Felipe Valenzuela Jara*/ resumen.cl
Al retomar las clases, luego del paro docente, recogí la «carpeta portafolio» que contiene la documentación referida al proceso de evaluación de desempeño al cual este año fui convocado. Para este 28 de agosto está fijada la entrega de la autoevaluación, uno de los «instrumentos» de este dispositivo.
Luego de revisar el contenido de la «carpeta portafolio» he confirmado lo que pensaba del Sistema de Evaluación Docente:
Que no evalúa el desempeño docente, sino que lo hace sobre una demostración especialmente preparada para esta instancia, respecto de la cual se establecen juicios de correspondencia con los atributos y acciones establecidas en el «Marco para la Buena Enseñanza» (MBE), un documento publicado por el Ministerio de Educación el año 2003.
Si bien, en su presentación se declara que «este instrumento no pretende ser un marco rígido de análisis que limite o restrinja los desempeños de los docentes…», para el caso del Sistema de Evaluación Docente, el MBE constituye el eje de la acreditación de un docente de la educación municipalizada.
De este modo, la mentada evaluación docente constituye un ejercicio en el cual, para lograr la acreditación necesaria, se debe exhibir una imagen correspondiente con los preceptos del MBE, es decir, un «saber responder» de acuerdo a los criterios esperados. En este sentido es clarificadora la presentación del documento «Manual Portafolio», incluido en la «carpeta portafolio», donde se puede leer: «En este instrumento usted tiene la oportunidad de presentar su mejor desempeño. Por esa razón, cuenta con tres meses para desarrollarlo, se le informa oportunamente la fecha y hora en que será grabada una de sus clases y puede seleccionar qué muestras de su trabajo presentará.» Frente a estas afirmaciones, es necesario cuestionarse, al menos, si la intención del Ministerio de Educación es realmente evaluar el desempeño docente o bien, buscar una demostración especialmente preparada, una suerte de performance, un espectáculo.
Observaciones políticas
a.- El Sistema de Evaluación Docente pone de manifiesto que para sostener la función normalizadora de la institución escolar es necesario que el profesorado esté en forma o, como se dice, estandarizado. La función uniformadora de la escuela está inscrita en sus orígenes y para quienes tengan duda de ello, pueden consultar las ideas de figuras como Domingo Faustino Sarmiento, a quien el Estado de Chile le encomendó la creación de la Escuela Normal de Preceptores a mediados del siglo 19.
Constatar el rol que la institución escolar tiene para el aparato estatal permite entender la arbitrariedad y la unilateralidad con que se implementan las diversas decisiones y, por más que se reconozca que el Marco para la Buena Enseñanza y el Sistema de Evaluación Docente emergieron de una Comisión Tripartita, entre el Ministerio de Educación, la dirigencia del Colegio de Profesores (con Jorge Pavez a la cabeza) y la Asociación Chilena de Municipalidades, éstos constituyen una arbitrariedad, fundamentalmente porque este decálogo de la labor docente y su método de evaluarla se legalizaron sin consensuar un proyecto educativo entre los agentes involucrados en él.
Actualmente, los y las profesoras que laboramos en el sistema municipal nos regimos por el Estatuto Docente, el cual, en el artículo 14, establece el carácter consultivo de nuestra participación respecto a las decisiones concernientes a nuestro propio desempeño. Frente a ello, creo que, en tanto la participación del profesorado de un establecimiento no sea vinculante, no se pueden establecer instancias deliberantes sobre el proyecto educativo de un establecimiento, de una comuna, provincia, región o nación y, menos, esperar que surjan orientaciones pedagógicas y sistemas de evaluación docente validados por éstos.
b.- En el discurso del Ministerio de Educación y de las instituciones que le otorgan apoyo técnico se propagan diversas falacias argumentativas, una de ellas es la del falso dilema, con la cual se da a entender que sólo caben dos posiciones para el profesorado: estar dispuesto a la evaluación de su desempeño o rechazarla. Al margen de las repercusiones que esta falacia tiene en el ámbito social, podemos afirmar que esta afirmación es bastante restrictiva para la revisión de los propios procesos educativos, pues limita el ejercicio de la evaluación al mecanismo que el MINEDUC ha dispuesto para ello, no contemplando la posibilidad de otros.
No estoy en contra de los procesos de evaluación en sí mismos, al contrario, creo que son fundamentales en el emprendimiento de cualquier proyecto. No obstante, eso no implica una privación a discutir sobre sus condiciones.
A diferencia del mecanismo impuesto por el Sistema de Evaluación Docente, creo que la evaluación debe ser constante, colectiva y eficaz. O sea, su antítesis, en la medida que el Sistema de Evaluación Docente es:
-esporádico, en tanto se aplica cada cuatro años, reproduciendo el ritual del examen e induciendo a que la focalización de la atención de los docentes esté en (saber) contestar a los requerimientos del instrumento de evaluación y no en su desempeño.
-individual y burocrática, en tanto la institucionalidad aísla al evaluado para exigir su participación en procedimientos irrelevantes para la práctica pedagógica.
Al respecto, en un reciente artículo, los académicos de la Universidad Austral de Chile, Javier Vega Ramírez y Alberto Galaz Ruiz, afirmaron que en su investigación, "los resultados obtenidos, una vez filtradas la totalidad de casos posibles de ser investigados, nos colocan ante la evidencia que no habría mayor influencia del proceso de evaluación [docente] sobre los resultados de los estudiantes". En ella, se estableció un grupo de análisis, "constituido por escuelas que poseen un curso único en 4° básico y que registran un profesor sometido a evaluación docente que opta por evaluarse en el mismo curso y nivel controlado. Este procedimiento asegura una muestra similar para comparar con un grupo de similares características, tanto en dependencia, número de alumnos, cantidad de cursos, grupo socioeconómico y ruralidad, conservando como única diferencia el contar con un profesor que ha sido sometido o no a evaluación docente. Los resultados del análisis arrojan que ambos grupos tienden a tener resultados homogéneos [en el SIMCE], tanto en Lenguaje y Comunicación como en Matemáticas. De hecho, aplicando todos los factores de análisis, la diferencia en los promedios al segundo año de análisis (primero de observación, año de aplicación de evaluación docente) es inexistente, similar al tercer año…".
De acuerdo a estos y otros antecedentes, los investigadores plantean que "ninguna de las pruebas estadísticas confirma la hipótesis de existencia de una influencia significativa sobre los resultados de aprendizaje de los estudiantes, expresados en los resultados de la prueba SIMCE, si consideramos con factor diferenciador el estar o no sometido al proceso de evaluación docente".
c.- La evaluación docente se pone en cuestión, pero es también necesario que se revise el sistema escolar completo y el cumplimiento de los objetivos que públicamente se han puesto en él. En mi opinión, la ausencia de este ejercicio es el contexto en que el profesorado pierde progresivamente posibilidades de desarrollar una labor creadora y un trabajo coherente a las necesidades de su comunidad y, ante este escenario, sólo cabe la articulación de acciones orientadas a "desescolarizar el sistema escolar", o sea, conquistar espacios de decisión, convirtiendo en letra muerta la copiosa cantidad de imposiciones.
Como otras arbitrariedades, el Sistema de Evaluación Docente, constituye un mecanismo gravoso y degradante para el profesorado y, en razón de ello, he resuelto no someterme a éste.
* Profesor de establecimiento municipal. Comuna de Florida, Región del Bío Bío.