Un lunes de invierno, por el año 1985, ingresamos cerca de 2.000 trabajadores a las faenas del primer turno, que se iniciaba a las siete de la madrugada, a cumplir una vez más con nuestra jornada diaria de trabajo. Se trataba de un día más de labor después de trasladarnos en las jaulas (ascensores) hacia fondo Pique, a una profundidad de 480 metros; nos internamos en los correspondiente convoyes, mas conocidos como corrida del personal, con destino a nuestros distintos distritos -Nivel 650, Esperanza, Victoria y Laraquete-, recorrido que duraba aproximadamente 25 minutos por las extensas galerías del tráfico principal.
Luego de entregar a nuestros mayordomos la tarjeta de control de asistencia, en las afueras de las oficinas auxiliares; éstos, junto a los disparadores, nos señalaban las órdenes y tareas programadas a cumplir en los distintos laboreos que se encontraban en explotación o preparación. Yo me desempeñaba como apir junto a un centenar de compañeros en el frente mecanizado del laboreo 1044, en una veta de potencia (altura) no superior a los 80 centímetros. Mientras desarrollábamos nuestra labor cotidiana en condiciones muy difíciles, cerca de las 10 de la mañana se paralizan de un solo golpe todas las maquinarias utilizadas de apoyo a la producción, situación que ocurría con cierta frecuencia, por lo que correspondía esperar algunos minutos en el lugar de trabajo, mientras se recuperaba la energía o se conociera la causa de la caída de corriente. Después de 15 minutos de espera, la energía no se recuperaba y el aire en el laboreo cada vez se ponía mas pesado por la falta de ventilación. Fue entonces cuando el mayordomo Aguilera recibe instrucciones superiores, ordenando de inmediato la evacuación rápida de todo el personal del laboreo, dirigiéndolo hacia el tráfico principal, acto que debería cumplirse en sólo 20 minutos y esperar en este lugar nuevas instrucciones. El desconcierto se apoderaba de nosotros al no conocer la causa ni el origen que provocaba la emergencia.
De pronto sale desde la oficina auxiliar el jefe de distrito, más conocido como el 'Tatarata Flores', ingeniero a cargo del distrito Laraquete, junto al mayordomo Bahamonde, de sobrenombre 'canasto con queso', quien con voz firme y entrecortada informa que toda la mina se encuentra paralizada, incluidos los dos ventiladores principales que dejaron de funcionar hace un par de horas atrás, sin señalar la causa, por lo que ordena iniciar la evacuación total de todo el personal, en forma inmediata, hacia la superficie a través de la única salida de emergencia habilitada por el sector de Pique Grande, trayecto que podría demorar en caminata más de 6 horas. Entonces nos reunimos algunos de los más conocidos, entre ellos 'el Puma', 'Chueco Tano', 'Pan con Huevo', 'Hilito el pañolero' y el contratista 'Topo Yiyo', para iniciar esta travesía con destino incierto; nos aligeramos de ropa y acomodamos nuestros guamecos, de los cuales sólo algunos disponían de restos del manche y agua de perra que conservábamos en las charras y que utilizaríamos en el trayecto, para saciar la sed durante la marcha.
Iniciamos la marcha desde el distrito Laraquete, a paso firme, en una larga columna de trabajadores en cuyo trayecto se escucharon una serie de comentarios y tallas típicas. Avanzado ya varios kilómetros, cerca del nivel 650, 'Pan con Huevo' dice: "paremos un poco para refrescarnos con agüita pues, compadre Hilito". "Ya nomás, sirvámonos agua", dice 'Hilito'. Cuando, al revisar el guameco, 'Pan con Huevo' se da cuenta que su charra se encontraba seca, dado que a primera hora la había vaciado por la sequedad de su organismo al bajar ese día lunes con la caña vivita. Entonces, más atrás aparece el finao 'Erices', barretero, de una estatura imponente, quien además era reconocido por su generosidad y solidaridad, a ofrecerle de su agua que transportaba en una gran charra de aluminio, quien le dice: "sírvase, compañero Salazar, que ésta alcanza para todos". 'El Puma' a su vez reflexionaba y decía "esta caminata me recuerda, compañero Carrillo, a la gran e histórica marcha del año 1960, cuando recorrimos mas de 40 kilómetros hacia Concepción, junto a nuestras familias, en busca de respuestas a las demandas a nuestro pliego de peticiones presentado a las autoridades de la Compañía y al gobierno de Jorge Alessandri -conflicto y lucha sindical que terminaría a causa del terremoto del año 1960-, personaje que visitaría nuevamente la zona a fines de los ´60 en calidad de candidato de la derecha y fuera recibido por la gente con fuertes protestas y rechazo, lo que le obligó a alejarse inmediatamente de la comuna, sin antes señalar la siguiente frase y amenaza: 'Piedras me tiraron, piedras comerán'."
Luego que 'Hilito', el pañolero y apir más raquítico de la mina por su marcada figura y delgadez, se tomara algunos sorbos de jugo Yupi que el mismo se preparaba, reiniciamos el largo camino sin conocer, a esa altura, aún las verdaderas razones de la emergencia.
