PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Democracia u oclocracia

Por Ruperto Concha / resumen.cl

Opción 1: Spotify

Opción 2: Anchor

En cualquier lugar y cualquiera cultura del mundo entero, las palabras siguen siendo el cimiento absoluto de la comunicación humana. Desde el mero chismorreo de comadres, pasando por las promesas de los políticos y hasta las dramáticas precisiones de los hombres de ciencia, son las palabras las que logran transportar la carga misteriosa de los cerebros humanos.

Bien usadas y apegadas a la realidad, las palabras son capaces de engendrar tremendos acontecimientos espirituales, políticos o de exploración de la gran realidad.

Pero mal usadas, tendenciosas o falseadoras de la realidad, pueden tener efectos nefastos, incluyendo el efecto de que la gente vaya creyendo cada vez menos en las palabras.

Y eso llega a resultar cómico a veces. Por ejemplo, ¿se ha fijado Ud. que en la mayoría de los medios de comunicación ya no se está hablando de "muertos" sino de "fallecidos"?… Es como si se creyera que las palabras "morir" y "estar muerto" fuesen, digamos, palabras groseras.

¿Sería grosero decir "estoy muerto de sueño"? ¿Sería lo correcto decir "fallecí de sueño"? Y la palabra "desfallecer" ¿ya no significará desmayo sino "des-morir", o sea, "resucitar"?

En fin, recuerdo las clases de "redacción periodística", del profesor Abelardo Clariana, en la U de Chile: ¡cómo trataba de afinarnos el lenguaje para que fuese más certero!

Pero lo que es penosamente malo en el decir noticioso, se vuelve peor y más peligroso en el decir de las ciencias. Por ejemplo, el lanzar como una supuesta "verdad científica" que las razas humanas no existen. Que son sólo "prejuicios racistas".

 

Se entiende la bronca contra la noción de "Raza" después de la Segunda Guerra Mundial, que fue provocada en gran medida por los sueños nazis de una raza aria superior, rubiecita, inteligente, fortachona y la única verdaderamente humana, que debía gobernar al mundo entero, sometiendo a las demás razas que sólo eran "subhumanas".

Pero aquella burrada hitleriana no podía justificar la eliminación de los conceptos básicos de la antropología que vinculan a la especie humana en una sola nomenclatura con todas las demás especies vivas que habitaron o siguen habitando en nuestro planeta.

Los conceptos de "raza" y "etnia" son completamente distintos. Etnia es una noción histórica y cultural. Raza es una noción biológica referida a miembros de una misma especie que, aunque desarrollen grandes diferencias de tamaño y forma, siguen siendo sexualmente compatibles entre sí.

Los más claros ejemplos los tenemos en los perros, especie canina en que razas tan diversas en sus características formales como un gran danés y un bulldog, pueden aparearse y tener crías fértiles, tal como sería el caso de un apareamiento sexual de un pigmeo, negro y de 110 centímetros de alto, con una giganta holandesa rubia y de casi 2 metros de estatura.

Ello, porque el pigmeo y la holandesa son de la misma especie humana y la diferencia es sólo de raza humana.
En cambio, el apareamiento de seres de especie distinta, aunque sean parecidos, como la cruza de potros con burras, por ejemplo, siendo equinos, o de tigres con leonas, siendo felinos, si bien pueden engendrar crías, esas crías son mulas o "tigrones", que invariablemente son estériles.

¿Es sólo cultural e histórica la diferencia entre el pigmeo y la holandesa, o la diferencia entre la anciana con aspecto de chinita y el supremacista blanco que la mató a golpes en Estados Unidos, en plena calle, sólo por ser oriental?…

 

Los avances de las investigaciones paleo-antropológicas muestran que los primeros humanoides hace un millón 500 mil años ya utilizaban utensilios de piedra eficaces aunque toscamente trabajados, y los escasos fósiles hallados sugieren que su estatura no sobrepasaba un metro 20.

