La tarde de ayer tuvimos un claro recordatorio de la tragedia que significó el terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010. El enjambre sísmico que se desató luego del terremoto grado 7 de las 17:06 horas volvió a reabrir las heridas y sensaciones de una situación que aún no se logra superar emocionalmente por el conjunto de la población penquista y de todo el borde costero de la región.
Por eso suena como a burla los afanes de las autoridades de gobierno por celebrar, como si fuera motivo de fiesta, el primer año de ocurrido el terremoto y maremoto del año pasado. También ayer sonaron como a burla los afanes de la Onemi y del gobierno por minimizar la magnitud del sismo del viernes, como si eso fuera a reducir la magnitud del daño humano que la población ha sufrido durante todo este año.
Al contrario, porque ocurre que hasta el más inexperto de los ciudadanos tiene ya incorporado el sismógrafo que le ha creado el instinto y la experiencia. La población sabe medir si un sismo es grado tanto o cuanto sin esperar la opinión de los eruditos; más bien la medición de los aparatos y de los expertos solo sirve para confirmar lo ya sabido. Así es que cuando el Subsecretario de Interior, señor Ubilla, o el señor gerente que dirige la Onemi, salen diciendo brutalidades uno cree que le están tomando el pelo y no puede menos que pensar:
¿Porqué no se preocupan de bajar los precios de los productos de la canasta básica en lugar de estar rebajando magnitudes o intensidades como si se tratara de una chacota? ¿Así es como bajan también la tasa de cesantía? ¿Porqué alguien no les avisa que ahora están en el Palacio de Gobierno y no en la Bolsa de valores? ¿Porqué no dejan de tratar a la población como estúpidos?
De manera que no son solo las constantes e incesantes réplicas las que mantienen las heridas abiertas. También son causales directas estas burlas de políticos inescrupulosos. Causales mayores, sin embargo, son la nula capacidad de reconstrucción que han mostrado las autoridades de gobierno. Reconstrucción de infraestructura, viviendas, fuentes de trabajo, actividad del comercio, instalaciones educacionales y de salud, etc. en el mejor de los casos han recibido soluciones parches pero nada definitivo ni de largo plazo. Soluciones parche que, por lo demás, han significado negociados inmensos para proveedores de salmuera y ganancias fastuosas para empresas especializadas en birlarle al estado cuanto peso puedan; como ha quedado de manifiesto con el asunto de los puentes en Concepción, o con los "estudios" para demoler los edificios condenados a demolición.
Ya hemos constatado, en innumerables situaciones, que la emergencia provocada por el terremoto y maremoto solo fue vista como una buena oportunidad de negocios. En brazos de la corrupción, desatada y amparada desde las altas esferas, se urdieron pingues ganancias. Claro, algo se avanzó en solucionar la emergencia, al menos de la parte más visible como las mediaguas y las escuelas. Pero las condiciones de vida de los campamentos (o aldeas como le llaman los siúticos gobernantes) siguen siendo de una emergencia vergonzante y dramática; las condiciones de vida y trabajo en las caletas y poblados de la costa es deplorable; los edificios colapsados continúan colapsados y dejando una estela de afectados a quienes les cambió la vida luego del desastre (les cambió para peor y a nadie parece importarle). Así suma y sigue lo que parece ser una emergencia permanente.
La situación no es para estar celebrando ni conmemorando nada. La situación no está para shows mediáticos que buscan jugar (y ganar plata) con la desgracia de una población golpeada por la tragedia, como hicieron con los mineros en su momento; La situación no está para cuentos, ¡déjense de joder!
Foto: Vecino del camkpamento Baquedano de Penco, sacando el «aislante térmico» que le fue entregado para su mediagua, llamado «lana de celulosa», que no era otra cosa que papel de diario picado (se notaban hasta las letras de los matutinos).
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