Al llegar al sector de la 480, lugar donde el personal de la brigada de salvamento y algunos aforistas dirigirían a la gran columna de trabajadores por las revueltas generales de Pique Grande, éstos nos informaban que el tramo siguiente sería el mas difícil porque gran parte de este trayecto deberíamos realizarlo a través de los principales corrientes, denominados Uno Sur y Uno Central, ambos con fuertes pendientes. Ingresamos a la revuelta principal, de inmediato se sintió el cambio de aire y humedad, características comunes de este tipo de galerías; el aire se sentía mas sofocante y con mayores temperaturas, creo superior a los 25º, lo que nos obligó a desprendernos de nuestras camisetas y continuar este tramo con el torso desnudo. Internados un par de kilómetros en las galería de revueltas, por las cuales hubo que cruzar algunos tramos con mucha precaución señalizados como zona de derrumbes, dado el abandono y falta de mantención de este sector de la mina, entre el cansancio y agotamiento acumulado por el largo recorrido, se escucha el comentario de algunos compañeros más antiguos, de sus andanzas por estos lugares. Venían de la voz de un par de barreteros que señalaban "¡te acordáis Perico cuando trabajamos por aquí, en los antiguos laboreos del distrito San Juan, Central Bajo y Fortuna!" "Claro que me acuerdo, pues Manta de Saco", le contesto Perico, "pucha que eran bonitas las vetas, compadre, y seguras, igual ganamos buena plata por aquí". Continuamos avanzando por el corriente cada vez mas empinado donde corría un gran caudal de agua por los costados de las galerías, provenientes de más de alguna napa subterránea o de antiguos laboreos que fueron explotados y posteriormente abandonados, éstas aguas generaban mucho barro y humedad, cuestión que hacía más dificultoso y agotador nuestro lento avance y caminar. En este nuevo escenario comienzan a aparecer, en los compañeros de mayor edad y gordura en exceso, los síntomas de agotamiento total. De inmediato se organiza la improvisada atención y apoyo por parte de los propios compañeros y luego por personal especializado de la brigada de salvamento, quienes disponían de equipos de rescate. Esta situación, obligó a los supervisores y jefatura de la mina a organizar de mejor manera el último tramo de esta larga y agotadora caminata.
Al llegar al último tramo, que concluía con esta galería siempre en pendiente, alcanzamos la recta final de esta larga caminata hasta llegar al sector conocido como la Chimenea de Pique Grande, que era el espacio más amplio de la galería y al frente una alta muralla vertical de fuerte pendiente uno en uno, de unos 100 metros de altura, la que debíamos escalar para alcanzar la salida a la superficie. En este lugar se encontraba un equipo de paramédicos con más brigadistas para atender a los más desfallecidos e instruir al resto la forma de escalar la Chimenea, de la cual sólo colgaban unos cinco macizos cordeles que servirían de apoyo al ascenso. Luego de un breve descanso y de recomendarnos volver a abrigarnos, comenzamos el ascenso en forma individual, que requería de mucha concentración y fuerza aplicada por nuestros propios brazos. Superada esta hazaña, cruzamos las tres compuertas que regulaban la salida de aire en un tramo de veinte metros hasta, finalmente, lograr pisar suelo firme y ver el oscuro cielo acompañado de fuertes ráfagas de viento. Mientras en superficie existía toda una organización para apoyar el retorno final a nuestros hogares, personal de apoyo nos cubría con frazadas desde la salida de la última compuerta hasta los buses que nos trasladarían a los baños colectivos de Piques Nuevos. Ya instalados en el bus se nos repartió un delicioso café bien cargado, para superar el terrible frío. Viento y lluvia encontrado en superficie, transformado en un gran temporal de invierno que azotaba nuestra zona, había provocado el corte general de energía eléctrica en toda la zona minera, por más de veinticuatro horas. Los compañeros más afectados y con compromiso de salud eran trasladados en forma inmediata hasta el hospital de Enacar, donde se había habilitado una sala especial para su oportuna atención y recuperación. Mientras la gran mayoría de los trabajadores, en el sector de los baños, tomábamos una larga, refrescante y relajante ducha, para ser posteriormente trasladados a nuestros hogares, lugar donde nos esperaba un cálido y hermoso abrazo familiar. En tanto, tu abuela Olga, arrodillada en su dormitorio, agradecía a dios porque uno de sus hijos retornaba al hogar sanito y salvo.
La organización y rescate, que duraría más de siete horas y recorrido más de 12 kilómetros de galerías para evacuar a todo el personal del primer turno de ese día lunes de invierno, nos dejó una gran lección y aprendizaje, lo que obligó incluso a la Compañía a invertir importantes recursos económicos en equipos de emergencia (grupos electrógenos) que garantizarían oportuna atención a futuras emergencias y que permitirían evacuaciones del personal a través de los piques 1 y 2, ubicados en Piques Nuevos.