¿Qué se quemó en el incendio del Mercado Central de Concepción?

Alexander Bustos

El 28 de abril de 2013, el silencio característico de los domingos penquistas fue cortado por agudas sirenas de emergencia. Quienes nos enterábamos del incendio del Mercado Central a través de alguna pantalla no dimensionamos inmediatamente la pérdida; fue recién el lunes, al retomar el ritmo cotidiano, que pudimos sentir la más extraña sensación al pasar por allí y ver un inusual contraste: las calles de la ciudad tan llenas como siempre, y el Mercado con sus puertas cerradas. Esa semana, el crepitar de los materiales calcinados reemplazó el constante murmullo de sus cientos de habitantes, y ese olor tan característico, ese olor que era simultáneamente todas las frutas, verduras, especias y hierbas del mundo concentradas en un solo instante, fue desplazado por un denso humo tóxico.

El edificio del Mercado comenzó a construirse en 1947 y se inauguró en 1950, cuando se celebraba el IV Centenario de la primera fundación de Concepción, apareciendo como una de las últimas piezas del proceso de reconstrucción post terremoto del 39. Su valor arquitectónico es sencillamente innegable: fruto de las ideas de una nueva época, de una renovación radical de las formas de la arquitectura, su diseño no nace de la aplicación de un sistema de ornamentos (emulando el mundo clásico, el medieval o la colonia), sino del logro de un espacio moldeado para resolver en plenitud las funciones correspondientes a su uso, trabajando con eficiencia los materiales y técnicas constructivas, presionando los límites del cálculo estructural para alcanzar posibilidades inéditas, y al mismo tiempo, resistir futuros sismos.

 

Mercado central en la década de 1950. Postal colección Alexander Bustos.

 

 

Con todo, el valor objetual del edificio no puede ser el único mérito para reconocer en el Mercado Central un patrimonio de la ciudad. En los últimos años, gracias al trabajo de distintas organizaciones sociales -sobre todo de Lota y Tomé- se ha logrado situar en la discusión pública local que el patrimonio es algo que escapa al mero artefacto arquitectónico. Es clave considerar cómo las personas, al habitar un determinado escenario construido, dejan sus huellas tan profundamente arraigadas al lugar que lo transforman en pieza clave de su identidad colectiva. La acumulación de pasos y miradas a lo largo del tiempo va llenando de sentidos los espacios arquitectónicos, que terminan siendo doblemente apropiados: se sienten como un territorio propio, y se ajustan a ciertas necesidades culturales. Al reconocer un edificio como patrimonial se visibiliza esa vida que lo ha hecho florecer, se valora la posibilidad de crear puentes a través del tiempo, que abren diálogos con quienes nos precedieron, y con quienes nos sucederán.

Desde esta perspectiva, en el incendio del Mercado se quemó algo más que madera y planchas metálicas: se quemó un sitio donde los penquistas desplegábamos un tejido de significados fundamental para comprender nuestra cultura urbana. En medio de un remolino de colores, aromas, sonidos, rostros familiares y puntos de encuentro, se desarrollaban formas de comercio mucho más justas que las ofrecidas por las grandes empresas, donde la riqueza se queda en nuestra zona, y no se factura en relucientes oficinas de Providencia o Las Condes. Cobijado por la suave penumbra de su bóveda, tenía lugar un ecosistema donde el contacto cara a cara enriquece la compra hasta trascender el simple acto de consumir, elevándola hacia la construcción de comunidad. Por lo tanto, lo realmente grave del incendio del Mercado no fue que su gran bóveda quedó reducida a cenizas, y expuesto su esqueleto de arcos parabólicos, sino el hecho de que fue vaciado de uso un espacio de alto valor comunitario: que locatarios y transeúntes ya no están allí.

Hace algunos meses, el destacado arquitecto ecuatoriano Fernando Carrión, invitado a nuestra ciudad, habló sobre el asunto de lo patrimonial desde esta mirada. Cuando el foco se desplaza del valor objetual del monumento hacia los procesos sociales que lo forjan, aparecen con mayor claridad los conflictos e intereses contrapuestos que lo afectan. En todo sitio patrimonializable se da una negociación de poderes que, en último término, es procesada por las políticas públicas, sea defendiendo posturas ideológicas, o sencillamente acoplándose a la fuerza más poderosa. Entonces, los sujetos patrimoniales, esas personas que con su vivir cotidiano construyeron la riqueza simbólica del lugar, corren el paradójico riesgo de ser desplazados de su propio espacio. Es lo que sucedió en el centro histórico de Quito, declarado Patrimonio de la Humanidad no tanto para asegurar la cultura del quiteño, sino para señalar un objeto de deseo que integra un circuito global de circulación y consumo, separado del contexto local y de su gente.

Ante el problema de su conservación, el Mercado Central de Concepción enfrenta el mismo peligro que Quito, o ciertos barrios de Santiago: que se valore su arquitectura, pero se alteren las condiciones de participación de los actores sociales que configuran ese territorio, terminando por excluirlos de su aprovechamiento. Para comprender mejor este peligro, debemos revisar brevemente cómo se produjo el paulatino deterioro que, finalmente, hizo crisis con el incendio.

