Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Hay algunos biólogos que sospechan que todos los seres vivos son capaces de mentir... ¡Incluso algunos vegetales!… Para defenderse o para atacar, prácticamente todos los animales son capaces de "mimetizarse" y a veces incluso llegan a ser maestros para fingir. Animalitos inofensivos logran disfrazarse de fieras venenosas, en fin. Es la naturaleza misma la que enseñó a los seres vivos la manera de hacer uso del entendimiento y las percepciones de otros, y así lograr efectos convenientes para salvar su vida o para comerse a otro.
La mentira, sin tener ni energía ni masa propia, logra, sin embargo, producir efectos realmente intensos, de vida o muerte.
Y los seres humanos, puesto que disponemos de un cerebro inmensamente más eficiente que el de todos los demás animales, nos hemos convertido en unos mentirosos inmensamente más mentirosos que cualquier otro ser vivo sobre la faz de nuestra Tierra.
Y esa cualidad sombría es un arma que prácticamente siempre utilizamos sobre los demás seres humanos. Incluso sobre nuestros seres queridos y respetados.
En la religión cristiana, la mentira es el Octavo de los Pecados Capitales. Y sin embargo, en nuestro muy cristiano mundo occidental, diversas investigaciones científicas han detectado, fíjese Ud., que toda persona común y normal, miente todos los días al menos dos veces.
Hay numerosos ensayos psicológicos y antropológicos sobre la mentira, sus motivaciones y los efectos de la mentira en la actividad humana global. En términos básicos, se define Mentir como el acto de hacer intencionadamente una afirmación falsa, sabiendo que lo que se afirma no es verdad.
Y esa definición implica también la llamada "mentira por omisión", que consiste en callar ocultando deliberadamente una falsedad, con intención de dejar que otros resulten engañados.
Todas las leyes, desde los más antiguos códigos de justicia, han condenado la mentira en general, pero, también la han justificado en los casos en que se mienta con buena intención. Para evitar un daño, o para defenderse de enemigos, o, incluso, a veces por compasión.
Incluso se considera aceptable decir algunas de las llamadas "mentiras blancas" que se dicen a menudo, por cortesía o por cariño o simplemente por excusarse de hacer algo que uno no quiere hacer.
Por cierto, los gobernantes han hecho abundante uso de la mentira a través de toda la Historia, supuestamente con las mejores intenciones patrióticas. De hecho, la estrategia militar, así como las armas e implementos de guerra, incluyen el ocultamiento y el secreto como una cualidad indispensable.
Ahora, en una sociedad dominada por la codicia, el ansia de poder y el lucimiento social, la mentira parece impregnar prácticamente toda la actividad humana.
Sin embargo, los más avanzados estudios sobre la mentira en el espíritu y la cultura de la persona humana, coinciden en preguntarse más que por qué mentimos, en, fíjese Ud., averiguar por qué no mentimos mucho más.
De hecho, se ha detectado psicológica y neurológicamente que la mentira exige por un lado bastante inventiva y capacidad intelectual, sobre todo para sostener los propósitos de la mentira sin ser desenmascarado. Eso puede resultar trabajoso y cansador.
Al parecer ello exige que el mentiroso tenga que tratar de creer aunque sea parcialmente sus propias mentiras. Ya en el siglo 19 el genial escritor francés Gustave Flaubert, en su novela Madame Bovary, afirmaba que toda buena mentira está hecha con un 95% de verdad y sólo un 5% de falsedad puesta en el lugar justo. Una gota de mentira basta para convertir todo un relato en una gran mentira
Para lograr esa mentira de alta calidad, el mentiroso necesita, además, ser capaz de mentirse a sí mismo. Sumirse en un auto-engaño que le permita sentirse confortable metido en su mentira.
La investigadora Dra. Suzanne Manson, de la Universidad de Australia Occidental, señala que incluso entre estudiantes universitarios de alto nivel intelectual, se presenta casi invariablemente un cuadro de auto-engaño en respuesta a la necesidad de ser moral e intelectualmente mejores de lo que creen que son.
La Dra Manson señala que, en una introspección profunda, el observador inteligente descubre sus propias limitaciones y los autoengaños con que las disimula. Eso se refiere a su propia productividad, su disciplina, sus hábitos, y las verdaderas intenciones que lo motivan.
