Por Rodrigo Muñoz, exmilitante del MIR, miembro de la Mutual Bautista Van Schouwen
Hace 56 años surgió en Chile el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Era el 15 de agosto de 1965 cuando en un local del Sindicato de los Trabajadores del Cuero y el Calzado, ubicado en calle San Francisco N° 264 de Santiago, se congregaron alrededor de 60 revolucionarios y revolucionarias, procedentes de diversos lugares del país, con el propósito de dar nacimiento a una organización revolucionaria de nuevo tipo.
En ese congreso fundacional confluyeron organizaciones y personas de variados orígenes: sindicalismo clasistas, partido socialista revolucionario, partido socialista popular, vanguardia revolucionaria marxista, fracción autónoma juventud comunista, anarquistas libertarios y de izquierda socialista sin filiación. El congreso eligió como miembros del primer Comité Central a Enrique Sepúlveda (elegido a su vez secretario general), Humberto Valenzuela, Clotario Blest, Oscar Waiss, Gabriel Smirnow, Luis Vitale, Jorge Cereceda, Martín Salas, Dantón Chelén, Miguel Enríquez, Luciano Cruz, Bautista van Schouwen, Patricio Figueroa, Edgardo Condeza y P. Zapata. Entre la generación de fundadores destacan las compañeras Herminia Concha Gálvez, Carmen Pérez y María Concha.
Hoy, aquel MIR ya no existe. Pero ¿Qué hace que siga vivo en la memoria del pueblo? Puede ser el hecho que el MIR fue protagonista fundamental del período más álgido de toda la historia de Chile en el Siglo XX. Puede ser el hecho de que la radicalidad revolucionaria del accionar del MIR remeció hasta los cimientos a la política chilena. Puede ser el hecho de que el MIR resistió y combatió a la dictadura con vocación rebelde y decisión inclaudicable. Puede ser el resultado de una historia plagada de ejemplos de entrega, de solidaridad, de compromisos, de sacrificios. Puede ser el hecho de que siguen pendientes de solución las causas sociales profundas de injusticia y desigualdad que dieron origen a su creación.
También puedes leer | 56 años del MIR: El proyecto de trabajadoras/es del campo y la ciudad
La explotación usurera de los trabajadores, la expoliación de los mineros y de las riquezas de la tierra, el sometimiento endémico de los campesinos, el abandono despiadado de los pobladores urbanos marginados, la proliferación de los desposeídos, eran algunas de las plagas que azotaban sin solución visible a la sociedad y al pueblo chileno de los años 60. Cada intento de los oprimidos en pos de aglutinar fuerzas para luchar por conquistas que significaran mejoras en sus condiciones de vida, era rápida y ferozmente reprimidas por los guardianes de los dueños del poder y la riqueza.
Este escenario de injusticia, opresiones, desigualdades y represiones tenía como telón de fondo una clase política chilena ocupada en proteger los intereses de las clases dominantes. Algunos, la derecha conservadora, se esforzaban por mantener las condiciones de miseria y de pobreza de la mayoría para garantizar el enriquecimiento y opulencia de su clase poderosa y decadente. Otros, la llamada derecha liberal y de centro, trataban de lograr mayores o mejores cuotas en el reparto del botín y de los privilegios de explotación que los gobiernos de la época debían moderar. Pero también otros, la izquierda tradicional, con más de 60 años de vida política activa, eran ya parte inherente de esa clase política institucional, es decir, complaciente consigo misma y conviviente sumisa del sistema de dominación imperante.
Para mantener las apariencias de democracia y dirimir sus diferencias en el usufructo del poder, cada cierto tiempo, las clases dominantes nos ofrecían participar de procesos electorales haciéndonos tragar la ilusión de que por esa vía se realizarían las aspiraciones populares. Es en ese contexto que algunos grupos revolucionarios de la izquierda se proponen iniciar un camino de articulación política para luchar contra el sistema dominante. Este camino tiene su expresión primaria en la realización del Congreso fundacional del MIR.