En los 80, como parte del paquete de políticas públicas neoliberales de la dictadura cívico-militar, el inmueble -concebido como una sola unidad- comienza a ser dividido y privatizado, proceso completado con la entrada de nuevos actores empresariales en la década de 1990, detonando un conflicto por la propiedad que enfrentó judicialmente a las tres partes, municipio, locatarios e inversionistas inmobiliarios. Al mismo tiempo, producto de las libertades que otorgaron los planes reguladores de 1982 y de 2004, el suelo fue adquiriendo un alto valor especulativo, siendo cada vez más atractivo desarrollar nuevos proyectos inmobiliarios que mejorar las condiciones de lo que ya existía. En estos instrumentos de planificación territorial, el Mercado Central nunca recibió protección, por lo que nada impedía su total demolición.

El aspecto ruinoso que se fue construyendo motivó a la administración del alcalde Patricio Kuhn a buscar agilizar la solución al engorroso juicio; como parte de los acuerdos logrados, la Municipalidad se encargaría de elaborar un proyecto de recuperación que, siguiendo el espíritu de nuestra transición, rescataría "en la medida de lo posible" el patrimonio arquitectónico. Poco antes de las elecciones de 2012 fueron presentadas ante la prensa dos propuestas para un nuevo Mercado; en ellas, se conserva la bóveda central, pero emergen a su alrededor torres de cuestionable integración al conjunto, tanto en lo formal como en lo funcional: ¿qué usos se pensaba desarrollar en ellas? ¿Serían compatibles con la actividad del Mercado, en los términos que nosotros conocimos, o la rentabilización del espacio relegaría el comercio tradicional a un papel secundario? Ni el valor arquitectónico ni el valor de la memoria parecían estar a salvo.

Las imágenes de estos proyectos hablan del modo en que se plantea solucionar el problema del Mercado Central: la corporación municipal actúa de mediadora, pero se acude a los privados para capitalizar el proyecto y solucionar un conflicto que, paradójicamente, se inició cuando se delegó en manos privadas la administración de un edificio público de servicios. Las distorsiones causadas por la política neoliberal se pretenden solucionar, inexplicablemente, reiterándolas. A nuestro juicio, resulta iluso que ese otro Mercado -ese cuya mano se dice que es invisible- solucione sus propias contradicciones, sin la participación de algún ente que regule sus pretensiones totalitarias.

 

Primera propuesta de remodelación. Fuente: Biobiochile.cl

 

 

Segunda propuesta de remodelación. Fuente: Biobiochile.cl

 

El incendio de 2013 ocurrió apenas un par de días antes de que los locatarios votaran la propuesta del Municipio, ahora dirigido por Álvaro Ortiz. Tres meses después, el Consejo de Monumentos Nacionales votaba favorablemente su declaratoria como Monumento Nacional; por la prensa, el alcalde no escondió su disconformidad, por la burocratización que el nuevo estatus legal impondría a la materialización del proyecto. Efectivamente, la declaratoria limita las posibilidades de especular con el predio -factor decisivo para atraer a inversionistas-, y no asegura un financiamiento concreto por parte del Estado para ayudar a la conservación del inmueble. La Ley de Monumentos Nacionales, promulgada en 1970, ya resulta insuficiente para responder a lo que hoy se entiende por patrimonio, a las expectativas que las personas han levantado mediante sus organizaciones, y a las crisis producidas por situaciones de emergencia, como incendios o terremotos.

Ahora, el problema particular del Mercado Central muestra otro conflicto mayor respecto a la gestión del patrimonio: nuestra ciudad no cuenta con una visión global sobre cuáles son esos escenarios edificados cargados de significados, que en conjunto nos pueden entregar una perspectiva holística de nuestra identidad. La falta de un proyecto de ciudad facilita intervenciones como las del Mall del Centro, o la demolición de numerosas obras destacables. En vez de ser la misma ciudad y sus habitantes quienes determinan cómo y dónde construir, reflejando esa voluntad mediante planes reguladores validados por una participación activa de la sociedad civil, son los poderes económicos quienes llevan a cabo sus propios proyectos de ciudad, bajo una lógica simplona de captura de plusvalías, sin importar a quiénes desplacen, a quiénes dejen sin lugar.

Falencias a nivel local y a nivel nacional han hecho crisis en el Mercado Central de Concepción. A casi 30 años de iniciado su proceso de abandono, la larga espera a todos nos produce impaciencia; aun así, es necesario no perder de vista la perspectiva de largo plazo que estos proyectos deben tener. La implementación del Mercado Provisorio en O´Higgins Poniente, con los problemas que ha traído a sus locatarios, es señal de cómo las prácticas sociales alcanzan un elevado arraigo espacial, y que romper un equilibrio que tardó décadas en conformarse no beneficiará a nadie. Para que el proyecto de reconstrucción no termine siendo una caricatura de lo que antes hubo, no basta con mantener sus arcos parabólicos, sino que se debe integrar ese valioso tejido social del que ya hemos hablado, permitiendo la subsistencia de su riqueza más valiosa: nuestra identidad cultural local.

 

Alexander Bustos es arquitecto.

Fotografía principal: Mercado Central en 2008. Foto: Alexander Bustos.

 

Enlaces de interés:

Conferencia Fernando Carrión: «Urbicidio, (Des)industrialización y Patrimonio»

Acta del Consejo de Monumentos Nacionales con la declaratoria del Mercado Central

Presentan las primeras propuestas para renovar el Mercado Central de Concepción, nota de Biobiochile.cl

 

 

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