Modesto Emilio Guerrero / aporrea.org
Es posible que ya se haya convertido en lo que terminaron Kadafi, Sadam, Velasco y otros en la historia de los gobiernos anti imperialistas: incapaces de llevar hasta el final lo que comenzaron, terminaron víctimas fatales de sí mismos, fagocitados por su propia inconsecuencia. Y repitieron la historia como farsa, porque lo que no avanza retrocede.
La decisión del Tribunal Supremo de Justicia no impuso un golpe de Estado porque no fue disuelto el parlamento ni surpimida la soberanía del voto popular. Sólo un ignorante puede llamar a eso un «golpe», «fujimorazo» o cosa parecida. Pero en términos políticos y sociales la sentencia judicial creó un estado de situación en el sistema político y enn la vida social que es lo más similar a «una ruptura del hilo constitucional», como declaró L.O Díaz, la Fiscal General de la Nación, antigua militante de izquierda y chavista incuestionable.
Lo mismo opinan el Mayor General ultrachavista Clivel Alcalá, la ex asesora presidencial, abogada y escritora Eva Golinger y unos 10 ex ministros de Chávez. Es un quiebre, peor que el constitucional, es la quiebra del chavismo mismo.
El actual estado de cosas no se explica sin el contexto de asedio a un gobierno acorralado por la OEA y el Mercosur, pero tampoco sin la colaboración sistémica de un gobierno que desde 2013 decidió abandonar el experimento chavista de transitar una vía comunal al socialismo, para convertirse en el «Nido de alacranes» que advirtiera en 2008 el General chavista Müller Rojas.
Maduro escogió otro camino, opuesto al que Hugo Chávez -tardíamente- comprendió entre 2011 y 2012, cuando le encargó personalmente («Nicolás, te lo encargo como si fuera mi vida misma», le dijo el 27 de octubre en el llamado «Golpe de Timón»): que suplantaran el actual sistema político (Estado) corrupto, rentista y periclitado históricamente, por otro basado en las Comunas y los demás organismos del naciente poder popular bolivariano.
Maduro hizo lo opuesto. Entonces el actual resultado no estaba previsto en los genes del chavismo, de la misma manera que la Santa Inquisición no anidó en el primer cristianismo. Ambos fueron una construcción. El argumento de que «así terminan los populismos», es onánico, autoconsolador, regocijo para analfabetas políticos, que sólo entienden la vida política desde las «alturas» de sus insticiones y líderes y no desde sus creadoras fuerzas sociales enfentadas a las presiones inmisericordes del Sistema Mundial de Estados y el Sistema Mundial del Capital.
Maduro y su gobierno de arribistas enriquecidos, hoy arrinconados, también decidieron actuar con ese criterio regresivo socialdemócrata. Por eso no acude al pueblo trabajador y sus organismos, ni para el voto ni para la calle. Prefiere apoyarse en el Consejo de Defensa de la Nación (militar-cívico); no convocó al Parlamento Comunal tan existente y legal como el otro, para legitimar sus acciones y potenciar una nueva democracia en una república social. No expropió a los empresarios que colapsaron la economía con la evasión masiva de capitales y volatilizaron el consumo y la vida social con dólares baratos del Banco Central. No, su decisión fue favorecerlos con empresas mixtas y entregar el Arco Minero a 13 multinacionales. Entonces, su deriva actual a una forma sui generis de concentrado autoritarismo era casi inexorable.
Maduro prefirió apoyarse en el corrupto Tribunal Supremo de Justicia para limitar el poder de la derecha en el parlamento, convertida en el brazo de la OEA desde hace un año.
Atrapado sin salida en ese nuevo rumbo, el presidente Maduro liquidó lo que restaba del prometedor «proceso revolucionario bolivariano» y tiende a convertirse, aceleradamente, en indefendible.
Foto: teleSUR