Por Ruperto Concha / resumen.cl
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500 y tantos años antes del inicio de la Era Cristiana, o sea, hace más de 2.500 años, el filósofo griego Heráclito de Éfeso comprendió que la realidad entera, el mundo entero y cada uno de nosotros, estamos todos en una carrera de transformaciones permanentes y veloces, por efecto de la misteriosa fuerza que es... El Tiempo.
En su famosa su frase "no podemos bañarnos dos veces en el mismo río", aludía a que el agua en que nadábamos ya se fue, ya pasó, y que nuestro cuerpo ya no es el cuerpo de entonces.
Pero, agregó, sin embargo, en cierto modo sí podemos bañarnos en el mismo río, pues tanto el río como nosotros nos transformamos con el mismo ritmo y en el mismo tiempo. O sea, somos distintos, pero somos los mismos. El tiempo nos reúne y nos iguala de alguna manera.
Entonces ¿Cuánto dura el presente? ¿Cómo hacer que el presente dure un poquito más?
A ello, Heráclito respondió con mucha sencillez, diciendo: "El presente está siempre inconcluso".
Y, como en su mundo de hace más de 2.500 años sólo el fuego era la única energía activa que se pudiera observar, y el sol mismo se suponía hecho de fuego, Heráclito afirmó que en lo profundo de toda la realidad material se encuentra el fuego, la energía esencial que incesantemente crea y transforma todo.
Oiga... ¿no es eso lo mismo que describir las partículas subatómicas descubiertas por la física moderna y que existen aún más profundamente que los átomos en todas las formas de materia?
Bueno, en la misma época de Heráclito, otro griego, Parménides, nacido en el pueblito de Elea, en Italia, enunció que "en la naturaleza nada se crea y nada se pierde, sólo existen transformaciones".
Esa famosa frase es considerada la ley fundamental de la química y se la atribuyeron al científico francés Antoine Lavoisier quien la repitió dos mil 300 años después, poco antes de que lo guillotinaran en París durante la Revolución Francesa.
¿Qué estaba ocurriendo en esas inteligencias, en esos cerebros brillantes que hace más de 2.500 años miraban y trataban de entender el asombroso mundo en que vivimos?
Y no se trataba únicamente de los griegos. En otros rincones de nuestro mundo, en ese mismo período de menos de un siglo, habían surgido otras inteligencias luminosas, extraordinariamente poderosas, transformadoras de la cultura. Es decir, inteligencias capaces de articular la civilización y la historia de la humanidad.
En Persia, el actual Irán, los líderes hebreos Esdras y Nehemías, con la protección del rey Darío de Persia, cargados de tesoros, iniciaban el retorno hacia la tierra de Israel para la reconstrucción de Jerusalén. Muchos historiadores consideran que esos dos líderes evitaron la desaparición del pueblo hebreo a pesar de la supuesta pérdida de 10 de las 12 tribus descendientes de Abraham.
En China, los filósofos y místicos Lao-Tse y Confucio desarrollaban el Tao, una sutil filosofía mística que se expresaría en toda la cultura de la China e impregnó también el misticismo de la India, donde, en esos mismos años, nacía el príncipe Siddhartha Gautama, más conocido como Buda.
Y, muy posiblemente en esos mismos años ha nacido en Irán el también místico filósofo Zoroastro o Zaratustra, aunque hay autores que, sin demostrarlo, afirman que el nacimiento de este formidable líder espiritual se remontaría a miles de años antes.
Y, junto a esos genios, en esas mismas civilizaciones, tan alejadas entre sí, las expresiones de arte, las tecnologías básicas y el comercio alcanzaban un vigor sin precedentes en beneficio de todos.
Es decir, en ese quinto siglo antes de nuestra Era Cristiana, en todas las grandes civilizaciones desde la China hasta Grecia surgieron simultáneamente personajes que diseñaron los profundos ejes de valores morales, científicos, estéticos y jurídicos, que de hecho siguieron alimentando la cultura humana hasta nuestros días.
