PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Guerra como síntoma

Por Ruperto Concha / resumen.cl

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No se trata de ser alarmistas, pero las noticias más concretas y ciertas sobre lo que está sucediendo en todas partes ya están pareciendo un cuento terrorífico con catástrofes y destrucción por el cambio climático, con miles y miles de personas, incluyendo muchísimos niños, que mueren mientras intentan emigrar a otros países o se mueren de hambre en su país, sin emigrar.

Todas las economías del llamado "mundo occidental" están en una vorágine de inflación y empobrecimiento. Alemania, que era el más poderoso motor industrial de Europa, ahora está abiertamente en recesión, y Estados Unidos, detrás de sus intentos de lucir triunfal, apenas logra fingir que tiene un crecimiento del 1,4%.

Y al otro lado, en China, el crecimiento económico está reduciéndose también hasta poco más de un 4%, y en vez de inflación China está sufriendo deflación porque los mercados mundiales están empobrecidos y compran cada vez menos, lo que hace que los precios bajen y la actividad industrial se haga menos rentable.

Con una pérdida de miles y miles de millones de dólares invertidos en prolongar la guerra contra Rusia, que la OTAN ya sabe que perdió en Ucrania,  ahora está preparándose para embarcarse en otras tres guerras que parecen a punto de estallar: una en el Medio Oriente, en el Golfo Pérsico, contra Irán, otra en el Sudeste Asiático, quizás en Corea o quizás en Taiwan, contra China, y la tercera en el corazón del África, contra Níger y sus aliados Mali, Chad, Burkina Faso, Camerún y la República Centro Africana.

Y, claro, además, con todo ello estamos cada vez más al borde de una guerra nuclear...

Bueno, ante ese panorama deprimente y amenazante, es natural que nos preguntemos... ¿Por qué, demontres, está pasando esto?

¿Por qué estamos al borde del desastre justo ahora, cuando la civilización humana ya dispone de un poderío tecnológico sin precedentes, que verdaderamente podría proveer de bienestar y progreso para todos?

Vamos viendo.

 

 

Partamos admitiendo algunas cosas que ya son probadamente ciertas. La primera es el hecho de que en nuestro hermoso y prolífico planeta Tierra, el animal más asesino y peligroso para la vida humana es el propio ser humano. Ningún animal, ningún microbio, ningún virus, ha matado más seres humanos que los propios seres humanos.

Pero ¿siempre fuimos asesinos de nuestra propia especie?

Los antropólogos y los arqueólogos han encontrado señales que sugieren que, en los remotos tiempos, hace más de cien mil años, y hasta tiempos mucho más recientes, sólo unos 12 mil años atrás, las pequeñas bandas casi familiares que eran aquellas naciones que vagabundeaban por la vastedad del planeta, muy rara vez se encontraban unas con otras.

Y al parecer en aquellos raros encuentros el sentimiento mutuo primordial era de asombro y de curiosidad amistosa, como lo que todavía hoy experimentan los niños al encontrarse por primera vez con otros niños desconocidos y de otras razas. Niños que son distintos, pero indudablemente son también niños y pueden jugar con uno.

Todas las fantasías novelescas de supuestas guerras territoriales de la edad de piedra son desmentidas por la arqueología. Ya se sabe que incluso el encuentro de grupos distintos y de razas distintas, como los Cromañones y los Neanderthal, fueron suficientemente amistosas como para intercambiar habilidades y conocimientos. Más aún, se sabe que a menudo hubo contacto sexual entre ambas razas y se produjo muchísimo mestizaje.

La edad de piedra del Paleolítico muestra cómo la técnica de tallar las piedras cristalinas como el sílex o la obsidiana se aplicaba para fabricar herramientas y armas de caza que, por supuesto eventualmente podrían utilizarse para atacar o defenderse.

Pero las verdaderas armas, hachas de combate con características bien definidas y escudos de cuero endurecido, recién aparecieron en el Neolítico, alrededor de 10 mil años antes de nuestra era, cuando ya la humanidad había evolucionado y las primeras comunidades agrícolas se habían asentado en lugares convenientes, abandonando el vagabundeo de los antiguos cazadores y recolectores de alimentos.

La agricultura provocó un verdadero terremoto cultural, económico y social. Motivados por la maravillosa seguridad de disponer de la cosecha de granos, esos humanos se encontraron por primera vez con que eran colectivamente dueños de un tesoro de alimentos para sobrevivir todos los meses del futuro, en el invierno.

Hace unos doce mil años, una de esas tribus o comunidades ya sedentarias y agrícolas había construido la ciudad de Catal Huyuk, que se considera quizás la primera ciudad del mundo, en lo que hoy es Turquía o Turkiye, y en ella hay evidencias irrefutables de que sus habitantes ya habían constituido una sociedad organizada en que distintos grupos con distintas habilidades habían asumido distintas responsabilidades y tareas.

Desde los que se deslomaban plantando y cosechando cereales, o haciendo adobes para construir muros y viviendas, hasta los bravucones que se mantenían alertas ante la amenaza de grupos de cazadores vagabundos hambreados que soñaban con apoderarse del tesoro de alimento que la aldea guardaba en su granero colectivo.

¿Se fija Ud.?… La existencia de un tesoro provocó una revolución política que tendría que canalizar las ganas, los miedos, las necesidades y las tareas que asumirían las diversas gentes que integraban la comunidad.

