Tal como se ha señalado por distintos sectores del mundo académico, movimientos sociales, activistas de derechos humanos y por el sentido común de la calle, el pueblo que ha tenido que padecer los hechos de años más que difíciles, el segundo gobierno de Sebastián Piñera será recordado como el peor desde el fin de la dictadura.
En efecto, como si se tratara de un castigo, la derecha vista en su momento como una renovación del establishment político tras el agotamiento de la fórmula concertacionista, no dio el ancho en lo más mínimo. Sus políticas económicas contra populares o inexistentes en algunos ámbitos, hicieron que la vida de las y los chilenos fuera en franco declive, cada vez más endeudados y frustrados por un nivel que se prometía como una expectativa al alcance de la mano si solo se trabajaba más, si se esforzaban algo más, como si eso no fuera el cuento de siempre, desde que este país existe.
La incomprensión de Piñera y su sector político de ese desgaste tremendo, del agotamiento del discurso del esfuerzo infinito y el desdén por los avances de diversos movimientos populares, sociales y contraculturales, léase feminismo, disidencias sexoafectivas, ambientalismo, reclamo por derechos sociales y cansancio de los territorios por su marginación, entre otros, le reventó en la cara al Gobierno y al mundo político en su totalidad. Las lecturas del denominado Estallido Social o Revuelta Popular están en curso, pero el elemento recién citado ya es un hecho de la causa que es aceptado incluso en sectores de la derecha.
Todo hacía pensar que la pandemia vendría a salvar al Gobierno de la asonada popular, muchos personeros y analistas de la izquierda esgrimieron este argumento considerando la salida constituyente a la crisis, tal vez interesados en calmar la ira de las calles o porque, sinceramente, creyeron que La Moneda utilizaría la Covid-19 para desactivar las movilizaciones y, de paso, imponer la magra agenda social que venía a responder al desafío expuesto por masivos grupos de la población desde el 18 de octubre. Sin duda esto ocurrió y Piñera sin escrúpulo alguno utilizó los masivos contagios para instalar el control del espacio público y clausurar el debate político a través de medios de comunicación volcados a informar latamente acerca de la pandemia.
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Respecto a aquello, Piñera ha intentado instalar el éxito de su gestión en torno a la crisis sanitaria, particularmente lo relativo a la campaña de inoculación y, si bien hay una masiva y temprana vacunación, los números lo desmienten. Efectivamente, el alto número de muertes y contagios ha desnudado la pobreza del sistema sanitario público, haciendo ver lo desvalida que queda la población frente a crisis tan impactantes como la vivida; además, la confusión de las autoridades para gestionar la pandemia ha hecho caer en la pobreza a grandes franjas de la población, quienes tuvieron que acudir a sus fondos previsionales, ampliando más aún el problema de pensiones que se vive y se vivirá en Chile si no se toman medidas radicales ahora.
En fin, la administración Piñera no deja más que problemas, incapaz de salir de su ideologismo neoliberal, rechazó permanentemente las medidas que tomaría cualquier Estado moderno ante una crisis: Renta básica o reforzamiento de la seguridad social, control de precios para los bienes esenciales, aumento de inversión pública para absorber el desempleo, entre muchas otras aplicadas en toda Europa, Estados Unidos y otras naciones del mundo. Cabe señalar que solo la presión popular logró torcer la mano a la porfía presidencial para obtener algunos paliativos específicos, como los retiros de fondos previsionales o los aumentos en relación a subvenciones que derivan en la actual PGU.
En relación a lo político, Piñera y sus sector sufrió la peor de las derrotas frente al pueblo movilizado, teniendo que ceder la caída de la Constitución pinochetista de 1980, pese a los berrinches de la UDI expresados en el gimoteo de su presidenta Jacqueline Van Rysselberghe la noche del 15 de noviembre de 2019, firmando de mala gana el acuerdo que devuelve la agenda a la clase política sacándola de las calles; el costo para el Gobierno fue tremendo, cimentando el liderazgo de la ultraderecha, tal como se vio en las últimas elecciones. Piñera no logró instalar un sucesor y, peor que ello, sepultó la supuesta renovación de la derecha para despinochetizarla, tal como auguraba su estrategia de "cómplices pasivos", nada de eso prosperó y hoy el pinochetismo parece invadir hasta las puertas a Renovación Nacional.
La Convención Constitucional resultante de todo esto es una de las peores pesadillas de Piñera y, tal como lo vimos en su última cadena nacional, intentará subirse al carro del Rechazo. Es interesante cómo ha disparado, mediante medias verdades y titulares amarillistas, al trabajo de la Convención. La intención de esto puede deberse, tanto al esfuerzo para desplazar a Kast del liderazgo en el sector conservador, como para evitar transformaciones demasiado importantes en la nueva carta magna chilena. En todo caso, dada su baja popularidad y credibilidad, le hace un gran favor al Apruebo. Esta tesis la comprobaremos prontamente, Piñera no es de guardarse mucho y de seguro su desazón ampliará la ansiedad política que lo caracteriza.
En definitiva, Sebastián Piñera es un fracaso político y de la derecha "liberal" se hunde ante la arremetida fascista como en todo el continente y Europa, entonces ¿cómo podría continuar el proyecto político del mandatario de San Damián? Al parecer hay dos opciones: instalarse en sus centros de pensamiento y universidades con su gente a repensar una posible regeneración, para ello cuenta con un ejército de jóvenes millennials del barrio alto que, con ingentes carreras en Chile y el extranjero, no tienen ni la más mínima idea de cómo administrar el Estado ni saben cómo piensan los sectores populares del país, difícil entonces. La segunda posibilidad es terrible para él: enfrentar a los tribunales nacionales e internacionales para que responda respecto a los crímenes de lesa humanidad cometidos masivamente durante los últimos años. De seguro estará más que ocupado y, según se relata en el libro "La Revuelta" de Laura Landaeta y Víctor Herrero, este escenario es tan preocupante para él que ya se encuentra trabajando un equipo de abogados para defenderlo frente a esta perspectiva. Lo que no pueden hacer los abogados es librarlo de la ira y el desprecio del pueblo, que seguramente no le dará tregua donde quiera que vaya.
Se va Piñera, pero deja tremenda cuenta pendiente. Se va haciendo perro muerto, pero afuera hay un pueblo que no lo dejará huir.