Por Mimi Cavalerie Salazar
Barrio Oriente Concepción
Actualmente la ciudad de Concepción está pasando por un período complejo. Se está trabajando en una nueva modificación al Plan Regulador Comunal (PRC), un documento que entrega las directrices de cómo se debe construir la ciudad. Pero, de momento ¿qué ciudad es la que se está construyendo? ¿Es una ciudad pensada para todos y todas? La forma de construir con torres en altura, con departamentos de 1 y 2 dormitorios, en espacios muy reducidos no aptos para familias completas, y con un alto costo para un ciudadano que no gana más de $554.493.- bruto ¿es realmente democratizar la ciudad?
Para entender la frase "democratizar la ciudad o el centro" hay que hablar, no sólo sobre la comercialización de viviendas, sino también sobre la vida pública de las ciudades.
La vida pública, es lo que las personas crean cuando se conectan entre sí en los espacios públicos: las
calles, plazas, parques y espacios de la ciudad entre los edificios. Se trata de las actividades cotidianas en que las personas participan de manera natural cuando pasan tiempo juntos. La vida pública se compone de momentos cotidianos o fugaces: compartir un banco con un desconocido, disfrutar de un picnic en un parque, saludar a los vecinos en los negocios de barrio o ver una actuación en vivo en pleno centro de nuestra ciudad. La vida pública es que niños jueguen en una plaza o parque o en el pasaje donde viven, es ver a personas con capacidades diferentes desplazándose con plena independencia, o ver interactuar a personas de la tercera edad en una vereda con sol o participar como manifestantes reunidos en una plaza.
Para que la vida pública florezca, la ciudad debe sentirse segura al caminar en cualquier momento del día. Mientras más personas la usan, hace que nuestras calles y espacios públicos sean más agradables (Jane Jacobs, urbanista norteamericana, planteaba que las miradas de las personas tenían que volcarse hacia la calle). Contrariamente, cuando los espacios están diseñados para ser defensivos e incómodos para ciertos grupos, pueden volverse poco acogedores para todos. La vida pública debe ser accesible para personas de todos los orígenes, para lograr una ciudad más justa, equitativa y vibrante. Toda persona tiene derecho a la vida pública. Así como a una vivienda que permita el desarrollo integral de sus sueños y proyecciones. Esto es democratizar la ciudad, en un nivel fundamental, tenemos que eliminar las barreras a la participación y facilitar que más personas puedan pasar tiempo en estos espacios. Esa es la clave para crear ciudades prósperas y democráticas y es un legado al que todo alcalde tiene el deber de aspirar.
Las ciudades son democráticas cuando los representantes ponen en primer lugar los deseos y las experiencias de las personas. Hagamos un juego, cierra los ojos y piensa en la ciudad que te gusta, piensa porqué te gusta, piensa en los elementos que aplicarías de esa ciudad en la ciudad donde vives. A menudo, serán ciudades donde la gente disfruta el estar fuera de casa compartiendo o sería estar en el mercado, en los museos o en los barrios con construcciones a escala humana.
Una vida pública robusta, puede fomentar un sentido de comunidad a medida que aprendemos a valorar nuestros puntos en común y los vecindarios. Ayuda a atraer talento a la ciudad, aumenta la competitividad económica y permite estilos de vida activos al facilitar el caminar y andar en bicicleta, por ejemplo. Compartir espacios públicos también puede promover la tolerancia, ya que las personas que difieren entre sí conviven e interactúan. Por lo tanto, se impulsa el compromiso cívico y nos invita a participar en la vida de nuestra comunidad. Por eso es que no da lo mismo cómo se construye en la ciudad.
Las investigaciones demuestran que una vida pública sólida también construye el capital social que la sociedad necesita para ayudar a las personas a salir de la pobreza y para promover una mejor salud. La Organización Mundial de la Salud, OMS, define la salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social. Planificar una ciudad para facilitar los tres estados de salud es, en esencia, una forma de planificar para la vida pública y democratizar la ciudad. Por eso es que no da lo mismo cómo se construye en la ciudad.
La ciudadanía organizada y participativa ayuda a iniciar cambios culturales en los gobiernos de las
ciudades que priorizan las dimensiones sociales a escala humana del entorno construido.
Los alcaldes, entonces, tienen que equilibrar muchos intereses en conflicto para responder al mandato de sus electores y en función de ello gestionar operaciones diarias mientras planifican el futuro. Sin embargo, todo el trabajo que realizan debiera estar orientado a contribuir y a garantizar que los espacios públicos y construcciones de viviendas (que es un derecho) sirvan como plataforma para que las personas prosperen saludablemente, y hay pocos legados mayores que un alcalde puede dejar que invertir en la vida de los habitantes de la ciudad que lo eligió.
Una ciudad democrática, es la que entrega todas las herramientas para la participación, transparentando e incluyendo en los procesos de modificación todas las visiones, con el objeto de incorporar aquellas que traigan beneficios a la mayoría de los ciudadanos y no a un solo grupo de poder. Es por esto, que no da lo mismo cómo se construye y se hace ciudad.