Y eso implicó de inmediato la necesidad de fabricar armas. La Evolución de la humanidad al crear un tesoro había creado también la guerra.

 

Cuando, a los 14 años, como cadete en la Escuela Militar, tuve la suerte de contar con el teniente Medel, jefe de la sección a la que me habían asignado. Infortunadamente no recuerdo su nombre de pila, pese a que, con otros compañeros, sentíamos gratitud y admiración por él.

Nuestro régimen de clases era similar al plan de estudios de cualquier internado civil, y la educación netamente militar que recibíamos en primer año era precaria. Básicamente se limitaba a aprender disciplina, formalidades y grados militares, maniobras de marcha y desfile, armar, desarmar y limpiar algunas armas, como pistolas, fusiles y algunas ametralladoras.

Pero además con frecuencia se nos proyectaban películas documentales de acciones de combate real filmadas durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, y después de verlas el teniente Medel nos invitaba a analizar lo que habíamos visto.

En esas conversaciones nuestro teniente Medel explicó que la Estrategia es la disciplina necesaria para determinar si habrá o no una batalla, y cuándo y dónde se daría esa batalla.

Después viene la Táctica que es la disciplina necesaria para determinar cómo se combatirá. Y, con una sencillez admirable, nos explicó que, en términos reales, la estrategia es una disciplina más política que militar, y nos introdujo al pensamiento del general prusiano Carl Von Klausewitz, que resumió en su célebre frase: "La guerra es la continuación de la política por otros medios".

De hecho, según Von Klausewitz, toda guerra es un acto político por el cual un gobierno intenta obligar a otro a que acepte actuar de determinada manera. O sea, intenta que otro gobierno o grupo de gobiernos quede reducido a la sumisión.

Según él, la guerra tiene tres elementos básicos. El primero es la Inteligencia, la determinación política de aquello que un gobierno quiere imponerle a otros. Y según él es el único factor inteligente en una guerra.

Los otros dos elementos son: a) El odio, la enemistad, la vanidad popular y la violencia primitiva e irracional de los seres humanos, y b) La habilidad en el juego y el azar en el manejo de los recursos. Eso es lo que hace el militar.

El factor a) es la participación del pueblo. De la gente con fervor patriótico. Y el factor b) es la participación, técnica de los mandos militares.

 

 

Dos siglos después de Von Klausewitz, en Estados Unidos, el antropólogo Lester F. Ward planteó que los seres humanos, por su evolución y su cultura, canalizan la fuerza psíquica de sus emociones, sus apetencias, sus miedos y sus odios, y esas emociones, apetencias y odios de cada uno se derraman en mensajes mezclándose y formando una gran aleación, una gran combinación colectiva de energías psíquicas que se va sintetizando y generando una ola emocional de opiniones. Una ola que es una Fuerza Social.

Estas Fuerzas Sociales son de dos clases. Las Fuerzas Físicas, que cobran su energía en la actividad psíquica relacionada con el cuerpo y buscan obtener placer y evitar el sufrimiento, y tienen efecto en la manera en que la sociedad percibe las cosas relacionadas con el sexo, con la comida y con la vida familiar.

La otra clase de Fuerza Social, según Ward, la llama Fuerza Espiritual, que obtiene su energía de la emoción que uno siente ante la bondad y la generosidad, ante la belleza que rechaza la fealdad, y ante la inteligencia que busca lo que es verdadero y lo que es útil.

Así, mediante la comunicación social cada vez más intensa, el mundo emocional de la gente se va amoldando, convirtiendo los sentimientos individuales en una fuerza mayor que llega a convertirse en una poderosa fuerza de opinión pública.

Y, desgraciadamente, esa fuerza de opinión pública puede fácilmente convertirse en una función política cargada de odio y de codicia.

Ya, en sus últimos tiempos como Canciller y Jefa de Gobierno de Alemania, Angela Merkel diagnosticó que, sobre todo en las sociedades supuestamente ultra civilizadas de Occidente, se está haciendo sentir un envenenamiento psicológico que tiende al odio y al racismo pero que a la vez oculta un miedo enfermizo por el futuro.

La violencia política comienza a entremezclarse con la violencia criminal, y de pronto las encuestas políticas descubren mayorías súbitas de gente que por miedo y odio dicen que prefiere sacrificar su libertad a cambio de mayor seguridad policial frente a la delincuencia.

En opinión de Angela Merkel, son muchos los dirigentes políticos que estimulan esos miedos para aumentar y acumular mayores cuotas de poder.

Bueno, al parecer esos dirigentes políticos hábiles en aprovechar los miedos y el odio irracional siguen aferrados ahora al poder político mundial...

Y, una vez más, encontramos que la guerra es la política continuada por otros medios.

Es decir, las guerras y las amenazas de guerra en realidad son síntoma de una enfermedad mental o espiritual.

 

 

¿Podrá pararse a tiempo el peligro de una guerra nuclear?

Las mayorías, intoxicadas por las redes sociales, ¿se atreverán a recobrar su derecho a ser diferentes, a no estar a la moda, gastando obedientemente su dinero como la publicidad le dice que hay que hacerlo para no ser "raro"?

Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense.

El silencio obediente y resignado... vuelve al peligro cada vez más peligroso.

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