PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Lo que la muerte mata

Por Ruperto Concha / resumen.cl

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¿De dónde, diantres, apareció el Covid-19, ese bicharraco a medias vivo que algunos llaman el Cóvid, así como en inglés, porque les suena mejor?

En realidad, todos sabemos que nuestra bruta humanidad se sacó del bolsillo cerebral... de ese mismo "bolsillo bolsudo" de donde se sacó el SIDA, la bomba atómica y la enorme codicia consumista neoliberal que durante tantos años aceptábamos como si fuese una Virtud Teologal.

Es decir, el Covid-19 es una especie de feo espejo que nos muestra perplejos y, más lejos... un futuro que sólo es un bosquejo.

Y esto, aunque tenga rima, no es nada de poético. ¡Vamos viendo!

 

Recordemos que Donald Trump, desde el primer momento, acusó con estridencia a la China de haber provocado la pandemia de COVID. De hecho, Trump dijo estar convencido de que el Virus había sido fabricado en los laboratorios del Instituto de Virología de la ciudad de Wuhan, donde se registró el primer episodio de epidemia.

Luego, tras inspecciones realizadas incluso por científicos de la Organización Mundial de la Salud, una gran mayoría de los biólogos aceptó la versión entregada por China, de una mutación de un coronavirus presente en animales del sudeste asiático, especialmente pangolines y murciélagos, que le dio capacidad de contagiar a los seres humanos.

Cuando el demócrata Joseph Biden asumió el gobierno las acusaciones contra China fueron puestas de lado. Sin embargo, al ritmo del enfrentamiento estratégico entre Estados Unidos y China, el senador republicano Rand Paul destapó una olla de datos nuevos que incluían nada menos que, fíjese Ud....

... la colaboración de Estados Unidos, directamente, con el Instituto de Virología de Wuhan, en la investigación de procedimientos para modificar y potenciar los coronavirus volviéndolos más mortíferos y capaces de contagiar a los seres humanos.

Después de esa denuncia, por supuesto el presidente Biden ordenó de inmediato que los servicios de inteligencia retomaran el análisis de toda la información recogida antes, y dieran a conocer sus resultados en un plazo de 90 días.

Por supuesto, con ello cobró fuerza inmediatamente la teoría de que el Covid-19 se hubiera originado en el Instituto de Virología de Wuhan por una fuga o filtración de material virulento.

 

 

 

Por supuesto, Washington todavía no ha formulado ninguna acusación concreta contra China. Sólo ha enfatizado la posibilidad de que la fuga de material virulento se hubiese producido accidentalmente.

El propio Instituto de Virología de Wuhan había entregado a la comunidad científica de Estados Unidos y Canadá, ya en el año 2015, varios "papers" o informes científicos, entre los cuales había uno, emitido por la propia doctora Shi Zhengli, titulado "Un conjunto con características del tipo SARS, síndrome de afección respiratoria grave, de coronavirus presentes en murciélagos, con potencial de contagio a humanos".

Es decir, los investigadores chinos ya en 2015 habían entregado a Estados Unidos una información detallada de los descubrimientos obtenidos en sus laboratorios.

Fuera de ello, el informe dejaba en claro que en los trabajos de investigación en los laboratorios estaban participando biólogos estadounidenses, vinculados al Departamento de Biología Celular de la Universidad de Carolina del Norte, y que, posiblemente contaban además con financiamiento del gobierno de Estados Unidos.

El llamado "potencial" del virus ha sido definido técnicamente como "ganancia funcional" o "gain of function", en inglés, que implica aumentar la capacidad del virus para contagiar a otros animales, incluyendo a los humanos.

Ese proceso de potenciación, o "gain of function" estaba siendo investigado y desarrollado activamente en Estados Unidos, por el Instituto Nacional de Salud y otras instituciones, con financiamiento estatal, al menos en el período entre 2014 y 2017, aunque siempre fue considerado como un campo extremadamente peligroso.

Poco después, ya en 2019, el gobierno de Estados Unidos ordenó suspender temporalmente los trabajos de investigación en algunos laboratorios, incluyendo el Instituto Médico Militar de Investigación de Enfermedades Contagiosas, en la base militar de Fort Detrick, Maryland.

