Caía la tarde y como toda esposa minera, Marta comenzaba a preparar el rico pan amasado característico de la zona; sus pequeñas hijas entusiastas le ayudaban, mientras solían entonar dulces melodías junto a su madre; mientras tanto Javier, el hijo mayor, esperaba la llegada de su padre, a quien quería y admiraba demasiado. Javier desde pequeño sentía temor de que algo pudiese sucederle a su padre en la mina, ya que aún recordaba lo que le había sucedido a su abuelo hace algunos años.
Tras el paso de unos minutos Campeón, el perrito de la familia, anunciaba la llegada de su amo ladrando, saltando y moviendo la cola. Javier fue corriendo a saludar a su padre, mientras Marta y las niñas preparaban la mesa para tomar once.
Cada tarde se vivía una alegría familiar en la mesa, Juan solía relatar aquellas leyendas que caracterizaban a la zona. Sus hijos atentos, disfrutaban escuchando aquellas misteriosas pero divertidas historias locales. A pesar de ser una familia modesta nunca les faltó nada, ya que el amor y la alegría familiar llenaban sus vidas.
Como cada mañana, Juan y todos los mineros abandonaban sus hogares acompañados de aquella característica brisa matinal, para adentrarse en aquel oscuro túnel de carbón donde emociones iban y venían.
Al interior de la mina, el tema que se comentaba últimamente era la entrada de Javier, el hijo de Juan, a la mina; todos comentaban que ya estaba en la edad para comenzar a trabajar y que seguro sería un gran minero como su padre; todos los trabajadores le tenían gran cariño a Juan, siempre destacaban su buena voluntad, su alegría y sus buenos consejos. "Era un ejemplo de persona" decían sus compañeros. Él sólo decía "no es para tanto", entre risas y carcajadas. Así pasaban las horas junto a la mina del carbón que en cualquier momento podía traer hechos que opacaran el día. Gracias a Dios, en el último tiempo nada grave había acontecido. Llegaba la hora de retornar a casa, los mineros agotados y con sus ropas cubiertas de aquel oscuro polvo que también cubría sus rostros.
Al llegar a casa, Juan buscó a Javier para hablar sobre su inicio en la mina; le preguntó si se sentía preparado, Javier respondió de inmediato que si, pero igual expresó el temor que le daba. Juan comenzó a aconsejarlo como siempre lo hacía y así pasaron las horas y anocheció.
Tras el paso de una semana llegó aquella mañana tan esperada, Javier se alistaba para emprender un nuevo camino como minero, junto a su padre. Al llegar a la mina sintió el grato recibimiento de sus compañeros que lo saludaban muy amablemente. Mientras trabajaban, Javier presintió que algo extraño iba a suceder en el lugar pero él no quiso avisar de esto. Pasaron las horas y todo seguía normal hasta que sonó algo muy ruidoso, Javier sintió que algo le iba a ocurrir a su padre...
El niño vio que algo estaba a punto de caer sobre Juan, su padre. Javier se aproximó a salvarlo pero por tratar de salvarle la vida a su padre, el que murió fue él. Juan sintió que el corazón de su hijo ya no latía más, se sintió muy culpable ya que por tratar de salvarlo a él, Javier perdió su vida.
Cuando la madre, Marta, se enteró de lo ocurrido no pudo dejar de llorar, apenas podía mantenerse en pie. El dolor que tenía en su corazón era inmenso, al igual que el del padre.
A los dos días después fue su funeral, todos los familiares, amigos y mineros que trabajaban en la mina asistieron allí. Fue el momento más triste para Marta y Juan, la muerte de su hijo los afectó muchísimo.
Pasaron los años, Marta y Juan iban a visitar cada semana a Javier en el cementerio, le llevaban flores y le contaban las cosas que sucedían en la mina y en el pueblo. A pesar de que ya no estuviera junto a ellos físicamente, su presencia y el recuerdo de aquel pequeño, que con coraje se sacrificó por salvar a su padre, estará siempre en los corazones de sus seres queridos.