Por Alan Ceballos Córdova
A finales del año 2018, Concepción sufrió la pérdida total de una de sus casas tan representativas como desvalorizadas, aquella que conformaba una de las esquinas de las calles Maipú con Lientur.
Registros del Conservador de Bienes Raíces de Concepción, entregan una primera data efectiva de esta obra (fue aún más antigua) en 1896.
Surgió en el Barrio Oriente de la ciudad, por entonces sector periférico respecto a su centro, y fue ocupada mayoritariamente por familias de descendientes italianos (de 1909 a 1946 y de 1954 a 2018). Precisamente, un integrante de la familia que desde 1954 habitó en ella fue su último propietario. En sus años finales, sin embargo, antes que el negocio inmobiliario firmara su sentencia, fue dedicada al arriendo de locales comerciales de distintos rubros, lidiando por ello con ciertas modificaciones internas.
De una arquitectura neoclásica sencilla, no sin detalles constructivos que la distinguían, como su fachada continua, entre mamparas, puertas y ventanas en arcos de medio punto, y pilastras estriadas que en sus últimos años intervinieron, fue un testimonio material del Concepción que en pocas obras es posible respirar. No del Concepción pomposo, de palacios y teatros, sino de aquel que comenzó a recibir en sectores como éstos a familias más bien modestas, inmigrantes del campo y del extranjero, en búsqueda de mejores oportunidades ante la incipiente apertura industrial de la ciudad. Así, de un Concepción que conoció desde "los carros de sangre" hasta los modernos autobuses; desde la puntera y el pozo hasta el agua potable; desde el "sereno" hasta el tendido eléctrico… En otras palabras, una casa que representó en sí misma la historia de Concepción.
Su pérdida habla de una despreocupación, a nivel país, del patrimonio que nos identifica. Porque no hemos perdido sólo una bella fachada, que de esas hay muchas, las cuales de forma incompetente se han conservado sin estimar el valor de su contenido. El Palacio Urrejola en la esquina de las calles Castellón con Barros Arana, o el ex Teatro Concepción a una cuadra de éste, del cual se conservó sólo una parte de su fachada, son hoy casos representativos de esta negligente práctica, a la que lamentablemente se sumará el Colegio Inmaculada de Concepción.
Cabe consignar que el vaciado interior de un edificio para conservar su fachada, técnica más conocida como "fachadismo", se ha disfrazado como una acción de respeto al patrimonio, cuando ICOMOS, organismo especializado en la materia, la ha desestimado explícitamente en tratados como la 14ª Asamblea General de ICOMOS en Zimbabue (2003) e implícitamente en la Carta de Venecia (1964).
Ahora bien, el perfil urbano de la esquina de Maipú con Lientur, con el ochavo característico brindado por la casa, cambió su singularidad, y pasará de una obra tradicional, que rememoraba en cierta medida a los antiguos conventillos, a una "obra moderna»; un gran edificio, que compartirá una larga lista de edificaciones que otorgan a la ciudad un orden desigual, desequilibrado y sinsentido.
Es hora de comprender que, bajo la lógica de mercado por el que muchas ciudades se mueven, el patrimonio también puede contribuir al desarrollo.
En síntesis, hemos perdido una obra que no se destruyó por la fuerza de un terremoto, acontecimiento clave en la historia urbana de Chile, especialmente en una ciudad como Concepción, sino por la fuerza de la acción humana.
Un caso como éste es posible compararlo con otras realidades en América Latina. Por ejemplo, el Barrio San Antonio de Cali, Colombia, comparte similares características con la casa penquista y algunas de sus alrededores: arquitectura neoclásica sencilla con viviendas que se construyeron desde finales del siglo XIX por modestas familias. Pero desde el 2017, a partir de reformas a la normativa municipal del Plan de Ordenamiento Territorial (POT), San Antonio aseguró su carácter residencial, permitiendo consigo el comercio local de manera única, lo cual impide un uso mayor que con el tiempo altere su integridad. Lo anterior, aun cuando el barrio ya había sido declarado en el 2000 como Hito urbano, área de interés patrimonial y de preservación urbanística según políticas locales.
Si en este caso, un barrio residencial (escala urbana mayor que una vivienda), ha debido fortalecer sus políticas de protección patrimonial, deja entrever la amenaza a la que están expuestos edificios que sobreviven en puntos aislados de una ciudad, y que perfectamente podrían participar de un conjunto como el del Barrio San Antonio.
Por otra parte, si bien la valoración del patrimonio y su gestión tienen su iniciativa en la propia comunidad, también es cierto que el conocimiento y la preocupación de organismos públicos acerca de este tema, es clave a la hora de rescatar elementos de una ciudad, que con el progresivo crecimiento de ella, muchas veces terminan ocultos y olvidados hasta su desaparición. Se transforman, por tanto, en un patrimonio material no identificado.