PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Navidad

Por Ruperto Concha / resumen.cl

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De nuevo se nos vino encima y pasó la Navidad estilo Siglo 21, con su vértigo delirante de publicidad y compras, y muchísima gente estresada al momento de sacar cuentas.

En toda Europa, en Asia y en Estados Unidos, la prensa ha destacado que el récor de compras navideñas lo ganaron los juegos para computadores, superando en sus ventas casi tres veces las ventas de juguetes tradicionales. Incluso los niños chiquitos están prefiriendo un software de juegos en vez de camioncitos, muñecas o legos para armar cosas.

Lo que más se ha destacado es que en esos juegos, con una tecnología cada vez más perfeccionada, los niños y también los grandes se están adentrando en un auténtico mundo virtual, impresionantemente real, en donde, incluso, se juegan ciertos juegos que no se pueden jugar en la vida real.

No se pueden jugar porque en la vida real uno no es tan poderoso ... y, también, porque si uno realizara en la realidad lo que se hace en esos juegos, sin duda alguna terminaría en la cárcel.

 

 

 

En algunos de esos juegos, precisamente los que se están vendiendo por millones, el jugador se divierte y gana puntaje manejando vehículos que de repente atropellan mujeres, niños y hasta policías, se ve saltar la sangre y se escuchan estertores de heridos y agonizantes. Y eso, con una música incidental muy rica, estimulante y atractiva para los jugadores que a veces tienen menos de diez años de edad.

El contenido de esos juegos ha provocado reacciones de alarma entre los que piensan que algo debe andar bastante mal en una sociedad que se divierte fantaseando con asesinar y destruir en forma demencial. Por puro gusto.

Y muchos están comparando estas diversiones vesánicas a la moda, con las de los romanos que iban al Circo, a divertirse viendo cómo las fieras devoraban a los prisioneros indefensos, o cómo los gladiadores se masacraban recíprocamente.

Pero la mayor preocupación se refiere a que entretenciones de esa clase sean el regalo predilecto en esta Navidad. En la fiesta sagrada que conmemora el supuesto nacimiento del Niñito Jesús.

 

 

 

La opinión generalizada, de sacerdotes, pastores, psicólogos y sociólogos, es que la Navidad se ha desnaturalizado, se desfiguró por el impacto feroz de la sociedad de consumo. Que ya queda muy poco de su contenido religioso y tradicional, y que lo poco que queda está sumergido bajo un aluvión de estridencias mercantiles que de cristiano tienen muy poco y de sacrílego tienen mucho.

De hecho, hace un par de semanas, el Papa Francisco fue criticado por la prensa neoliberal por haberse atrevido a decir que "El Viejo Pascuero" no existe, y que no es nada bueno inducir a los niños a que crean y acepten mentiras.

Ya años antes el obispo protestante Keith Sutton, de Lichfield, Inglaterra, emitió un llamamiento en su templo, y también lo difundió por Internet, recordándole a los cristianos que la Navidad, si bien es una fiesta de alegría por el nacimiento del Redentor, es también una fiesta de tristeza por el sufrimiento y la adversidad en que Jesús llegó al mundo.

El obispo protestante Sutton hizo énfasis en la visión de la Sagrada Familia como personas dramáticamente marginales en una sociedad judía intensamente religiosa, que rechazaba con dureza a María, la Madre de Jesús, a la que consideraban como una indecente madre soltera.

José había amparado a María, y para salvarla de la condena buscó asilarse con ella en Egipto, para lo cual María tuvo que resignarse a iniciar un largo viaje en muy malas condiciones, prácticamente en la clandestinidad. Peor aún, María tuvo que partir a lomo de burro, pese a estar embarazada de ocho meses.

También el obispo Sutton mencionó la Matanza de los Inocentes, cuando el rey Herodes mandó asesinar a todos los niñitos que pudieran ser descendientes del linaje de David, a fin de destruir la leyenda que señalaba que el Mesías sería un príncipe descendiente de David, destinado a reinar sobre Israel y el mundo.

Según el clérigo, los pastorcitos, mostrados siempre como niños hermosos y encantadores, en realidad eran una cáfila de cesantes que se reunían en el paradero de mala muerte en Belén, en cuyo establo de caballos y mulas María enfrentaba los trabajos de parto.

