Por Ruperto Concha / resumen.cl
Opción 1: archive.org
Opción 2: Spotify
El miércoles pasado, en Washington, el presidente Joseph Biden pronunció su primer discurso oficial ante el Congreso de su país, donde el oficialismo, el Partido Demócrata, sólo tiene una precaria y frágil mayoría. Por la pandemia, sólo unos pocos parlamentarios habían llegado personalmente al Capitolio, pero sin duda la totalidad de ellos estuvo conectada audiovisualmente por Internet. Se sabía que el jefe de estado haría anuncios de muy alto impacto... ¡Y así nomás fue!
De hecho, Biden anunció su decisión de cambiar radicalmente el rumbo de la economía de su país. Y no sólo eso. Anunció además que se propone iniciar un programa de planificación, regulación e inversiones del estado en proyectos industriales en términos bastante similares al planteamiento del New Deal, del presidente Franklin Delano Roosevelt, de carácter netamente socialista democrático.
Es decir, el programa planteado por Joseph Biden, con toda claridad, anuncia la intervención directa y enérgica del Estado, que, según sus propias palabras, ahora va a actuar directamente para la gente y con la gente.
Por supuesto, eso implica que el nuevo gobierno de Estados Unidos dio por fracasada la aventura ideológica neoliberal.
El analista Scott Foster, especializado en los procesos asiáticos de crecimiento y radicado en Japón, destacó el viernes, en el periódico Asia Times, que el programa de gobierno anunciado por el presidente Joseph Biden, con claridad absoluta, significa que Estados Unidos tendrá que cambiar toda la ideología económica que ha sostenido en los últimos 60 años, por la cual repugna toda intervención del Estado y sosteniendo la absoluta independencia de los mercados y la empresa privada.
Mientras en Europa y Asia, las economías de más alto prestigio y mayor éxito aceptaban y confiaban en la planificación estratégica del Estado de la industrialización, los créditos y el comercio, en Estados Unidos, en cambio, seguían aferrándose al mito neoliberal.
Ello, sin darse cuenta de que el tremendo desarrollo económico de Alemania, Japón, Francia, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, etc. además, por supuesto, del deslumbrante y rapidísimo éxito de China, eran el fruto de la planificación, por el Estado y de común acuerdo con los inversionistas privados, en toda la creación de industrias y en todos los rubros.
Más aún, los economistas y los políticos de Estados Unidos se negaban a ver cómo la desregulación en Estados Unidos estaba facilitando la fuga de gigantescos capitales hacia otros países, provocando la pérdida de millones de puestos de trabajo en Estados Unidos.
De hecho, el triunfo de Donald Trump se debió básicamente a la percepción de la gente, en Estados Unidos, de que era necesario replantear la economía mediante una intervención reguladora y estratégica del Estado.
El fracaso del gobierno de Trump no fue un triunfo del neoliberalismo.
Desde la atroz crisis financiera de 2008, en el gobierno de Barack Obama, Estados Unidos centró sus esfuerzos en el rescate de las empresas que caían en bancarrota, básicamente a través de enormes emisiones de dinero, mediante el truco de emitir bonos soberanos de deuda, que en parte eran adquiridos por inversionistas de otros países, pero que en su mayor parte los compraba la propia Reserva Federal, equivalente al Banco Central de Chile.
Con ello se creaba la ficción de que las enormes emisiones de dólares no eran inorgánicas. O sea, no producirían inflación, y por eso el dólar podría mantener su valor.
El proceso de lento naufragio de la economía de Estados Unidos, durante ya 13 años, ha sido disfrazado bajo la figura de "endeudamiento". O sea, esos millones de millones de dólares que Estados Unidos ha utilizado para financiar su gobierno, sus Fuerzas Armadas y el funcionamiento general del país supuestamente serían pagados algún día, en un futuro indeterminado... o sea, quién sabe cuándo. Quizás nunca.
Y, como fuere, ese truco del "endeudamiento" le permitió a Estados Unidos hasta ahora, seguir funcionando como la nación más rica del mundo, pese a todos los pronósticos de desastre que han venido formulando los mismos operadores financieros del propio Estados Unidos.
Como fuere, ya durante el gobierno de Trump la deuda de Estados Unidos superó supuestamente en más de tres millones de millones de dólares el total del Producto Nacional Bruto del país.
A esa deuda se agregan alrededor de otros tres billones, o sea, tres millones de millones de dólares adicionales, durante la pandemia de COVID19, y al parecer otros dos billones más que se han invertido durante el año en curso.
Pues bien, sobre ese estado de endeudamiento del país, el plan expuesto por el presidente Biden contempla invertir otros 600 mil millones de dólares en infraestructura de transporte, reparar caminos y puentes, vías férreas, estaciones de recarga para vehículos eléctricos, etc.