Oiga, ¿no es maravilloso que los descendientes de aquellos pequeños simios mutantes, errabundos y curiosos hayan llegado hasta Indonesia y la China, sin dejar de evolucionar y sin perder ni un ápice de su curiosidad?

Por cierto, la cultura, el desarrollo tecnológico y la historia son creaciones de grupos humanos que permanentemente emigraban en busca de seguridad o de abundancia alimenticia, para finalmente, al cabo de muchos milenios, instalarse junto a un río grande y generoso, como el Nilo, el Indo, el Tigris y el Éufrates, el Ganges, el Mekong, el Gran Río Amarillo…

Y en esas migraciones sin duda el desarrollo cultural puede haber llevado también a un desarrollo corporal, a nociones de belleza y elegancia, y de lo que es bueno, lo justo y lo conveniente.

Pareciera que fueron las culturas las que en cierta medida generaron el surgimiento de las primeras nacionalidades, como prototipos de evolución étnica. Si no de "razas", al menos de "naciones" que, por aludir a los nacidos, invoca el factor genético.

Y los miembros de una nación de algún modo se sienten hermanos y desarrollan una relación de confianza y solidaridad que sería imposible entre extranjeros.

Los miembros de una misma nación de algún modo y en algún grado se sabían iguales entre sí y distintos de los "extranjeros".

¿Hasta qué punto las "razas" son sólo variantes en la evolución de antepasados según optaron a diversas maneras de adaptarse y sobrevivir en distintos entornos ambientales y quizás con algunos raros contactos con otras "proto naciones" primitivas?

 

Como fuere, aquellas pequeñas proto-naciones sabían que siempre habían estado en peligro y seguirían estándolo. Y la única forma eficaz ante el peligro era la acción solidaria de todos: todos eran necesarios. Por lo tanto, todos eran iguales.

Pero, además, dentro de esa igualdad esencial y muy amada, obviamente percibían que además de iguales eran también desiguales. Eso, porque la evolución de sus cuerpos y sus maneras de vivir les mostraban la realidad despiadada de la individualidad humana, esta endiablada especie nuestra en la que no hay dos personas que sean exactamente iguales.

Y por lo mismo algunos son más afortunados que otros. Quizás más fuertes y valientes ante el peligro, quizás más ingeniosos para enfrentar la dificultad, o simplemente tienen más belleza o más capacidad de provocar entusiasmo.

Una desigualdad inocultable tanto en las mujeres como en los hombres. Una desigualdad que podía, a veces, resultar un poco dolorosa... pero ¿quién podría querer que la linda mujer se volviera fea, o que el valiente guerrero se pusiera cobarde para que todos fueran más iguales?

Al final pareciera que esas desigualdades fueron aceptadas incluso de buena gana. Y cada uno comenzó a buscar sus propias cualidades ventajosas. Una mujer puede ser lindísima de muchas maneras distintas. Y cada hombre puede encontrar qué es lo que él puede hacer mejor que todos los demás.

Así, siglo tras siglo, esos pequeños extravagantes fueron mejorando su relación con una naturaleza que sólo pocas veces se les mostraba hostil y homicida. Se sabe que los encuentros entre grupos de esos proto humanos no eran enfrentamientos hostiles sino de alegre curiosidad. De hecho, las investigaciones paleo-antropológicas revelan abundantes indicios de mixigenación, de mestizaje incluso entre grupos muy distintos entre sí.

Por ejemplo, hay indicios de que los ojos azules y grises pueden haber sido una herencia genética de los hombres de la raza Neanderthal que tuvieron estrecho contacto con otras líneas genéticas de proto humanos durante un período de más de 60 mil años, hasta la aparición del gran súper mestizaje que fue el llamado Homo sapiens. ¡El Humano Moderno, cuyas mujeres descubrieron la agricultura y dispararon la civilización que hoy estamos a punto de hacer pedazos!

 

La civilización humana se basó en dos rasgos aparentemente incompatibles de nuestra especie: La igualdad y la desigualdad. Y la historia del Derecho y la Legalidad muestra que desde las primeras y más remotas leyes, las de los Códigos de Hammurabi, exhiben la preocupación de la gente apuntada a prevenir el abuso económico o de poder.