Oiga... ¿Qué sabemos en realidad acerca de ese pasado de hace más de dos mil quinientos años? ¿A qué se debió ese estallido de espíritus, intelectos y sensibilidades unidos en una misma avidez de belleza y verdad, en sólo 5 siglos?
¿Y cómo la cosecha intelectual de esos años nutrió y disparó hacia el futuro las enormes transformaciones que nos han traído a este presente siglo 21?
Sólo algunos historiadores, antropólogos y sociólogos han logrado descubrir indicios de ciertos fenómenos socioculturales que traen efectos transformadores a los espíritus y las mentes que luego redundan en avances culturales que, a su vez modifican la manera en que se reorganizan las familias, las naciones y las civilizaciones.
De hecho, un fenómeno religioso como la reforma al cristianismo iniciada por Martín Lutero llevó a la crisis social que transformó la Edad Media en los Tiempos Modernos, donde revueltas sociales como la de Tomas Munster en Alemania implicaron la masacre de cientos de miles de personas, desembocó en la Guerra de los 30 Años y finalmente barrió con la norma medieval europea de que el pueblo entero de cada nación estaba obligado a seguir la religión que tuvieran sus reyes y príncipes.
Esa liberación del servilismo religioso repercutió instantáneamente en un despertar intelectual y moral de miles de personas de la burguesía modesta, y al llegar desde la China el invento de la imprenta de tipos móviles, adaptada por Gutenberg en Alemania, trajo consigo una explosión de libros. Una explosión de educación, una explosión de ideas.
El libro impreso fue el más poderoso factor revolucionario en toda la civilización occidental que inevitablemente llevaría hacia Declaración de los Derechos Humanos, el concepto de Contrato Social político y las revoluciones de Estados Unidos y Francia que iniciaron nuestra Historia Contemporánea en democracia.
Pero, junto con las nuevas ideas de justicia, política y moralidad, el proceso iniciado por la abundancia de libros se tradujo en un incremento formidable de la educación. Y esa nueva educación generó rápidamente el avance cada vez más rápido de la formación científica y técnica de un inmenso número de nuevos protagonistas de una civilización que cambiaba y se entusiasmaba.
Y que, en Europa y América del Norte, se tradujo en el desmesurado crecimiento del poder económico y militar sobre el resto del mundo.
El comercio y la economía moderna pasaron a ser material de investigación y tecnología aplicada. Y con la confianza en el poder creciente de la tecnología, incluso aplicada a las fuerzas armadas y la guerra, se perfilaron posturas agresivamente contrarias pero iguales en su postura hacia el futuro.
Ya en 1852, Carlos Marx planteaba la noción de que el proceso revolucionario socialista necesariamente debe comenzar con un período de lo que llamó "Dictadura del Proletariado", que debía prolongarse hasta que la nueva sociedad estuviera sólidamente asentada y sin peligro de una rebelión contrarrevolucionaria.
Ahora, frente al socialismo marxista, claramente cobraba fuerza el llamado "liberalismo a ultranza" o "Liberalismo conservador". Pero ambas posturas ideológicas coincidían en definir el "Mal", la "Injusticia", la "Pobreza", en términos casi, casi religiosos. El enemigo viene a ser algo similar al "Diablo", al "Demonio" de antaño, que usa su oscuro poder para hacer fracasar hasta las mejores intenciones y los mejores programas políticos.
A la Dictadura del Proletariado se levantó la noción de que, mediante riqueza y tecnología, la fuerza puede aplicarse para mejorar la vida humana. ¿Por qué entonces no aplicar la violencia necesaria para imponer un mundo nuevo y mejor?
Y, en cuanto a la moral, la tesis liberal-conservadora admite que la naturaleza humana tiene algunos rasgos oscuros que no se pueden cambiar. La codicia puede llegar a ser una virtud si conduce a generar mayor riqueza.
Volviendo hacia el pasado, recordemos que el filósofo ateniense Aristóteles sostenía que hay dos humanidades, una es superior y tiene la responsabilidad de crear un futuro de bienestar y belleza para todos. La otra es inferior y debe ser instrumento para la que humanidad superior logre sus fines.