Más de un billón adicional, un millón de millones de dólares, para otros proyectos de infraestructura social, construcción y renovación de viviendas de bajo costo, escuelas, hospitales y clínicas, cuidado de ancianos y discapacitados, y, además, proporcionar internet de banda ancha y alta velocidad para todos.
Otros 300 mil millones de dólares se destinarán a inversiones en industrias manufactureras locales. 50 mil millones para instalar una industria de producción de semiconductores o chips, y 180 mil millones se invertirán en entrenamiento de trabajadores para la producción de tecnología avanzada.
Según informa la BBC de Londres, el costo total del plan de Biden supera los 4 billones de dólares. Repito, 4 millones de millones de dólares.
Resulta difícil hacerse la idea de cuán enorme es la montaña de dólares que el Estado invertiría en caso de que el plan de Biden fuese aprobado. Como referencia a la enormidad de esas cifras recordemos que el total del Producto Interno Bruto de Chile, en 2020, o sea, el valor de la totalidad de la producción de bienes y servicios en todo el país fue de sólo 265.500 millones de dólares.
¡Menos del 10% de lo que se quiere invertir en el plan estadounidense!
El plan del presidente Biden comenzaría a tener efectos de recuperación económica recién dentro de unos 3 o 4 años, o sea, entre el 2024 y 2025, si todo resulta perfectamente bien.
Pero esa inmensa inversión de dinero estatal por cierto tendrá efectos inmediatos en términos de millones de puestos de trabajo, y el aumento de la capacidad de consumo de la gente.
Aun así, el plan contempla un fuerte aumento de los impuestos a los grandes sueldos, las grandes fortunas y las ganancias de las grandes empresas. Estos nuevos impuestos serán permanentes y se elevarán, fíjese Ud., al 39,6% de las ganancias empresariales y también al 39,6% de los sueldos superiores a un millón de dólares anuales.
Oiga, ¿se atreverían los parlamentarios chilenos a aprobar semejantes impuestos a los ricos, y hacerlo no por una vez sino definitivamente y para siempre?…
Bueno, igualmente debemos preguntarnos ¿se atreverán los congresistas estadounidenses a aprobar el plan de Joseph Biden?
Como fuere, para casi la unanimidad de los analistas y las instituciones gubernamentales de Europa y los países asiáticos más desarrollados, el plan de Biden muestra que ya en Estados Unidos se ha aceptado la realidad de que los gobiernos tienen el deber de planificar estratégicamente el quehacer económico de sus respectivas naciones, y establecer acuerdos racionales con los inversionistas privados y atendiendo a las necesidades de la base social.
Asimismo, que los gobiernos jamás debieran aceptar ser simples observadores del quehacer económico y los efectos que tiene sobre la gente. En realidad, Estados Unidos está en una profunda crisis económica que durante los últimos 13 años ha sido mantenida anestesiada con el endeudamiento.
La BBC de Londres publicó una extensa entrevista al economista J.W. Mason, profesor de la Escuela de Economía del súper prestigioso Jay College de Nueva York y miembro también del Instituto Roosevelt.
Allí, el profesor Mason señaló que, claramente, el gobierno de Estados Unidos ya dejó de lado el neoliberalismo y asumió que es necesario tener un gasto público que no dependa de los intereses de las empresas, sino de las exigencias de las crisis que se enfrentan.
Y, agrega textualmente: "si Estados Unidos da un ejemplo de un gran factor público activo que gasta dinero de acuerdo a la gravedad de los problemas que enfrenta, y con ello se gana el apoyo popular, será un ejemplo que el resto del mundo querrá seguir".
Como fuere, no está en absoluto claro si el plan del presidente Joseph Biden logrará ser aprobado por el Parlamento, o si, para lograr su aprobación, tendrá que reducirlo y modificarlo dolorosamente.
En tanto, se perfilan otros asuntos misteriosos que se están produciendo desde la entrega del gobierno de Donald Trump a su sucesor Joseph Biden. Uno de los asuntos más intrigantes es la aparición de una empresa llamada Global Resource Systems LLC que en enero, inesperadamente, asumió la propiedad ejecutiva de nada menos que 175 millones de sitios web pertenecientes al Pentágono.
Oiga, 175 millones de direcciones IP constituyen una presencia formidable para hacer muchísimas y muy graves cosas en el universo digital.
Hasta ahora, los voceros del Pentágono se han limitado a dar respuestas evasivas y vagas, reiterando el compromiso de las Fuerzas Armadas con la seguridad de los Estados Unidos.
Otro elemento inquietante tiene que ver con el proyecto mencionado por Biden de invertir hasta 50 mil millones de dólares en la producción en Estados Unidos de semiconductores, o microchips.
De hecho, hay un principio de acuerdo de Washington con la empresa TSMC, de Taiwán, que es la principal productora de microchips del mundo y la única que en estos momentos está produciendo microchips de un tamaño de sólo 5 nanómetros, sea, tan pequeñitos que sólo miden 5 millonésimas de milímetro. Unidades tan pequeñas que sumando 200 mil de ellas sólo alcanzarían a medir un milímetro.