Desde su nacimiento el MIR se define como una organización de izquierda revolucionaria. Eso quedó inicialmente expresado en los postulados programáticos y definiciones teóricas, y se ve reafirmado en las precisiones y lineamientos de los primeros años:
Caracteriza la lucha que el proletariado y el pueblo deben llevar adelante como una lucha por la conquista del poder y por la realización de la revolución socialista (cuestiones desechadas de los análisis y de los objetivos de los partidos de la izquierda tradicional).
Define un programa que identifica y expresa los contenidos proletarios, nacionales y populares de la propuesta revolucionaria, proletaria y socialista.
Se define como una organización marxista-leninista y adherente del internacionalismo proletario.
Introduce el concepto de la lucha armada al definir que la estrategia de los revolucionarios debe ser político-militar y tener como objetivo el derrocamiento del sistema capitalista mediante una guerra revolucionaria de carácter prolongado.
Integra el concepto de 'pobres del campo y la ciudad', para definir a los aliados del proletariado sobre quienes el MIR concentra su preocupación fundamental.
Incorpora el uso de la acción directa y la violencia revolucionaria de las masas como un elemento legítimo y esencial de las luchas populares.
Proclama que el MIR se funda con el fin de preparar y organizar, rápida y seriamente, la revolución socialista en Chile.
Y, en función de todo ello, le imprime al partido una concepción de organización político-militar, caracterizada por militantes comprometidos con la causa, con una sólida formación política y una entrega sin restricciones a las exigencias de la lucha.
Estas cuestiones, que hoy pueden parecer obvias, en esa época fueron un elemento innovador, transgresor y subversivo. Además, prefiguraba al movimiento rebelde como una entidad potencialmente peligrosa para la estabilidad de las clases dominantes y para el predominio de las posiciones tradicionales en la izquierda. Pero, en todo caso, hasta aquí no se trataba más que de un conjunto de formulaciones teóricas.
A partir de allí se inicia un largo, áspero y persistente proceso por tratar de convertir a esta naciente organización en una verdadera fuerza revolucionaria. Fuerza revolucionaria que no solo debía ser la manifestación de una voluntad o de un deseo de desarrollar una actividad política más radical, sino que debía convertirse en el genuino partido de vanguardia de la clase obrera y el pueblo. Sin embargo, de las posturas teóricas había que pasar a la práctica.
En este arduo andar es donde representan un papel preponderante la generación joven entre los miembros fundadores. Nos referimos al grupo encabezado por Miguel Enríquez, Luciano Cruz, Bautista van Schouwen y varios otros. En el tercer congreso, de diciembre de 1967, Miguel asume la secretaría general del MIR; es bajo la preeminencia de estos hombres que se forja realmente el MIR.
Es entonces cuando comienzan a surgir y a plasmarse los elementos distintivos que le dieron vida, fuerza y carácter al MIR. El más importante de estos elementos tal vez sea la nueva manera de hacer política que introdujo. No bastaba con tener un correcto análisis de la realidad, un acertado diagnóstico político y una extraordinaria declaración de intenciones: había que transformar todo eso.
No bastaba con postular que se era revolucionario: había que demostrarlo. No bastaba con proclamar que se quería hacer la revolución: había que empezar a hacerla. Y el MIR se abocó a esa tarea en cuerpo y alma.
El MIR sacó la política de la izquierda del impasible molino de viento de los cíclicos procesos electorales y la llevó a la bullente caldera de la lucha de clases cotidiana. Es cierto que la mayor parte del núcleo fundador estaba constituido por jóvenes profesionales, intelectuales y estudiantes, y eso no era tan diferente de la conformación de las cúpulas de los partidos de izquierda o de otros grupos radicales también autodenominados revolucionarios. La diferencia está en que los miristas no se quedaron allí, ni adormecidos en la comodidad de su origen ni abanicándose con los clásicos del pensamiento socialista. Se fueron a donde estaba el pueblo.