Un informe emitido por ese Instituto Médico Militar señaló que se había encontrado peligro de fallas en la mantención y seguridad de los procedimientos que implicaban agentes virales o toxinas peligrosas.

Sobre esos antecedentes, un grupo de políticos considera la posibilidad de que el Instituto de Virología de Wuhan pudiera haber sufrido alguna falla de seguridad como las que se habían detectado en Maryland, Estados Unidos.

 

 

Según un reportaje del periódico canadiense Globe and Mail, hubo al menos 7 científicos chinos trabajando en los laboratorios militares de Estados Unidos, así como había estadounidenses en el Instituto de Wuhan, de China. Y uno de ellos, el doctor Feihu Yan, es miembro del área científica del Ejército de China, y tuvo acceso al manejo de los virus de las más mortíferas enfermedades del mundo.

Y es claramente posible que muchos de los secretos científicos más mortíferos y peligrosos que estaban siendo elaborados en Estados Unidos eran accesibles para los investigadores chinos que indudablemente entregaban informes a su gobierno.

Del mismo modo, quedó en claro por el informe del senador Rand Paul, que también había investigadores científicos estadounidenses que tenían pleno acceso a los laboratorios de Wuhan.

Sobre esos hechos, ciertamente se genera la posibilidad de que efectivamente pudiera haberse producido una falla de seguridad en los laboratorios de Wuhan.

Sin embargo, el exdirector de la Agencia de Inteligencia Nacional de los Estados Unidos, James Clapper, así como varios de sus colaboradores de alto rango, insisten en considerar que el Covid-19 no se propagó a partir de una cepa viral modificada que casualmente se hubiera filtrado de los laboratorios de Wuhan.

Según él y sus colaboradores, junto con los investigadores de la CIA, los indicios disponibles apuntan a que el brote del Covid-19 se produjo por la llamada "zoonosis", o mutación natural de los virus que logran propagarse también sobre animales de otras especies.

 

 

 

Resulta así claro, a partir de informaciones de Estados Unidos, que los biólogos de ambos países estaban investigando la posibilidad de generar virus potenciados o modificados para contagiar a los seres humanos.

Y, precisamente por ello, China y Estados Unidos habían acordado compartir avances experimentales y procedimientos para modificar los virus más peligrosos. Eso, como un acuerdo que garantizara recíprocamente la seguridad entre ambas naciones.

De ahí que resulte legítimo preguntarse: "¿hasta qué punto puede considerarse que Estados Unidos y China han sido cómplices en proyectos militares que quizás dieron origen a la Pandemia del Covid-19?…

Y, todavía más, en torno del misterio de esta secreta connivencia chino-estadounidense sobre estudios de guerra bacteriológica, obviamente han resurgido las teorías respecto de la aparición de la peste viral del SIDA, el HIV2, que implicó la inexplicada mutación del virus HIV1, que afecta a los chimpancés y gorilas sin tener los efectos letales que alcanzaría tras evolucionar como HIV2, con terribles resultados sobre los seres humanos.

La teoría conspirativa, que todavía hoy sostiene un gran número de afroamericanos, señala que el virus del sida habría sido también una fuga de laboratorios militares estadounidenses que trabajaban en África en el desarrollo de armas biológicas.

Y, respaldando cierto grado de credibilidad de esa teoría conspirativa, se menciona la sucesión de ataques realizados por Estados Unidos contra Cuba, después del fracaso de la invasión armada en Playa Girón, en 1961.

El mercenario cubano Eduardo Arocena, contratado por la CIA, según consta en las actas de su interrogatorio ante un tribunal de Nueva York, en 1984, confesó que el grupo dirigido por él tenía la misión de recibir ciertos gérmenes patógenos y llevarlos clandestinamente a Cuba.

Esos ataques con armas biológicas contra Cuba fueron confirmados por el propio director de los Laboratorios Biológicos del Ejército, Riley D. Housewright, entrevistado por el diario New York Times. En esa entrevista Housewright declaró que sus ataques con armas biológicas contra Cuba habían logrado matar o dejar incapacitados a muchísimos cubanos.

 

Así, pues, no es el caso de hablar de un enfrentamiento entre los buenos y los malos. Ni en lo referente a descubrir de dónde apareció el Covid-19, ni, tampoco, en cuáles son los gobiernos dispuestos a utilizar la ciencia de la vida, la biología, para obtener una tecnología de la muerte, mediante armas biológicas.

