Por Ruperto Concha / resumen.cl
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En la muy discreta y menuda ciudad de Cleveland, en el estado de Ohio, allá bien tierra adentro de Estados Unidos, el 29 de septiembre se dio el primer round de la gran pelea por el Poder que supuestamente culminará en las elecciones generales del martes 3 de noviembre.
Ud. sabe: el primer Debate Presidencial entre el injuriadísimo y casi inexplicable presidente Donald Trump, y el sospechosísimo candidato demócrata Joseph Biden, para que la nación comience a resignarse por cuál de los dos tendrá que votar supuestamente en un mes más.
A juicio de la mejor prensa internacional, entre ambos candidatos se las arreglaron para producir el peor, el más ordinario y deprimente debate en toda la historia de los Estados Unidos.
Un analista de Asia Times puntualizó que no fue Trump el único -que rebajó el nivel del debate. Que, en realidad, Biden solito portó lo suyo, gritando profundos argumentos ideológicos como "¡Cállate de una vez Payaso!".
Según las encuestas, el debate fue visto prácticamente por el cien por ciento de los estadounidenses en edad de pensar.
Por supuesto, la prensa pro-demócrata dio a Biden como vencedor absoluto, mientras la prensa pro republicana destacaba que Biden sólo consiguió exhibir que en realidad se propone continuar la política internacional de Trump, y dejó en claro que él de ninguna manera sería un izquierdista ni tampoco un pacifista frente a la China, a Rusia y a todas las demás naciones insolentes y antidemocráticas.
Pero justo en ese momento, ¡pum! se metió el COVID19 y dos días después del debate Donald Trump con su señora fueron a parar a un hospital militar.
Ciertamente, la pregunta generalizada fue "¿qué pasará ahora con la campaña electoral?…
¿Sanará a tiempo Donald Trump, pese a tener 74 años y tener un sobrepeso que es casi obesidad?…
Y, en términos concretos, ¿habrá realmente elecciones generales el 3 de noviembre?…
En realidad, este providencial contagio del COVID19 acaba de poner en evidencia, increíbles, posibles y terribles alternativas para la elección presidencial que la gente no se imagina.
De partida, algunos reportes de prensa han revelado una supuesta operación de manipuladores políticos del partido Republicano que estarían preparando que, en 29 de los estados donde hay mayoría republicana en los respectivos congresos estaduales, se apruebe el mandato de otorgar la totalidad de sus votos electorales en favor de Donald Trump.
Esos 29 estados representan 300 de los 538 votos electorales de la Nación. O sea, superan la mayoría absoluta de 270 votos para ganar la elección y elegir a Trump como presidente en un segundo período.
En otros términos, de aprobarse esa operación, aquellos 29 estados comprometidos podrían por sí solos decidir la reelección de Trump. Y podrían hacerlo sea cual fuere el escrutinio de los votos que emita la ciudadanía.
Parece increíble, ¿verdad? Y sin embargo esa posibilidad está señalada específicamente en la Constitución de los Estados Unidos, que, en el Artículo II, Sección Primera, cláusula segunda, establece que es la legislatura de cada uno de los estados de la Unión la que debe resolver en cada caso quiénes serán sus electores que se integrarán en el Colegio Electoral de la nación.
O sea, en un congreso estadual con mayoría republicana, puede legítimamente resolverse que todos los electores designados sean republicanos y voten, naturalmente, por el candidato republicano.
Para nuestra noción de república unitaria, como Chile, resulta difícil comprender el sistema estadounidense de los llamados "votos electorales" que son los que efectivamente se traducen en la elección del gobierno federal.
Para Estados Unidos, son los estados los que eligen el gobierno federal, y cada uno de los 50 estados de la nación tiene un número determinado de electores, según su población.
Es así que, por ejemplo, estados con muchos habitantes, como California o Nueva York, tienen un número de electores mucho mayor que el de los estados de población escasa, como Idaho u Ohio.
Y en las elecciones de 2016, en que el Partido Demócrata recibió una paliza electoral tras el gobierno de Barack Obama, los Republicanos no sólo ganaron una abrumadora mayoría de gobiernos y congresos estaduales.
Mucho más que eso, los republicanos ganaron controlar una abrumadora mayoría de los votos electorales. Como señalábamos antes, con sólo 29 de los estados ganados por los republicanos pueden decidir la mayoría absoluta del candidato que tengan, que en este caso es Donald Trump.
Resulta realmente difícil aceptar como auténtica democracia esa que permite elegir Presidente de la República a un candidato que no obtenga mayoría de votos emitidos en las urnas libre y directamente por la ciudadanía.
Sin embargo, así ha funcionado la democracia estadounidense desde su comienzo mismo como república independiente, cuando el general Jorge Washington fue elegido Presidente, en 1788.
En aquella ocasión, los estados de Connecticut, Delaware, Georgia, New Jersey y South Carolina designaron sus electores sin siquiera haber llamado a votar en esas elecciones.
Pero, ¿es realmente posible que se produzca así un desenlace de este dramático enfrentamiento interno de la nación estadounidense que ya está fracturada políticamente por los antagonismos raciales y políticos?…
En gran medida esa posibilidad está condicionada por el Poder Judicial. Por la corte Suprema Federal de los Estados Unidos.