Los dirigentes y forjadores fueron al pueblo armados de una profunda decisión de hacer parir una revolución de verdad, con la convicción de que la acción directa de las masas abriría el camino de real solución a las demandas populares.
Fueron a las calles a generar acciones y conducir movilizaciones del pueblo; a los potreros y sitios eriazos a conducir tomas y levantar campamentos de pobladores sin casa; a los campos a apoyar las corridas de cerco y la recuperación de la tierra para el que la trabaja; a las minas y centros industriales a tratar de encender la chispa de luchar por un futuro mejor para el proletariado. Y, por añadidura, siguieron haciéndose fuertes al calor de las luchas y movilizaciones del estudiantado, empleados y trabajadores públicos.
Pero el MIR no sólo fue hasta donde estaba el pueblo sino que se quedó allí de viva voz y de cuerpo presente, haciéndose parte y sintiéndose carne de las masas populares. Y allí comenzó a crecer. Allí, con el pueblo, empezó a realizar las tareas propias del camino revolucionario. Allí, junto al pueblo, comenzó a aprender, a crear y recrear la línea política, las precisiones tácticas, los métodos y formas de lucha. Por su parte, los sectores proletarios a los que el MIR tenía acceso y los pobres de la ciudad y del campo en donde se fue enraizando, veían que la práctica de lucha concreta del mirismo se transformaba en aportes y ejemplos para la causa de la revolución. En síntesis, hizo un proceso de desarrollo revolucionario protagonizado por el pueblo.
El MIR no inventó las movilizaciones callejeras, simplemente las radicalizó y les cambió el carácter, convirtiéndolas no sólo en expresiones de reclamo sino en manifestaciones de una decisión de lucha. No inventó las tomas de terrenos, pero las multiplicó y dignificó como instrumento legítimo de resolver el problema de la vivienda. No inventó las corridas de cerco y las tomas de fundos, pero las convirtió en un instrumento de lucha que terminó por transformar los campos, liberar a los campesinos, y hacer parte al pueblo mapuche de las luchas del pueblo chileno, y viceversa; no inventó las tomas de fábricas, pero las convirtió no solamente en un instrumento de lucha reivindicativa de los trabajadores, sino también en un medio de lucha política y de generación de poder popular.
Es en la experiencia concreta, entonces, que el MIR demuestra su vocación revolucionaria, su compromiso con el proletariado y los pobres de la ciudad y del campo, su decisión de liderar al pueblo hacia la conquista del poder. Es en esa misma experiencia en donde el pueblo aprende a reconocer en estos rebeldes miristas a genuinos camaradas de causa y auténticos compañeros de lucha. Así es como, desde el pueblo, emergieron los nuevos militantes y las nuevas bases que le dieron cuerpo de partido a la estructura del MIR.
Es así también, como las políticas revolucionarias comienzan a ser conocidas y difundidas por todo el pueblo. Los sectores de las masas más conscientes y radicalizados fueron aceptando y adoptando de manera progresiva posturas y planteamientos revolucionarios, sin que por ello se propusieran hacer un camino de militancia, pero que exigía darle una estructura, participación y conducción específica, propia e independiente. Ello dio nacimiento a los frentes revolucionarios de masas, otra de las formas innovadoras con que el MIR propaga las políticas revolucionarias, expande la acción directa y ejerce su influencia.
El Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR), el Movimiento Campesino Revolucionario (MCR), el Movimiento de Pobladores Revolucionarios (MPR), el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER) y el Movimiento Universitario de Izquierda (MUI), fueron la expresión física -aunque no la única- de esta masiva extensión de las organizaciones, de la fuerza y de la política revolucionaria en el seno del pueblo.
