Hace unos días se vivió en todas partes del mundo el Día Mundial de la Salud Mental y en un escenario como el de Chile en donde las políticas públicas se ven enmarcadas por un modelo neoliberal, las condiciones tanto para niños, jóvenes, adultos y abuelos sigue empeorando las ya alarmantes cifras.
Por Makarena Sierra
El 10 de octubre del año 1992 fue el día en el que se conmemoró por primera vez en la historia el Día Mundial de la Salud Mental y, desde esa fecha, cada año este día tiene el objetivo de visibilizar y concientizar el trastorno mental más grave que están padeciendo los miembros de la sociedad global, ayudando a plantear soluciones y tácticas en apoyo a estos para que puedan sobrellevarlas.
Impulsada por la Federación Mundial Para la Salud Mental, desde el 2002 que esta efeméride trata de ir abordando cada año una temática distinta. Este año la jornada se centró en la prevención del suicidio con el lema "Conect@ con la vida", debido a que es la causa de muerte de cerca de 800.000 personas al año, las que dejan huellas irreparables en sus familiares y personas cercanas.
Según la Organización Mundial de la Salud, la primera causa de muerte en jóvenes de 20 a 25 años es el suicidio. Además, más de un 20% de las personas que pasan de los 60 años de edad sufren algún trastorno mental, siendo la demencia y la depresión las enfermedades más frecuentes.
Aquí entra el debate de qué estamos haciendo como país para mejorar esto, cuando cada año las tasas de suicidio van en aumento.
Una razón para entender esto es que nuestra forma de vivir como grupo humano. Estamos en una sociedad individualista, en la que debemos producir para un sistema que tiene una gran brecha socioeconómica. Por ejemplo, cuando dejamos llegamos a la vejez, dejamos de ser "útiles" para la sociedad, por lo que una etapa que se debería centrar en la reflexión y descanso, se transforma en un período en el que las condiciones de vida se van deteriorando, junto con el estado físico.
No somos capaces de detectar cuando poseemos alguna enfermedad mental. Hay miles de personas que viven con depresión no diagnosticada y esto es, justamente, porque nos negamos a la posibilidad de tenerlo y pasamos toda nuestra vida sin asumir que necesitamos ayuda profesional. Además, cuando logramos percatarnos y aceptarlo, nos encontramos con sistema de salud ineficiente que no siempre cubre consultas o tratamientos de psicólogos.
Cabe mencionar que, dentro del presupuesto nacional destinado a salud, sólo el 2,1% es para salud mental. El promedio mundial, entre países ricos y pobres, de recursos destinados a salud mental es 3%, mientras que el promedio OCDE, donde está Chile, es del 6%. Con respecto a esto, el psicólogo de la ONG Mente Sana explica que "tenemos malas políticas públicas y una forma errónea de entender la salud mental que hoy en día está más bien adscrita al consumo de psicofármacos y tenemos escasa cobertura para aquellos que necesitan atención, principalmente en la población infanto-juvenil".
Somos un país que, si bien parece económicamente estable para nuestros vecinos, tiene cero conocimientos sobre inteligencia emocional y esto es, en gran medida, culpa del tipo de sociedad al que tenemos que responder. La lógica de la libre competencia hace que estemos constantemente enfrentándonos unos a otros por lo que hoy en día entenderíamos como "éxito", dejando cosas como el compañerismo, la solidaridad y el bien común de lado.
El psiquiatra Sebastián Prieto, presidente de la Sociedad de Salud Comunitaria de Chile, dice que "la lógica de la libre competencia nos pone uno contra otros lo que hace que estemos más solos, y la soledad es un germen de problemas en salud mental. Además, somos unos de los países más desiguales del mundo, la Organización Mundial de la Salud ha dejado claro que la desigualdad socioeconómica es un elemento fundamental para el desarrollo de alteraciones mentales y de sufrimiento psíquico".
Nos debemos una enorme retrospección en temas de políticas públicas para mejorar la salud mental de nuestro país. Tratamientos efectivos y tempranos, junto con conocimiento de la inteligencia emocional pueden prevenir las consecuencias negativas que traen las enfermedades mentales. Debemos abrazar esa vulnerabilidad y aceptarnos por lo que somos: seres humanos capaces de sentir dolor.