A lo largo de más de dos siglos, muchos de los Estados de la Unión han ido renunciando a su facultad de designar a sus electores, y en cambio han recogido el resultado de la elección popular emitida en las urnas. Con ello, un mismo Estado puede eventualmente designar electores que apoyen candidaturas distintas.
Pero la Corte Suprema, invariablemente, ha reconocido la facultad de los parlamentos estaduales para retomar el procedimiento de designar ellos a los electores.
De hecho en la elección que enfrentó al republicano George W. Bush y al demócrata Al Gore, en 1999, la Corte Suprema reiteró nuevamente que la legislatura de cada Estado puede, si así lo desea, retomar la facultad de designar a sus electores sin considerar para nada los resultados de la elección popular, incluso si anteriormente hayan renunciado a ella.
Igualmente, sobre las elecciones generales del 3 de noviembre se ciernen también dos conceptos jurídicos contradictorios. Uno de ellos dispone que los votos electorales sean dados a conocer en el momento mismo de la elección. Pero el otro, basado en el Acta de Recuento Electoral, que está vigente desde 1887, admite que los estados dispongan de hasta 41 días después de la elección para confirmar la decisión de sus electores.
¿Se fija Ud.?… En estos momentos resulta extremadamente confuso y casi impredecible establecer cómo, cuándo y en qué términos podrá concluir el proceso de las elecciones generales que debieran realizarse en 30 días más en todo Estados Unidos.
La pregunta dominante para los politólogos, en este momento, es: "¿Se atreverán los republicanos a aplicar la ley y la constitución, desafiando incluso la posibilidad de que el candidato demócrata John Biden pudiera obtener la mayoría de los votos populares, en los escrutinios en las urnas?…
¿Podría la Democracia, como se entiende en el resto del mundo, sobrevivir aun desconociendo la voluntad popular libremente expresada?
Y, agravando todavía más la complejidad del panorama político estadounidense, hay que darse cuenta de que el proceso eleccionario del 3 de noviembre es mucho más que la elección de un presidente. En realidad en ese día en Estados Unidos se realizarán otras 50 elecciones estaduales.
Para los republicanos, la perspectiva y el discurso político está relativamente claro. Pero para los Demócratas, precariamente unidos sólo bajo la figura de derribar a Donald Trump, su candidato Joseph Biden resulta muy problemático.
De hecho, en un esfuerzo por aglutinar a la masa de votantes centristas junto a los exasperados votantes de raza negra, asiática y latinoamericana, Joseph Biden ha eludido responder a las preguntas formuladas por el público, sobretodo de la izquierda estadounidense.
En el patético debate de Cleveland, Biden eludió estruendosamente el tema de sus compromisos de reforma previsional y sistema de salud, entre otras de las demandas de la plataforma demócrata izquierdista.
¿Cómo afectará esa ambigüedad de Joseph Biden, que para muchos no es más que hipocresía?…
Igualmente, los planteamientos de Biden en política internacional resultan prácticamente idénticos a los de Donald Trump en términos de continuar una guerra fría a base de sanciones políticas y comerciales, para mantener los privilegios de la economía estadounidense.
Demócratas y republicanos aparecen compitiendo en sus expresiones de ferocidad anti China, anti Rusia, y anti cualquiera alianza de otras naciones que no sea autorizada y aprobada por Washington.
En especial, el odio hacia China ya ha llevado a que un sector de congresistas demócratas haya apoyado la propuesta de llamar a la gente a aumentar intensamente la explosión demográfica en Estados Unidos a fin de que la población del país alcance a los mil 300 millones de habitantes que tiene la China.
Asimismo, tanto desde el partido Republicano como del Demócrata, las propuestas presidenciales apuntan a intensificar el sistema de sanciones y amenazas militares como estrategia de recuperación de la economía y la influencia de Estados Unidos sobre el resto del mundo.
Ello, en momentos en que Europa aparece en un proceso creciente de tensiones internas, con un número cada vez mayor de países disidentes dentro de la misma Unión Europea, además del ya rabioso enfrentamiento con Gran Bretaña por los términos del Brexit.
Al margen del proceso político de Estados Unidos, la última cumbre de las Naciones Unidas reveló que hay una enorme mayoría de países que percibe cómo una atmósfera de desconfianza, temor, resentimiento y angustia económica, está impidiendo que puedan alcanzarse acuerdos reales y eficaces para la convivencia internacional y, por supuesto, para enfrentar el COVID19.
Como lo planteó el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, el clima de codicia, odiosidad y nacionalismos agresivos tiene en, estos momentos, paralizada a nuestra civilización.
Y si logramos vencer la plaga del COVID19 y las demás variantes de virus y bacterias mutantes, todavía será el cambio climático el que pondrá en peligro de muerte a nuestra especie.
Al parecer, sólo una democracia inteligente, capaz de establecer derechos y deberes en forma vinculante y universal, vigente en todo el planeta, puede todavía generar que tengamos un futuro aunque sea sólo básicamente digno y benigno.
Esa democracia sólo puede ser defendida en esa última trinchera que nos queda: las Naciones Unidas.
Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. ¿Nos atreveremos al fin a ser inteligentes?