Y los Reyes Magos, si bien llevaban regalos, según el obispo Sutton eran en realidad espías enviados por Herodes, para evitar que se escaparan algunos niñitos de la temida familia de los descendientes del rey David.

 

 

 

De acuerdo a la visión de este obispo protestante, el Niño Jesús no sólo nació pobre. Además, nació en los momentos más duros, de mayor angustia y dolor en la vida de su madre y de su padre adoptivo.

El cristianismo, como el judaísmo del cual deriva, tiene la característica de intentar siempre entretejer sus raíces teológicas con acontecimientos supuestamente históricos. De ahí que para ambas religiones sea extremadamente necesario encontrar algunas pruebas concretas y ojalá que parezcan científicas, que puedan demostrar que la tradición y la doctrina se basan en hechos reales, que ocurrieron en la realidad.

Pero la investigación científica es laica por excelencia. Es agnóstica, no puede aceptar explicaciones milagrosas, ni vaguedades, ni absurdos cronológicos ni contradicciones históricas. Y, por cierto, la investigación científica no puede aceptar que el embarazo de María lo haya provocado el Espíritu Santo. Y aún en el caso de que María hubiese tenido un posible (aunque rarísimo) caso de partenogénesis o embarazo sin macho, ella necesariamente entonces habría tenido un bebé de sexo femenino, por carencia del cromosoma Y que genera varones y que únicamente los varones pueden aportar. O sea, Jesús necesariamente habría sido Jesusa.

Sin embargo, pese a su acercamiento descreído y más bien irreverente, los investigadores han hecho aportes sustanciales que parecen dar evidencia de que Jesús puede haber existido realmente.  Que la Matanza de los Inocentes fue un hecho histórico, y también que el nacimiento de Jesús en Belén corresponde a varias profecías vigentes al inicio del siglo 1º.

El historiador Robert Graves realizó una apasionante síntesis de los descubrimientos reunidos hasta la década de los años 80, y con ellos escribió su libro "El Rey Jesús", que viene a ser una biografía no evangélica de cómo puede haber sido la vida de Jesucristo en la realidad histórica, social y cultural de su época.

En gran medida, el planteamiento del historiador coincide con el del obispo protestante. Sin embargo, Robert Graves agrega información tomada del contexto judío de la época, y también de otros textos cristianos primitivos que las iglesias han eliminado o declarado "apócrifos". Pero, oiga, sobre esto, debemos recordar que la palabra "apócrifo" no significa que algo sea falso. No. Sólo significa que se trata de algo que, aunque sea cierto, no debe ser divulgado. ¡Hay que dejarlo oculto, pa' callado!

 

 

 

De acuerdo a esas fuentes, Jesús fue posiblemente engendrado, en forma oculta, nada menos que por el hijo y heredero del rey Herodes, el príncipe Aristóbulo, quien se habría casado secretamente con la joven María. Y eso, porque la estirpe de María la relacionaba directamente con el rey David. Entonces, un hijo de Aristóbulo y María, tendría toda la legitimidad para ser el futuro rey de los judíos.

Al descubrir la intriga de su hijo, Herodes temió que éste quisiera destronarlo. Hizo que a su heredero lo encerraran en una prisión donde luego lo mataron a puñaladas, y lanzó a sus esbirros a la misión de matar a todos los niños del linaje del rey David. ¡La famosa Matanza de los Inocentes" que se conmemora pasado mañana!

En esa perspectiva, José acogió a María, adoptó de antemano al hijo que nacería, y realizó, aunque incompleta, la ceremonia del matrimonio. Hombre profundamente religioso, José no quiso realizar la ceremonia completa, porque eso habría sido blasfemia, y para evitarlo, dejó sin pagar una pequeña suma de los derechos del templo.

Es decir, María quedó amparada precariamente de la acusación de madre soltera, pero esa misma situación hizo que a Jesús se le considerase como hijo de dudosa legitimidad, por lo cual, años después, le negaron el acceso a los sectores del templo reservados para los jóvenes judíos de estirpe sin tacha.