Los hombres de ciencia investigan, descubren y sistematizan los nuevos descubrimientos, muchos de los cuales son peligrosos. Y en las últimas décadas los biólogos han logrado avances asombrosos sobre manipulación genética capaz de modificar el funcionamiento del organismo de un ser humano adulto. Por ejemplo, insertar en un enfermo células de su propio cuerpo, pero con los núcleos modificados de cierta manera para corregir una falla que esté padeciendo el paciente.

La célula modificada se reproduce en el interior del cuerpo del enfermo, reemplazando a las células defectuosas. Con ello, se ha logrado la cura incluso de afecciones graves en el cerebro.

Sin embargo, se ha detectado también que esas células modificadas pueden eventualmente desplazarse a otros órganos del cuerpo, incluso, a las zonas donde se crean los cromosomas.

Con ello, las células modificadas podrían tener efectos genéticos inesperados, incluyendo malformaciones que pasarían a ser hereditarias.

Por cierto, estas nuevas tecnologías médicas están todavía en un nivel de ensayos. Con la inyección de esas llamadas "células somáticas", modificadas, ya ha sido posible alcanzar curaciones extraordinarias, como, por ejemplo, devolverle la vista a un niño nacido ciego.

Pero el peligro de alterar accidentalmente la continuidad genética de una persona, afectando con ello a sus hijos y sus nietos, todavía mantendrá el implante de esas células en carácter meramente experimental.

 

Así, pues, la vida y la muerte son asunto que sigue desarrollándose en el secreto de los laboratorios. De ahí podrán surgir descubrimientos que serán armas de guerra, o bien descubrimientos que serán herramientas de vida y de evolución de nuestra especie.

El lunes pasado, 24 de mayo, fue el cumpleaños del primer gran poeta "hippie" ganador del Premio Nobel en 2016. Se trata de don Robert Zimmerman, un chico judío nacido en Minnesota, Estados Unidos, quien saltó a la fama con su seudónimo Bob Dylan.

Sus poemas y sus canciones en gran medida fueron el aliento y el espíritu de la revolución cultural que transformó para siempre los moldes éticos de la juventud estadounidense.

Ya pocos se acuerdan de lo que fue el movimiento hippie, y cómo esos millones de jóvenes, hembras y varones, con una edad promedio de 15 años, sembraron en la cultura estadounidense unas semillas espirituales que recién ahora parecen estar nuevamente brotando.

Entre las canciones más bellas de Bob Dylan se cuenta una llamada "Masters of War", los "Amos de la Guerra".

Y esa canción fue entonada ahora por miles de jóvenes de Nueva York, judíos, irlandeses, italianos, negros, asiáticos, latinoamericanos... en apoyo de la gente palestina brutalmente agredida por el ejército de Israel.

En esa canción dice: "Tal como el viejo Judas Uds. mienten y engañan, Amos de la Guerra... ¡ni siquiera Jesucristo podría perdonarlos!… ¿Creen Uds. que el dinero de las ventas de armas podría comprarles el perdón?… ¿Creen que esos millones podrían rescatar el alma que Uds. vendieron?"

 

Hace más de 2.600 años, el pensador griego Anaximandro formuló la ley de la conservación de la materia, que dos mil años después expuso el químico francés Antoine Lavoisier con su Ley de Conservación de la Masa.

En la naturaleza nada se crea y nada se pierde. Sólo existen transformaciones.

Es decir, la materia no muere. Y si la materia no muere cuando uno muere... ¿Qué es lo que muere?

La respuesta es misteriosa. Lo que muere es sólo un ordenamiento, una arquitectura, una forma en que las moléculas y los átomos y las células de nuestro cuerpo danzan combinándose entre sí, como en una extraña fiesta.

La muerte vendría a ser entonces sólo el final de aquella fiesta, el final de aquella danza de millones de partículas jugando a ser vida.

El fin de la danza, ¿es la muerte de la danza?… Cuándo suena la última nota de una sinfonía, ¿es que ha muerto esa sinfonía?

Hoy, pensando en armas y guerras, pensando en la pandemia y el desastre ecológico de nuestro planeta...

¿Será que la maravillosa danza de la vida terminará en materia quieta e inmóvil?

Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Pero recordemos que, después de la canción, canta el silencio de la música.

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