Mi infancia, la CORVI y la heroica abuela Margarita

Les voy a contar una historia a propósito de la heroica abuela Margarita (que cuando éramos niñxs nos retaba cuando le pisábamos las plantas).

Ese es el lugar, dónde la heroica abuela Margarita defendió al alcornoque, es el lugar donde crecí (dónde aún viven mi mamá y mi abuela), casas pareadas construidas por la CORVI -Serviu de la época y nombre con el que se le reconoce popularmente a ese sector- en los años 60.

La CORVI, planificó estás viviendas con unos Jardines en el centro de las dos hileras de 10 casas cada una, que se posan frente a frente. Los jardines contaban con muchas especies de hierbas, árboles y arbustos que los mismos vecinos plantaron.

La municipalidad nunca se hizo cargo de ese lugar, ni de los jardines, que al tener vegetación drenaban el agua -que es la parte bonita de la historia-, ni de la anegación de cada invierno producto de que las calles laterales a esos jardines no están pavimentadas. A veces en los inviernos muy lluviosos, si no tenía botas de agua para pasar por las pozas gigantes de agua, para ir al colegio, me tenía que dar la vuelta a la manzana buscando un camino sin agua. Después de la lluvia, era juego para niños, humedal para aves y piscina para perros.

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Pasó el tiempo y los vecinos del lugar empezaron a adquirir automóviles y por lo tanto, los jardines ya no eran el drenaje hermoso y natural para el agua de la lluvia, sino que un estorbo para poder estacionar sus autos. Por esa razón, los mismos vecinos del lugar han pedido que saquen estos jardines y pavimenten sus calles -no solo las laterales- ya que a eso le llaman «progreso». Quieren poner sus autos afuera de sus casas, lo que es comprensible hasta cierto punto y por eso piden que saquen los jardines.

De hecho, ellos también han arrancado especies, cortando laureles, grandes maticos, hinojos y una variedad de especies que lamentablemente la abuela Margarita no pudo defender.

En ese lugar hay una junta de vecinos que tiene un gran terreno, pero que por años estuvo ocupada -en su mayoría- por hombres alcohólicos que tenían un gran patio para jugar rayuela (sobre todo de la corta) y juntar basura.

Cuando era niña, en esa junta de vecinos había una mesa de ping pong para que lxs niñxs fuéramos a jugar y cuando íbamos, nos daban miedo los viejos borrachos que nos abrían la puerta, nos sentíamos incómodas con sus miradas lascivas, por lo que nos íbamos a la calle, a parar a las esquinas. El espacio que era de todos estaba ocupado por el desempleo, el alcoholismo, el abandono y la decepción.

Así han pasado los años en este lugar, con el deterioro el abandono y la falta de espacios.

La abuela Margarita -a quien la gente ve con emoción por su valiente acto- es una muestra de que, en esa ciudad que ha sido símbolo de la contaminación durante décadas, rodeada de playas contaminadas, de humedales «rescatados», de pingüinos varados, de mariscadores y pescadores exiliados a otras labores, personas intoxicadas por mano de las industrias, desempleo, desorganización y falta de educación, aún queda un poco de amor y fuerza para aferrarse a la vida.

 

Por Francisca Galdames, Profesora

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