Robert Graves concuerda con el obispo Sutton en que la partida de José y María, desde Nazareth hacia el sur fue una fuga, y agrega que José, María y el niño recibieron amparo en Egipto. Se radicaron en la ciudad de Leontópolis, junto al Nilo, donde existía una próspera y culta colonia judía.

Allí Jesús habría pasado su niñez, recibiendo la educación de todo joven judío de buena familia, hasta su regreso a Israel a la edad en que los niños judíos cumplen la ceremonia del Bar Mitzvah, hacia los doce años, cuando se hace manifiesta la pubertad.

 

 

 

Durante el período entre su retorno a Israel y el comienzo de su vida pública, se supone que Jesús, impedido por su nacimiento de ingresar formalmente a la sinagoga, tuvo que optar por seguir sus estudios en una secta disidente, la comunidad de los Esenios, junto al Mar Muerto. Y aparentemente se encontró allí también con su primo Juan, algunos años mayor. A este Juan lo conocemos como "San Juan Bautista" y fue quien bautizó al joven Jesús en el río Jordán, ungiéndole la cabeza con el agua del río y convirtiéndolo así en "Jesucristo", o sea, Jesús Ungido o Bautizado.

Recordemos que la palabra "Cristo" deriva de la palabra griega "chrístos", que significa "Ungido" o "bautizado", y que la secta de los Cristianos era en realidad una secta de personas que habían recibido el ungimiento según la fórmula de los esenios para simbolizar un renacimiento libre del Pecado Original.

De hecho, la palabra "Cresta", significa "Cumbre", y se aplica también a la cabeza, y en Europa la unción sagrada de un rey exigía el "Crisma" de aceite bendito en la cabeza que lo convertía en "Rey por Voluntad de Dios".

Al extenderse por el mundo el cristianismo, los mismos fieles se referían a sí mismos como "Crestianos" o "Cristianos", o sea los "Ungidos" o "Bautizados", y en ningún caso se definían como "Jesusianos".

No es del caso detallar más la visión que presenta el historiador Robert Graves de una biografía probable de Jesús. Pero sí es importante ver cómo la perspectiva laica del historiador resulta coherente con la perspectiva de los religiosos cristianos.

Y cómo el relato evangélico parece concordar con la posibilidad histórica de una niñez feliz del niño Jesús en Egipto, en condiciones de tranquilo bienestar económico y cultural, que Jesús interrumpió voluntariamente cuando sintió el llamado fatal de convertirse en adulto.

Es decir, en la vida de Jesús hubo en verdad dos momentos de máxima adversidad y sufrimiento, que marcaron en forma absoluta el comienzo y el final de su vida: Su nacimiento en el establo de Belén, y su muerte en la cruz sobre el cerro Gólgota.

En esa perspectiva, ciertamente la Navidad conmemora, como lo dijo el obispo Sutton, uno de los momentos más duros y dolorosos en la vida de Jesús. Su llegada a este mundo. Después, en el Viernes Santo, se conmemorará su atroz partida de este mundo en medio de las torturas que lo llevaron a exclamar casi como un niñito "Elí, Elí, ¿Lama sabjtani?"... Dios, Dios, ¿por qué me abandonaste?

 

 

 

Pero al mismo tiempo no resulta del todo justo hablar de una "paganización" de la Navidad. También en una perspectiva histórica, lo que ocurrió fue al revés, lo contrario. El cristianismo fue el que cristianizó las fiestas paganas de diciembre y el Solsticio de Invierno.

En realidad, casi todos los ritos y las tradiciones de la Navidad son netamente paganas y propias del hemisferio norte. Vienen tanto de las Fiestas Saturnalias de la antigua Roma, como de la gran fiesta del Sol Invicto de la Roma imperial, de las fiestas de Beltane de los celtas y las del llamado Yule tag de los germanos.

Todas eran fiestas que celebraban el Nacimiento, o el Renacimiento, del sol radiante, en el corazón mismo de las tinieblas y el invierno. Era el solsticio de invierno, cuando las noches ya dejan de alargarse, y el sol comienza a ganarle minutos y horas a las tinieblas, y prepara en sus hornos celestiales el milagro de una nueva primavera.

Todos esos paganos de la antigua Europa celebraban la Nochebuena en torno del Árbol de la Natividad, que de preferencia era un pino, porque el pino se mantiene verde como la esperanza aún en pleno invierno, cuando los demás árboles están grises y deshojados.

