Otro experimento político en Chile: Enfrentar a la extrema derecha con el Partido Comunista

Por Alejandro Baeza

A las candidaturas de izquierda en Chile se les suele preguntar muy seguido -dada la limitada capacidad de los periodistas- «cuál es su modelo». Si las escuelas de periodismo de las casas de estudio nacionales tuvieran la formación que debiesen en historia, filosofía, sociología (y muchas más áreas para otros temas) sabrían en que realidad es Chile quien tiende a exportar modelos y no al revés. No necesita copiar nada, sino por el contrario, suele funcionar como laboratorio para experimentos.

Así ha sido desde hace bastante tiempo, desde ser el primer país Sudamérica en abolir la esclavitud (y el tercero en el mundo), con Eloísa Díaz como la primera mujer en graduarse de una universidad en el continente, las primeras leyes laborales del mundo como la «Ley de la silla» de 1914, el único Frente Popular no europeo para enfrentar al fascismo, la experiencia de la «vía chilena al socialismo» de la Unidad Popular, como también el laboratorio en que nos transformaron para experimentar la implantación del neoliberalismo, modelo que se impuso luego a nivel global. Y es precisamente en la crisis que vive éste en todo lugar donde rige, Chile nuevamente llama la atención.

Es evidente que ha sido la extrema derecha la más hábil a nivel internacional en capturar el descontento con el modelo vigente, en tanto, de una manera paradójica, las izquierdas fungen como los guardianes del Statu Quo.

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Así, frente a estos fenómenos electorales de discursos extremistas que su principal bandera es decir que no vienen del establishment político, el progresismo ha decidido reiteradamente enfrentarlos precisamente con las figuras más representativas del establishment y los moderados.

El caso más emblemático fue la decisión del Partido Demócrata estadounidense de enfrentar el fenómeno de Donald Trump con nada menos que Hillary Clinton, cuando todas las encuestas decían que Bernie Sanders, representante del ala más progresista del partido (para los parámetros estadounidenses) era el único que podía vencerlo, lo mismo repitieron con Kamala Harris cuatro años después. Situaciones similares se vivieron con Fernando Haddad que perdió contra Bolsonaro en 2018, Enrico Letta perdiendo contra Georgia Meloni en 2022, o el mismo Sergio Massa contra Javier Milei.

En Chile, la primaria del sector oficialista, una coalición socioliberal, dio por ganadora de una manera aplastante a Jeannette Jara, la candidata del Partido Comunista, conglomerado del ala más a la izquierda del actual bloque de gobierno. Si bien no deja de ser llamativo ver como el mero hecho del nombre «comunista» cause tanto miedo en los sectores más histéricos del conservadurismo, demostrando cómo el fantasma sigue recorriendo el mundo, la verdad es que a pesar del nombre, a pesar de la hoz y a pesar del martillo, en la práctica es un partido socialdemócrata. Un espacio que cualquier país de Europa sería considerado de centro-izquierda.

Pero el nombre pesa y ser comunista es, incluso en el inconsciente, un tema, y claramente no significa Statu Quo en un país con una matriz sociológica tan neoliberal.

El triunfo de Jara vuelve competitiva una carrera que la ultraderecha tenía ganada, ofreciendo una alternativa de cambio diferente a las que ofertan Kast, Kaiser o Matthei. Este es el mismo motivo por el que fue elegido Gabriel Boric hace cuatro años, precisamente porque para muchas personas representaba la idea de transformación, de hecho, así se vendió él mismo. Lo poco que se hizo generó frustración y un giro hacia quienes sí proponían un quiebre con lo establecido, no obstante, ahora tienen una opción por izquierda y puede dar una lección al mundo de cómo se derrota realmente las posiciones de derecha extrema y precisamente en su periodo mayor de auge.

Enfrentar a la extrema derecha con el Partido Comunista es un experimento muy llamativo en el mundo.

Está claro, y las evidencias sobran, que las posturas moderadas finalmente sólo representan al Statu Quo y nadie, ni en Chile ni en buena parte de lo que se puede llamar «Occidente» quiere se siga perpetuando el Statu Quo actual.

Si las izquierdas siguen creyendo que el camino es la moderación, seguirán perdiendo.

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