Pero luego, el mismo observador de sí mismo se da cuenta de que las apariencias no son suficientes. Y que conformarse con el autoengaño no resuelve los problemas reales. Peor aún, que al esquivar sus problemas, estos se vuelven más difíciles de resolver. Es decir, sólo podemos desarrollar nuestro verdadero potencial interno, cuando asumimos lo que de veras se oculta en nuestro interior, y que nos ha impulsado a estar mintiéndonos a nosotros mismos.
Sin embargo, frente a eso, la Dra Manson advierte hay veces en que el auto engaño, el aceptar como reales algunas afirmaciones, aunque sean irracionales y materialmente falsas, puede realmente ayudarnos a alcanzar un crecimiento moral. Ese sería el caso de las creencias religiosas, que aceptan, aún en contra de la realidad científica, algunas afirmaciones y creencias.
Como sea, diversos experimentos científicos con grupos humanos han mostrado que el nivel y la frecuencia de las mentiras se mantiene dentro de un límite que libremente se auto imponen los participantes, una especie de disciplina.
En realidad, los resultados indican que se produce una fórmula, un algoritmo que indica que un 80% de todas las mentiras son emitidas por sólo un 20% de las personas. Por ejemplo, un grupo de empleados de una misma empresa. En cambio, el 80 % de los participantes, en conjunto, emiten sólo un 20% de todas las mentiras.
En las investigaciones realizadas en términos de psicología laboral, se ha determinado que los más mentirosos son personas moralmente más débiles, con más bajo vigor en su capacidad de afecto y de entusiasmo, y que no sienten que mentir sea algo moralmente grave y negativo.
Ante esa clase de persona, los demás participantes del grupo debieran adaptarse a su baja confiabilidad, o bien, hacerle saber que los demás no son tan estúpidos y se dan cuenta de que no se puede confiar en él.
El Dr. Dan Ariely, psicólogo de la Universidad de Duke, Estados Unidos, señala que en diversos experimentos se ha detectado que las personas, aunque inicialmente cedan a la tentación de obtener alguna ventaja mediante la mentira, se abstienen de ir más allá de una pequeña parte de lo que podrían hacer si siguieran mintiendo.
O sea, ellos mismos se ponen un límite que generalmente se relaciona con negarse a sentirse abusadores. Es decir, la aceptación de la mentira está limitada por al deseo de otra clase de ganancias o de valores que son preferibles aún a costa de limitar la propia codicia y los propios apetitos. Las personas desean y necesitan sentirse honestas y sienten que la honestidad es indispensable para el funcionamiento esencial y normal de la sociedad entera.
Por su parte, el dr. Robert Feldman, de la Universidad de Massachusetts, señala que esa misma base de honestidad de la gente es la que aprovechan los que son mentirosos ávidos, pues las personas normales no esperan que les estén diciendo mentiras, la gente normal quiere creer en lo que se les dice… aunque con ello terminen creyendo en las ofertas de vendedores engañosos, por ejemplo, … o las que hacen de ciertos políticos convincentes pero insinceros.
Resulta entonces que la misma honestidad esencial de la mayoría de la gente es la que posibilita que haya mentirosos con capacidad de manipular las decisiones más sanas, bienintencionadas y legítimas de los demás.
Otro estudio dirigido por la Dra. Briony Swire-Thompson, de Australia, muestra que la gente tiende a aceptar como verdaderas las informaciones provenientes de personas o de medios informativos a los que está acostumbrada, sin prestar mayor atención a las contradicciones o los absurdos que contengan lo que se les dice.
Aunque después se les muestre y demuestre que la información que recibían era incorrecta o falsa, tienen dificultad para cambiar sus opiniones que ya se formaron. Y, más aún, suelen olvidar que sus viejas opiniones se basaban en falsedades.
Ese fenómeno de adaptación emocional a creer que son verdades algunas afirmaciones falsas que se reciben de personas o medios noticiosos habituales, cobra una importancia dramática cuando se trata de tomar decisiones políticas.
De hecho, en estos momentos, a nivel mundial, se está produciendo una contrastación de los medios informativos de diversas posiciones políticas en una pugna que está alcanzando límites de ferocidad y peligro, además de generalizar un tono de mentira.
Respecto de eso, es importante recordar el discurso que pronunció Mike Pompeo, entonces Ministro de Exteriores del gobierno de Donald Trump, en abril de 2019, ante los nuevos agentes que ingresaban a la CIA. Allí, Pompeo dijo textualmente que, mientras él fue director de la CIA, "Estados Unidos mintió, estafó y robó... y todo eso fue parte de la gloria del Gran Experimento Americano".
Más que una confesión, ese discurso de Pompeo fue una declaración de principios que va más allá de las miserias imperialistas de algunos gobiernos y algunas naciones.