Las empresas chinas del rubro sólo han logrado hasta el momento producir unidades de 10 nanómetros, aunque siguen trabajando febrilmente para equiparar los resultados que ya obtuvo Taiwán.
El anuncio de Washington menciona una inversión de más de 5 mil millones de dólares para instalar una planta de la misma empresa en Estados Unidos, para darle al país independencia tecnológica.
Sin embargo, nada menos que el jefe máximo de la empresa de Taiwan, Morris Chang, señaló que es un acuerdo muy interesante, desde luego, pero que no cree que en Estados Unidos sean capaces de trabajar con el mismo nivel que tienen los trabajadores taiwaneses.
Según Chang, los estadounidenses tienen una estructura psicológica distinta, y no es muy probable que logran asimilar suficiente capacitación en pocos años. Es decir, la producción en Estados Unidos podría tardar muchos años en hacerse suficiente para abastecer al propio país.
Es decir, en estos momentos China, aunque sólo ha logrado producir microchips del doble de tamaño que los taiwaneses, está sin embargo inmensamente más avanzada que Estados Unidos.
En tanto, la política internacional del nuevo gobierno de Estados Unidos está en una coyuntura compleja tipificada en su enfrentamiento con Irán, que mantiene en tensión a sus aliados europeos al igual que a Israel y los Emiratos Árabes, además de las situaciones ambiguas con Arabia Saudita, Paquistán y Afganistán, donde la retirada de las últimas tropas estadounidenses se perfila tambaleante frente al fortalecimiento de los Talibanes.
Muy reforzado por su alianza militar y económica con China, el gobierno de Irán mantiene su exigencia de que Estados Unidos levante todas las sanciones impuestas en su contra durante el gobierno de Trump, antes de restablecer los controles internacionales que había aceptado sobre sus instalaciones nucleares.
Se supone que en estos momentos ya Irán dispone de uranio refinado a nivel suficiente para producir varias bombas atómicas.
Para Estados Unidos, es esencial llegar a un acuerdo con Irán antes de que el país islámico disponga de sus misiles probadamente eficaces, dotados de cabezas nucleares.
Para los aliados europeos reanudar el acuerdo de paz con Irán es clave para la seguridad continental. Y para Israel el desarrollo de misiles atómicos por parte de Irán es equivalente a una amenaza mortal, luego del enconado enfrentamiento que se endureció cada vez más contra Irán durante el gobierno de Benjamín Netanyahu.
Para Israel hasta ahora la única carta de triunfo era una posible guerra contra Irán, de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes e Israel, con apoyo de Estados Unidos.
Pero, claramente, Estados Unidos ahora necesita llegar a un entendimiento con Irán, para neutralizar la amenaza de su alianza con China y Rusia, que desbarataría por completo el control de Estados Unidos sobre Asia Occidental.
Por su parte, Arabia Saudita ha comprendido que ya no puede contar como antes con el apoyo de Estados Unidos. Asimismo, el fracaso de su guerra lanzada contra Yemen no sólo ha fortalecido a los grupos anti sauditas que están alcanzando posiciones cada vez más fuertes. Además, los contraataques yemeníes en territorio saudita, además de producir grave daño económico, está generando una sensación de debilidad en la monarquía que era considerada poderosísima y dueña de recursos financieros prácticamente inagotables.
De ahí que, en estos momentos, por primera vez, Arabia Saudita haya declarado abiertamente que está dispuesta y deseosa de buscar un diálogo con Irán, en busca de entendimiento que reemplace a la enemistad supuestamente irreconciliable que existía entre ambas naciones islámicas.
Así, pues, en estos momentos es incierto el destino político de Benjamín Netanyahu, ya legendario líder y caudillo de la ultraderecha israelí. La monarquía saudita parece dispuesta a olvidar su enemistad con Irán. Y se inició ya la lúgubre retirada de Afganistán de las fuerzas invasoras estadounidenses y europeas, retirada que todos saben dejará el camino abierto para que los talibanes retomen el poder.
En Asia, el primer ministro japonés, Yohishide Suga, defensor de una alianza militar con Estados Unidos contra China, enfrenta en estos momentos una posibilidad muy seria de perder el apoyo parlamentario.
Realmente, a cien días de haber asumido el poder, el gobierno del demócrata Joseph Biden está enfrentando una realidad muy desalentadora, y la nación estadounidense aparece fragmentada en bandos irascibles, furiosos, que intercambian más injurias que pensamientos.
El sector progresista, moderadamente izquierdista del partido Demócrata en el poder, parece estar logrando marcar el rumbo del nuevo gobierno, pese a la resistencia del sector de centro-derecha.
Tienen ganas de ganarse a la conservadora mayoría de la nación estadounidense.
Pero tener ganas... no es lo mismo que obtener ganancia.
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. ¡Hay peligro!…