Mes del orgullo: ¿Es una voz o educación a la sociedad?

Por Alba Viveros*

Si bien la comunidad LGTB ha sido invisibilizada, es irreversible el cambio de mundo y su integridad hacia nuestra aceptación. Actualmente la sociedad es una paternidad que no somos capaces de reconocer en lo que son nuestros hijos o lo que sentimos sin ser mencionado. Pertenecemos a una cautelosa búsqueda de la identidad, al sentirnos cómodos con lo que somos, la crítica ante nuestra apariencia e incidencia. Es una realidad la cual habitamos, las manifestaciones cada día son más masivas porque esperan que los derechos sean equitativos, que seamos nosotros quienes les extiendan las manos y dancen al compás que normalizamos, en ser "normal". Somos un derredor ante la penuria ortopédica de las personas que luchan por su lugar, que los respeten sin sentir ese lazo prolijo que proviene de un insulto que consideramos sin importancia, sino como una "crítica constructiva".

Pensemos en Chile, el fenómeno de ser transgénero o de concebir en un acuerdo al matrimonio igualitario sea una solución al problema como se ha propuesto como ley no es eficiente. La educación que se relaciona con el trato que acogemos es el fuego que incendia y a la vez quema a los que los rodean porque es nuestra culpa en como Chile resuelve paradigmas en vez de corazones que sólo anhelan la justicia, aunque su huella sea inexistente, es su alma la que perdura y no nosotros quienes la rechazamos a pesar de todo.

Ser bisexual, trans, queer, homosexual ya no debe importar. El ser un humano no se define por su etimología sexual, es cuestión de apreciar brazos que deben ser comprendidos, amados y sobre todo tratados como deberían ser porque la humanidad no es un léxico perteneciente a un diccionario, es una distopia aprendida en sí, es esa revolución que resiste ante los prejuicios, desarraigo y los bendecidos que coexisten en un hogar.

Son lugares seguros del cual somos los ejecutivos de emprender. Por ende, educar no es una obligación es un salvavida de madurar por nosotros y la comunidad que ansía que nuestra voz no cruce el horizonte, más bien los deseos de consuelo que por años luchan en cierre ante la ironía que esclavizamos por el miedo al ser juzgados a la empatía que tanto hemos perdido.

 

*Estudiante secundaria de Hualqui

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