En realidad, en estos momentos la información periodística está siendo vulnerable a la manipulación más extrema por parte de los grupos de poder. Por cierto, es natural y sano que los medios informativos representen perspectivas de opinión, puntos de vista e incluso estilos periodísticos distintos.
Pero esa legítima diversidad en ningún caso debiera justificar ocultamiento de noticias o falseamiento de los hechos reales. O sea, ningún medio informativo tendría el derecho de mentir.
Pero, en estos momentos, por ejemplo, los gobiernos de la Unión Europea, junto a Estados Unidos, están condenando, a través de todos los medios dominantes, al gobierno de Rusia por el juicio al político Aleksey Navalny, y la condena a 3 años de cárcel por cohecho y violación de condena.
Sin embargo, no se menciona que ese juicio fue realizado en tribunales legítimos, independientes del gobierno, y en presencia de diplomáticos de toda Europa, los cuales no han denunciado hasta ahora ninguna anomalía en el procedimiento, los alegatos y el fallo judicial.
Y más aún, varios de esos mismos diplomáticos participaron en las protestas callejeras en apoyo a Navalny, por lo que luego fueron, naturalmente, expulsados de Rusia por el gobierno de Moscú.
Fíjese Ud., si esa situación se hubiera producido en Chile durante las protestas de octubre de 2019 y unos diplomáticos cubanos, venezolanos, o rusos o iraníes se hubieran sumado a las protestas callejeras contra el gobierno de Sebastián Piñera, ¿habría sido legítimo o no, que el gobierno chileno expulsara a esos diplomáticos intrusos?…
Y, luego, ¿cómo se acusa el juicio a Navalny como crimen antidemocrático del gobierno ruso, mientras, en cambio, se guarda un silencio cómplice por los 10 años de prisión y tortura, impuestos por el gobierno británico contra el periodista Julián Assange, quien no ha cometido ningún delito en Gran Bretaña, ni están siendo juzgado por delito alguno pero es perseguido por difundir hechos reales sobre crímenes y violaciones a los derechos humanos por el gobierno de Estados Unidos?…
Y eso, a pesar de que las Naciones Unidas hace ya 5 años, emitieron un informe denunciando la ilegalidad absoluta de mantener en prisión a Julián Assange, sin un fallo judicial y sin cargos en su contra.
Bueno, la enormidad de la diferencia entre los casos de Navalny y Assange resulta realmente abrumadora.
En tanto, la gran prensa occidental mantiene un coro estridente de afirmaciones falsas respecto de Rusia, y, en cambio, se está negando a informar que en Rusia, según la última encuesta realizada por la empresa Levada Center, verificada y aprobada por las empresas de encuestas de Estados Unidos, revela que la totalidad del caso Navalny sólo ha tenido por efecto una baja del 1% de la aprobación popular rusa al presidente Wladimir Putin, que mantiene un 64% de aprobación en toda la Federación.
En cambio, la figura política de Navalny no representa aprobación más allá del 1% en general, y tiene un máximo del 3% en San Petersburgo.
Obviamente, nos encontramos con un proceso político en que la función de la gran prensa occidental está cayendo en falsedad o mentira, y en silenciamiento o mentira por omisión.
El 27 de enero pasado, el presidente ruso Wladimir Putin emitió la sombría advertencia de que la pandemia del COVID19, entre otros efectos perniciosos, ha exacerbado las tensiones en todas las regiones del planeta, y que con ello el peligro de que estalle la Tercera Guerra Mundial se ha vuelto inminente.
Por su parte, antes de ayer, el viernes, el vicealmirante Charles Richard, jefe máximo del Stratcom de Estados Unidos, que tiene a su cargo el arsenal nuclear de Estados Unidos, declaró ante la prensa que la posibilidad de una guerra nuclear contra China y/o Rusia, es real y casi inminente ya, y que Estados Unidos está dispuesto a lanzar un ataque preventivo con misiles atómicos como primer golpe devastador contra sus enemigos.
Es así que, en un momento histórico en que nuestra civilización parece infectada por niveles de falsedad sin precedentes, la tecnología nos está llevando a una nueva frontera en que la verdad va quedando en manos de las máquinas.
Las máquinas que no mienten porque no se interesan en lo que es falso. ¿Será que la tecnología podrá situarnos súbitamente en una realidad ya no humana, donde ni la envidia ni la codicia tendrán importancia?
Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Es posible que la guerra no deje tiempo para que nos salven ni siquiera las máquinas