Los Te Deum deben dejar de realizarse

Por Alejandro Baeza

Nuevamente unas simples opiniones de personajes vestidos con llamativos trajes o extravagantes formas de expresarse coparon la agenda de los medios hegemónicos este fin de semana al llevarse a cabo en los púlpitos de los Te Deum, dos ceremonias religiosas habituales de esta época.

Una de las tradiciones más antiguas de las celebraciones de Fiestas Patrias, tiene su origen en 1811, durante el aniversario del primer 18 de septiembre, concomitante con el espíritu decimonónico. De hecho, en la actualidad sólo se realizan ceremonias de este tipo en aniversarios patrios en Argentina, Bélgica, Guatemala, Haití y Perú.

Como una celebración totalmente católica, fue Salvador Allende quien decidió en 1971 hacer una versión ecuménica, es decir, incluir a representantes de todo tipo de religiones, incluso aquellas con un porcentaje insignificante de fieles en el país, pero sólo dentro de abanico del cristianismo, más judíos y musulmanes.

En 1975, la dictadura creó el llamado «Te Deum evangélico», una ceremonia en la autodenominada «catedral evangélica» de la comunidad jotabeche, un grupo de pentecostales ultraconservadores y de derecha (con actual presencia en el Congreso como el diputado Durán (RN), hijo del cuestionado obispo Durán), que no representan en ningún caso a la totalidad de la diversidad del pueblo evangélico.

Si bien su supuesta intención es «dar gracias» y «orar por Chile», en este momento los Te Deum, tanto el evangélico como el ecuménico, no son sino una tribuna gratis para que los vetustos representantes de religiones cada vez más desprestigiadas ante la sociedad, puedan dar sus poco importantes opiniones sobre la agenda de discusión política en una sociedad laica y de progresiva secularización, sólo superados por Cuba y Uruguay en este aspecto en toda América Latina.

Y es que según el informe anual de Latinobarómetro de 2018, sólo un 44% de la población se declara católica y un escaso 35% dice confiar en la Iglesia, una caída de 30 puntos con respecto a la primera medición realizada en 1995. Y a diferencia de algunos de nuestros vecinos, la migración del catolicismo hacia el mundo protestante o evangélico no es tan importante, sino que el verdadero crecimiento lo representan personas ateas y agnósticas con un número que se eleva a más del 38%.

¿Qué sentido tiene esta parafernalia religiosa entonces? Cada vez se figura más como un patético show atávico a una sociedad que consistentemente busca ampliar su concepto de derechos.

En lugar de escuchar a obispos, pastores, curas, imanes o rabinos dando su opinión respecto al matrimonio igualitario, el derecho de las mujeres sobre su cuerpo, cómo debería conformarse una familia o los caminos por donde debiese transitar la Convención Constitucional, lo que muchos y muchas esperamos de ellos fue que estuvieran presentes defendiendo irrestrictamente los derechos humanos durante el Estallido Social, cuando estos se violaban generalizada y sistemáticamente, como sí lo hicieron de forma muy valiente en los oscuros años de la dictadura en la Vicaría de la Solidaridad, que salvó miles de vidas ¿No debería acaso ser ése su rol principal si quisieran ser congruentes con su discurso?

Sin embargo, mantuvieron un silencio cómplice que les pesará para siempre ante los abusos que ocurrían en sus narices, que tienen más de 300 personas con trauma ocular, denuncias de abusos sexuales, golpizas, detenciones ilegales, entre otras, con casi dos años de prisión política de cientos de manifestantes.

Los Te Deum, ambos, no tenían ningún sentido antes, pero menos lo tienen ahora en el Chile post Estallido, y deben dejar de realizarse para avanzar aun más en la secularización del país, donde las -por cierto, respetables- opciones espirituales de cada quien, se vivan de manera privada y no tengan absolutamente ningún tipo de injerencia en las decisiones políticas del Estado. Es de esperar que la nueva Constitución pueda fijar de manera más delimitada aquella frontera.

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