Por ejemplo, las acciones abusivas de los prestamistas ricos contra los deudores insolventes.

Y ya en esos textos de hace casi 4 mil años se establecía una proporcionalidad entre el delito y el castigo legítimo, con implicaciones humanitaria y restándole valor al deseo de venganza.

Y, con ello, se establecía que la relación entre presunta víctima y presunto victimario pasaba a ser una relación no entre personas entre sí sino entre las personas y las leyes.

Por supuesto, esa noción parece buena, o justa. Y con ella se llegó a la noción de "igualdad ante la ley", que hasta nuestros días sigue entusiasmando a una multitud de ingenuos.

Sin embargo, ese genial escritor y pensador francés que fue Victor Hugo, en plena restauración de la república en el Sigo 19, comentó con muy amarga ironía:

"Sí, la Igualdad ante la ley es maravillosa. No importa si Ud es millonario o mendigo, la ley les prohíbe por igual ... andar pidiendo limosna por la calle".

Y eso no es una exageración. ¿Sabía Ud. que hoy en Estados Unidos es delito no tener un domicilio? En otras palabras, es delito ser tan pobre que no se pueda pagar un arriendo, y que incluso le pasan multas por el delito de ser pobre. ¿Y que esas multas si no se pagan, quedan registradas como delitos agravados que los hacen ser rechazados en sus postulaciones a trabajos?

Se estima que en estos momentos en Estados Unidos hay entre 750 mil y un millón de personas en situación de calle, viviendo en la calle en las veredas y procurando quién sabe cómo encontrar algunos servicios higiénicos. De esa multitud, más de 250 mil son niños.

Sin embargo, el gobierno de Joseph Biden anunció ahora que se propone enviar 20 mil millones de dólares más en ayuda militar a Ucrania. ¿Qué tal? 20 mil millones de dólares alcanzarían para proporcionar más de 2 mil dólares a cada uno de los que están cometiendo el delito de ser pobres.

El presidente Biden ha despachado ya cerca de cien mil millones de dólares para apoyar al gobierno de Volodinir Zelenski en Ucrania. ¡Cien mil millones de dólares que podrían haberse destinado a construir un millón de viviendas populares!

Se entiende que Biden y los demócratas van a ser derrotados en las elecciones presidenciales de próximo año. Pero, ¿a quién van a elegir en cambio?

No sabemos si la igualdad es mejor que la desigualdad... hasta quizás un poco de desigualdad haya sido el ingrediente secreto de un gobierno bueno, como el de Franklin Roosevelt con su Nuevo Contrato Social, el New Deal.

 

Nuestros remotos antepasados sabían que es bueno eso de que no haya dos personas realmente iguales en el mundo... eso, siempre que cada uno pueda arreglárselas bien con su cuota de desigualdad.

Pero ahora la humanidad parece fascinada por la posibilidad de llegar a una igualdad generalizada a través de las redes sociales y la disponibilidad de dinero para mantenerse a la moda.

Es posible que, estando todos a la moda, se alcance un estado de unanimidad automática, en que una mayoría absoluta vote "me gusta" y se asegure un gobierno de abrumadora mayoría.

Pero eso no sería democracia. Eso sería "Oclocracia", o sea, el gobierno de la multitud por sus antojos, sin conexión con la realidad de un mundo que no entiende y que está cayéndose a pedazos.

¿Seremos capaces de mirar hacia nuestros propios orígenes, hacia la luz de esos remotísimos abuelos vagabundos que nos hicieron dueños de este magnífico planeta?

Hasta la próxima, gente amiga. Esta vez les he ofrecido noticias magníficamente viejas pero todavía útiles.

Y válidas en estos tiempos de extremo peligro.

Hay que cuidarse... todavía se podría hacer algo.

Etiquetas
Estas leyendo

PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Democracia u oclocracia