[resumen.cl] Hoy se ha levantado, producto de la pandemia del nuevo coronavirus, toda una discusión acerca de la vital necesidad de contar con un sistema público de salud robusto y eficiente. Sin lugar a dudas, el que Chile tenga una tradición sanitaria que ha comprometido a miles de funcionarios y funcionarias sanitarias de la red pública, tanto en el nivel primario como en la red hospitalaria, ha hecho una gran diferencia a la hora de enfrentar una de las pandemias más mortíferas de las últimas décadas. De esta forma, es crucial hacer una revisión de cómo se construyó el sistema público de salud, el único que está llamado a enfrentar los desafíos que generan catástrofes sanitarias como la vivida a partir del 2020.
La historiadora María Angélica Illanes publicó -en 2010- una extensa investigación que tituló En el nombre del pueblo, del Estado y de la ciencia, (…) bajo ese sugerente rótulo se dio a conocer la historia social de la salud pública chilena entre 1880 y 1973, un siglo de acciones dirigidas por diversas instancias públicas y empujadas por el movimiento popular, para construir un sistema sanitario que fue de vital importancia para terminar con la conocida situación de hacinamiento y enfermedad que mataba a miles de chilenos y chilenas, incluidas mujeres en el embarazo, niños y niñas y mucha población viviendo en la precariedad, situación propia de un régimen de capitalismo industrial salvaje que gobernaba la relaciones sociales del cambio de siglo.
Según se desprende del texto, fue el gremio médico el que, a partir de 1920, creó una base programática, una discursividad que logró intervenir el ámbito legislativo y político para impulsar la institucionalidad sanitaria en Chile. Así, al conocido Estado docente hay que añadir el Estado asistencial sanitario, los sucesivos gobiernos post constitución de 1925 se vieron impelidos a incorporar paulatinamente estos enfoques a la acción pública, antes delegados en la filantropía oligárquica y la caridad propia de la misión religiosa católica. De esta manera «Se desdibujaba aquí el concepto de caridad: del sentimiento se transitaba al deber, de la voluntad a la necesidad. La sociedad descansaría sobre el Estado como una ‘carga’, pero esta carga no era la del burro, soin o la carga del aparato moderno de un Estado movido por la eficiencia, la técnica, el profesionalismo y el conocimiento» (p. 129).
Así, figuras como la del doctor y ministro Lucio Córdova fueron fundamentales para unir acción sanitaria con la condición de pobreza extrema de la mayor parte de la población, sentando las bases del rol social de una institucionalidad sanitaria de corte público. A partir de allí los médicos se hacen notar en el movimiento popular que exige más derechos para el pueblo. Poco a poco van naciendo conceptos como el de medicina preventiva, ante la evidencia que «El pueblo estaba sarnoso, sifilítico y tuberculoso» (p. 272). La ley que dio origen a este enfoque desde lo público se hizo cargo de la inopia y abandono en que vivía gran parte del pueblo, con ello -dice la autora- culmina la primera etapa del intervencionismo estatal sobre el cuerpo herido de los y las chilenas.
A partir de 1938, con la apertura de la modernidad progresista en el Estado de la mano del Frente Popular, la acción se hace afirmativa y se proclama directamente la misión de crear un pueblo sano y fuerte. Una cuestión que refleja ese ánimo es la decisión del ministro socialista de salubridad, Miguel Etchebarne, en 1939: de «utilizar como baños para los niños menores de 12 años los actuales espejos de agua que mantiene la Municipalidad de Santiago…» (p. 300). Más allá de este hecho anecdótico, se refleja la intención decidida del Estado por enfrentar el problema integral de la salud y, sobre todo, la dignificación del cuerpo popular, junto con ello, una gran cantidad de políticas sanitarias se fueron instalando en el país, aumentando significativamente su presencia y acción reformada. Illanes sintetiza el albor de la década del cuarenta de la siguiente forma:
«A partir de la experiencia asistencial se ponía en marcha un modelo de Estado Social que se configuraba como un foco concéntrico, una arena de encuentro de la diversidad y la diseminación de iniciativas. La política social asistencial constituye aquí una Razón de Estado, pero además, un objeto de racionalización y de orgánica. Para este fin, el Estado, a la vez que incorpora y coordina los distintos intereses, perspectivas y directrices particulares, fusiona y centraliza, pero a nivel de dirección y jefatura (no a nivel de Ministerio). El nuevo Estado de Compromiso se imponía la tarea histórica de la construcción de su poder real, no como poderío, sino como política» (p. 325)
Podemos decir que esa política permeó tan profundamente en Chile que, en el transcurso de tres décadas, sólo mostró mejorías en sus resultados en términos sanitarios, pese a la deficiencias financieras y en la gestión institucional del sistema de salud, en ese sentido, la crisis del sistema previsional repercutió muy fuerte en el sistema sanitario, el sistema de Cajas no pudo soportar la expansión de la salud pública, además de aportar a otros ítems (vivienda, pensiones, etcétera), todo ello mediatizado por los conflictos políticos propios de la época. De esta forma, los años post Segunda Guerra Mundial fueron testigos de nuevas luchas populares por la seguridad, con respaldo del Estado, así surgen el Servicio de Seguridad Social (S.S.S) y el Servicio Nacional de salud Pública (S.N.S), este último reunió a diferentes servicios sanitarios estatales para hacerlos más eficientes, ambos de 1950 impulsadas fuertemente por salvador Allende y, desde la calle, por el líder sindicalista Clotario Blest.
Como podemos ver, y a la luz de la lectura atenta del libro de María Angélica Illanes, es evidente que la construcción de un sistema de salud pública fue el resultado de décadas de lucha de los movimientos populares y de los gremios, como el médico, sensibilizados con la situación social del país, hacia la década del sesenta y con los gobiernos modernizantes el sistema floreció y logró ampliarse, generando experiencias y enfoques nuevos, como el de la medicina comunitaria y medicina democrática, abruptamente cortadas post 1973. Cabe anotar el fuerte vínculo entre la investigación científica universitaria y el sistema de salud, cuestión que permitió avanzar en nuevos y mejores tratamientos. Los intelectuales de todo orden colaboraron en la construcción de este entramado de políticas públicas en salud. Con los setentas llegó la democratización del S.N.S, creando los consejos locales de salud y los consejos paritarios (trabajadores de la salud y pobladores en la representación) y a nivel general, el intento por crear el S.U.S (Sistema Único de Salud), la apuesta del gobierno popular por mejorar el servicio.
En función de toda esta construcción, es posible vislumbrar el porqué de la fortaleza de la tradición sanitaria chilena, la misma que permite eficiencia en la vacunación, millones de tratamientos, atenciones y exámenes en medio del desfinanciamiento que amenaza al sistema público de salud. La reflexión de Illanes al final del texto, es esclarecedora para continuar esta discusión en el marco de las necesidades actuales del pueblo chileno en materia sanitaria y social:
«Desde al perspectiva histórica, habría que tener presente que no es posible definir los problemas que involucran al bienestar de la sociedad, sólo desde la lógica institucional. El destino histórico de una sociedad se va delineando, no en función de la historia institucional -llámese municipio, Estado u otro- sino al revés: el carácter y el rostro histórico de las instituciones dependerá del rol -protagónico o pasivo, democrático o autoritario, de «objeto» o «sujeto»- que la sociedad pueda asumir en una situación histórica determinada» (p. 512).