Ocaso de una época, desafíos de futuro

Las elecciones primarias presidenciales de algunos pactos de partidos, registradas ayer, vuelven a dar otro palazo de tierra a la sepultura de la añosa y descompuesta clase política chilena. Los resultados son una contundente evidencia de que la ciudadanía está trazando su propio rumbo, utilizando todos los mecanismos y formas que le sean posibles para lograr construir un Chile mejor, distinto del que hemos sufrido por décadas. Asistimos al ocaso de una época pero en donde el pueblo chileno ha abierto sus propios caminos de futuro.

El resultado electoral de estas primarias no dejó de causar algunas sorpresas. Por una parte, se registró una significativa participación ciudadana de más de 3.140.000 electores, superior a las referencias comparativas anteriores, lo que no deja ser llamativo pues la contienda se produjo en un fin de semana largo en donde una buena cantidad de personas se desplazaron desde sus lugares de residencias hacia zonas de balnearios. Contando, como complemento de fondo, con el incentivo de "liberaciones" a las restricciones sanitarias que entusiastamente ha implementado el gobierno en funciones y el Minsal, como fórmula mágica de ignorar la pandemia para fomentar vacaciones por doquier. Además, esta elección de primarias no contó con la concurrencia de tradicionales partidos políticos de la casi desaparecida Concertación (PDC, PPD, PS, PR) cuya base electoral bien podía restarse de acudir a votar en esta jornada.

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A pesar de ello, se produjo una importante participación ciudadana que vuelve a dejar de manifiesto que la población no está dispuesta a ceder gratuitamente ningún espacio en el que pueda expresar su posición u opinión; en esta dinámica participativa la población más joven ha ido cobrando cada vez más protagonismo e incidiendo en los balances de los procesos eleccionarios recientes.

Sin embargo, lo más significativo es la nueva derrota de la derecha expuesta a la voluntad de la ciudadanía. Los candidatos del pacto Chile Vamos que representa al gobierno en funciones y a los sectores pro empresariales y más conservadores de la política chilena, volvieron a sufrir un revés pues, comparativamente, redujeron su votación respecto de anteriores eventos y lograron un 13% menos de votos (406.997) que el otro pacto en contienda, Apruebo Dignidad, representante de sectores progresistas.

Esta derrota de la derecha se suma a las anteriores y más determinantes sufridas en el plebiscito de octubre de 2020, en las elecciones de delegados y delegadas constituyentes y elecciones variadas que se realizaron en mayo pasado, y en la instalación de la Convención Constituyente realizada el 4 de julio. Este sector político que ha dominado el país en base a la fuerza, a la represión, a la coacción, a la corrupción, y sostenidos en un modelo instalado por la dictadura, está siendo definitivamente desplazado de los espacios de dirección política; está obligado por la fuerza de los hechos a renovarse o se pudrirá en la misma sepultura en que ya cayó la oprobiosa y despótica constitución pinochetista en que se sostuvieron por décadas.

Pero aún dentro de los pactos se producen sorpresas. En el pacto de la derecha, Chile Vamos, el reiterado candidato de la derecha más recalcitrante, Joaquín Lavín, vivió un nuevo fracaso en sus propósitos de convertirse en presidente, sufriendo una contundente derrota en manos de un oponente que se presenta como independiente, que representa al gran empresariado y al modelo neoliberal, pero que se intenta mostrar como una cara distinta a los conocidos rostros de la derecha pinochetista, conservadora y dogmática. También resultaron rotundamente derrotados los competidores de los otros partidos tradicionales de derecha.

En el pacto Apruebo Dignidad también puede considerarse sorpresivo el triunfo de Gabriel Boric por sobre Daniel Jadue aunque, de nuevo, la constante parece ser el descrédito de los viejos partidos tradicionales frente a expresiones de nuevas agrupaciones y nuevos rostros. Lo cierto es que, además de la derrota de la derecha, esta contienda de primarias arroja como resultante la debacle de los partidos políticos de la descompuesta clase política chilena.

También puede considerarse una expresión más de esta añosa clase política, el dato de que ninguno de los pactos llevó mujeres a la disputa electoral; ninguno de los cuatro de la derecha, ninguno de los dos del pacto progresista, tuvieron en cuenta la participación de la mujer. Como sea, lo que parece indiscutible es que cualquiera sea el gobernante que surja en las elecciones de noviembre, o en la segunda vuelta presidencial, el próximo será una especie de gobierno de tránsito cuya principal obligación será la implementación de los dictados y leyes que surjan de la nueva constitución de que el país debe dotarse en el futuro próximo inmediato.

 

Desafíos constituyentes

Ha sido el propio pueblo el que fue construyendo esta senda de recambio en la política nacional. Y no lo ha hecho en torno a una actividad partidista sino a una lucha social expresada en manifestaciones, movilizaciones y marchas que remecieron al país entero. Del Estallido Social en adelante comenzó a trazarse un nuevo camino. No siempre ha tenido el decurso que el pueblo se proponía, pero ha ido en constante avance. No fue Asamblea Constituyente como el pueblo exigía en las calles, por ejemplo, pero se llegó al plebiscito y a la elección de los delegados a la Convención Constituyente.

La puesta en funciones de ésta ha estado marcada por las trabas -deliberadas o no- surgidas de las responsabilidades del gobierno en funciones de generar las condiciones óptimas y mecanismos prácticos necesarios para el desempeño de los convocados y convocadas a elaborar la Nueva Constitución que mandató el plebiscito de octubre pasado.

El significado y contenido innovador que representó la ceremonia de instalación de la Convención no resultó del agrado de los ocupantes de La Moneda y se han ocupado de poner piedras en el camino que debe seguir este proceso constituyente. Los desafíos iniciales consisten, precisamente, en sortear estos obstáculos y cortapisas que los representantes del poder establecido y de la autocracia de las elites gobernantes se han dispuesto a levantar como método de respuesta a sus desastrosos resultados electorales.

Como siempre ocurre, la derecha y las clases poderosas no se resignan a aceptar las derrotas que le infringe la ciudadanía a través de los propios métodos de participación que han diseñado para dar forma a una democracia simulada y manejada por los detentores del poder.  En ese escenario es que los constituyentes deben forjar las condiciones necesarias para ejercer soberanía y garantizar independencia en el hacer de su trabajo pero, lo más importante de todo, cumplir el mandato de elaborar una nueva constitución teniendo como norte responder a las exigencias y demandas que el pueblo chileno ha expresado en las calles y ratificado en las urnas cada vez que ha tenido ocasión de hacerlo en el curso del último año.

Una de las cuestiones centrales que esa nueva Carta Magna debe incorporar es, precisamente, el diseño de un nuevo modelo de administración y de organización política del país, democrática e integradora, así como de garantizar la efectiva participación ciudadana en las decisiones relevantes en los diversos niveles administrativos que se dispongan. La necesidad de renovación de la política también fue una exigencia de las luchas populares pues el pueblo chileno no está dispuesto a seguir aceptando los grados de descomposición a que han llegado los actuales componentes de la clase política institucionalizada. Por lo mismo, tampoco es posible que sigan produciéndose elecciones de representantes  y designaciones de autoridades carentes de una legítima representatividad.

Estas cuestiones y todas aquellas que demanda la elaboración y construcción de un nuevo cuerpo constitucional está en la agenda y en las capacidades de los convencionales constituyentes. Los resultados electorales que se han producido en estos días, más allá de la relevancia interna para los pactos partidistas implicados, contiene un mensaje de la ciudadanía hacia los constituyentes: continuar con los cambios que el pueblo inició y perseverar en las demandas que el pueblo demandó.

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