá solución.