Como fuere, el final del siglo 20 hacía creer a todo el mundo occidental que la meta de felicidad eterna bajo la benevolencia imperial de Estados Unidos, ya estaba quedando al alcance de la mano.
Y podemos ver la realidad en torno nuestro. Hay miseria también en Estados Unidos y Europa. En Londres, Inglaterra, un organismo estatal ha señalado que hay un 2% de familias en un nivel tan extremo de miseria que sólo pueden comer día por medio.
Estados Unidos está al borde de la insolvencia y ni siquiera puede pagar los intereses de sus deudas si el Congreso no autoriza un nuevo endeudamiento del orden de los dos millones de millones de dólares más que, obviamente, no podrá pagar jamás.
Eso en cuanto al Estado. Pero los informes de la semana recién pasada alertan que casi todos los bancos de Estados Unidos están al borde del colapso.
En Europa, a la crisis por la guerra de Ucrania y las sanciones económicas contra Rusia y una veintena de otros países, se está sumando ahora una amenazante inquietud social y política.
De hecho, la gente de la base social occidental, los europeos, los estadounidenses, los japoneses y algunos australianos, ha comenzado ya a dar señales alarmantes de descalabros políticos.
¿Qué es lo que ha salido tan mal?… ¿Por qué hay miseria y hambre y multitudes de emigrantes ilegales en momentos en que la capacidad tecnológica de las naciones está en niveles de productividad máxima?
¿Qué demontres es lo que ha salido tan mal, tan ruinosamente mal, tan despiadadamente mal?
En términos reales, es muy fuerte, realmente muy fuerte, la posibilidad de que en cualquier momento estalle la Tercera Guerra Mundial. Una guerra que, lo sabemos, será el fin de nuestra humanidad incluso si otros seres vivos logran sobrevivir.
Una guerra que se iniciará con la detonación de bombas atómicas a 500 kilómetros de altura sobre prácticamente todos los puntos estratégicos del planeta, provocando impulsos electromagnéticos que destruirán o inutilizarán instantáneamente casi el cien por ciento de todos los aparatos eléctricos, desde las redes industriales hasta los refrigeradores y los teléfonos celulares.
Eso sólo será el comienzo. Después comenzará la matanza.
¿Por qué está pasando esto?… ¿Qué nos está llevando a un desenlace de tan repugnante horror?
En círculos intelectuales cada vez mayores, se admite que esta monstruosa coyuntura se debe básicamente a que el poder político y estratégico se ha concentrado en oligarquías ambiciosas, dotadas de grandes recursos, pero demasiado ignorantes y desprovistas de inteligencia verdadera y cultura histórica.
Es decir, un puñado de oligarquías incapaces de indagar dónde y por qué se originan los conflictos. Incapaces de comprender la compleja realidad de las naciones, de los intereses de la gente, de las culturas, y, sobre todo, una clase política incapaz de comprender los dramáticos procesos que presentan las naciones en su evolución desde un pasado difícil rumbo a un futuro que de antemano está pareciendo sucio.
Sólo conociendo realmente el camino que ha recorrido la civilización humana podremos comprender dónde se originaron y se siguen originando las coyunturas perversas de ambiciones, miedos, codicias y odios irracionales que llevan a un desenlace de brutalidad y ruina.
Es indispensable conocer y entender el pasado de la humanidad. Descubrir cómo en momentos en que se producen bienes y riquezas inmensas, la humanidad parece retorcerse lastimándose a sí misma.
Así, pues ¿Qué pasó hace dos mil 500 años, cuando la humanidad engendró a Buda y a Zaratustra, a Heráclito y Parménides... y los poetas escribieron el Ramayana, la Odisea y la Eneida?
¿En qué momento los humanos nos ponemos malos, o por qué nos pasa eso?
En tanto, tantos son los políticos tontos que quieren reducir la enseñanza de Historia porque les parece "poco provechosa".
Ya lo decía Einstein: "Locura es repetir una y otra vez algo que resulta mal, con la esperanza de que de pronto resulte bien.
Conocer y comprender el pasado nos enseña a ir haciendo un futuro bien hecho, porque el futuro ¡es el pasado en acción!
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Hay peligro.