Durante el auge popular producido en el gobierno de Allende, las expresiones revolucionarias de las masas se multiplicaron. Las acciones directas, las tomas de fábricas y fundos, los campamentos, las movilizaciones, fueron dando espacio y creando condiciones para que empezara a germinar la idea de construir el poder popular en el transcurso de la lucha. Aunque esta política de poder popular no alcanzó a tener un gran desarrollo, sirve para demostrarnos el camino de asunción revolucionaria que el pueblo fue adoptando y de cómo se iban estrechando los lazos entre las masas y la conducción que el MIR trataba de ejercer.
El golpe de Estado y la irrupción de la dictadura militar puso término a una época de efervescencia popular y canceló la posibilidad cierta de derribar el sistema capitalista. Pero también puso a prueba la fortaleza y la consecuencia de la organización. Y de nuevo el MIR confirma su postura revolucionaria de ser parte del pueblo y su destino. Esa actitud el pueblo la valora y no la olvida. No olvida que fue el MIR quien levantó una política de resistencia a la dictadura desde el primer momento de ocurrido el golpe. Valora que fue el MIR el que decidió permanecer en Chile con sus dirigentes y militantes levantando la política de no al asilo.
Tanto la actitud como la actividad desarrollada por el MIR durante los 17 años de dictadura son testimonio de la lealtad revolucionaria con el pueblo. Cuestiones éstas que el pueblo sabe apreciar:
Los esfuerzos por levantar una resistencia popular en los frentes sociales desde los primeros meses del régimen tirano.
Los afanes por construir nuevas organizaciones de masas desde la dispersión más vasta y desde el temor más profundo provocado por la implacable represión militar.
La presencia de una constante propaganda clandestina que por diversos medios y formas trataba de llevar ánimo y doctrina hacia los sectores populares.
El despliegue de la propaganda armada desde sus rudimentos artesanales hasta llegar al uso de mecanismos más sofisticados.
El desarrollo de mitines y movilizaciones populares que comenzaron a romper la aplastante atomización de los primeros años de dictadura.
La presencia disimulada en organismos sociales y culturales que sirvieron de bastión y de biombo para el despliegue de una actividad anti dictatorial en la defensa de los derechos humanos y derechos del pueblo en general.
La persistencia de resistir y enfrentar a la dictadura a pesar de los duros golpes represivos que sufría la organización.
La evidencia de una política de retorno clandestino de los militantes que habían sido arrojados fuera del país.
El accionar de una fuerza militar de la resistencia que poco a poco, desde fines de los años 70, comenzó a abrirse paso cuando nadie creía que fuera posible.
Los intentos por concretar el desarrollo de fuerzas guerrilleras rurales en la zona sur del país, tanto en Neltume, como en Nahuelbuta y otros lugares.
El impulso de acciones directas de masas en demanda de sus reivindicaciones o en el marco de protestas y levantamientos locales contra el régimen.
La existencia de una política de milicias que surgía de las mismas necesidades y capacidades de las masas.
Todo ello es demostración de una consecuencia permanente con el pueblo, y también de coherencia entre el decir y el hacer.
Es cierto que todo este proceso deviene en una derrota de los revolucionarios y del MIR. A fines de los años 80 el partido terminó desintegrado no sólo por la cruenta represión dictatorial, sino también por los estropicios políticos, ideológicos, orgánicos y morales provocados por una lucha demasiado desigual. Sin embargo, en el camino había quedado regada una semilla rebelde en vastos sectores del pueblo.
A lo largo de su historia, el MIR dejó un sendero de compromiso, de audacia, de consecuencia, de lealtad y de sacrificio, marcado a fuego con el ejemplo de sus mejores militantes y dirigentes. Este es el legado del MIR. Aquello el pueblo lo valora, lo aprecia y no lo olvida. Por eso respeta a nuestros héroes y mártires porque sabe que ellos cayeron luchando por el ideal revolucionario de construir para el pueblo un futuro mejor, más justo, más digno, más libre, más solidario. Ese es el paradigma del MIR que hace que siga siendo parte sustantiva de la historia y de la memoria popular.