Así, el Árbol recibía un homenaje de luces y adornos multicolores en sus ramas, y se colgaban también de él regalos y ofrendas.

Algunos historiadores sostienen que, al menos en el caso de los germanos, el pino de navidad fue impuesto por los misioneros cristianos para reemplazar al roble sagrado que era el árbol de Odín, el dios supremo de esa antigua religión.

Es decir, esas navidades de luces, regocijos, regalos y celebración nocturna, son en verdad las más antiguas. Son honradamente paganas, aunque aceptaron que sobre el paganismo original se les impusiera la tradición y la doctrina cristiana.

De hecho, cuando vino la Reforma protestante, muchas de las nuevas sectas cristianas, sobre todo en Inglaterra y América del Norte, suspendieron por completo la fiesta de Navidad. Consideraban que era puro paganismo. Y la suspendieron tan completamente, durante más de dos siglos, que, en Estados Unidos, la Navidad recién comenzó a celebrarse nuevamente a mediados del siglo 19... ¡después de la Guerra de Secesión!

 

 

 

Sin embargo, fuese cristiana o pagana, la Navidad desde tiempos inmemoriales fue una festividad profundamente religiosa. Una festividad de regocijo y alegría, pero un regocijo y una alegría cargados de sentimiento de lo sagrado.

Los regalos en el árbol de pascua en realidad eran ofrendas. Y los regalos que se hacían unos a otros durante la fiesta, no eran chucherías a la moda, no. Eran muestras de sincero amor y solidaridad.

Sobre todo, lo que se regalaba eran alimentos, cosas ricas, las señoras preparaban esos soberbios panes dulces, con nueces y frutas confitadas, y se destapaban barriles de buen vino o buena cerveza. Todo para compartirlo entre todos, en una fiesta en la que el mendigo vagabundo tenía derecho a recibir su parte igual que el jefe guerrero o el rico mercader.

Cristiana o pagana, esa Navidad antigua era intensamente espiritual. Las danzas y la música eran especiales, y se dirigían en honor a una Madre y a un Niño divinos.

Digámoslo francamente: Incluso la Navidad netamente pagana, anterior a la llegada del cristianismo, era una Navidad lejos más noble, más espiritual y más solidaria que estas navidades consumistas en que se regalan cosas que sólo valen dinero.

¡No hay que faltarle el respeto a los paganos!

 

 

 

Si hubiera una máquina del tiempo y pudiéramos viajar hasta Belén en la fecha en que supuestamente nació Jesús, lo más probable es que no encontraríamos nada. No se sabe a ciencia cierta cuándo nació Jesucristo.

Las fechas pueden tener muchísimos días y semanas y años enteros de error. Históricamente, la existencia real e histórica de Jesús de Nazareth ha sido hasta hoy puesta en duda, e incluso atendiendo a lo que cuentan los Evangelios oficiales, ni siquiera se tiene claro si la vida pública de Jesús de Nazareth se prolongó por tres años o si todo ocurrió en un solo año.

Pero esa imprecisión no es relevante cuando se trata de volverse hacia el misterio, la leyenda y la religión. Ante esos temas inmensos, hacen falta alas más poderosas que las de nuestra razonable sensatez.

El escritor ruso Fedor Dostoiewski, comentó "sólo sé lo que creo". Por eso es que siempre las tradiciones de todas las culturas se refieren a un tiempo muy antiguo pero indeterminado. Algo que ocurrió en "illo tempore", hace mucho, mucho tiempo, en los años de "habíase una vez".

Por eso mismo es que la Navidad es mucho más que un viejo monumento religioso que sobrevive al paso de los siglos.

La Navidad está viva. Está tan viva que sigue siendo capaz de hacer un retrato descarnado y preciso, no sólo de lo que le está pasando a ella, sino de lo que nos está pasando a nosotros.

Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Hay peligro. Hasta quieren quitarnos la verdadera Navidad dejándonos esa otra que no vale nada, pero lo vende todo. A crédito, o en esas famosas 30 monedas de plata que, según dicen, Judas Iscariote, el Traidor, todavía tenía en su bolsa ... cuando se suicidó.

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