Una investigación elaborada por la Fundación SOL revela que el promedio de la clase trabajadora chilena, en una jornada laboral de ocho horas, trabaja sólo tres para generar su propio salario y cinco para generar ganancias que se quedan completamente los empresarios, la que llega a una hora para sueldo y siete para ganancias si se considera la rotación de capital.
Por Alejandro Baeza
El estudio titulado Tiempo Robado: Pobreza de tiempo, productividad y acumulación capitalista efectuado por la Fundación SOL permite conocer una serie de estructuras que caracterizan a la clase trabajadora chilena.
Principalmente, la investigación aborda cómo el modelo chileno deja a los trabajadores y trabajadoras sin tiempo para realizar otro tipo de actividades ajenas a trabajar, incluso el descanso, imponiendo una situación no sólo de pobreza económica, sino también de «pobreza de tiempo» en gran parte de la población.
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No obstante, el trabajo permite conocer otros puntos que ponen sobre la mesa cómo el capital y trabajo se relacionan de una forma de tremenda asimetría de poder y eventual negocación, acentuando el conflicto entre clases sociales.
Uno de estos puntos más interesantes indica que en una jornada laboral de ocho horas diarias, sólo tres horas de trabajo están destinadas a producir el valor equivalente al salario y cinco para las ganancias del Capital). Si se tiene en cuenta la rotación del capital, las cifras son de siete horas para el empresario y solo una para el trabajador o trabajadora. Es decir, la gran mayoría de las grandes ganancias del empresariado se debe a lo que no se le paga a los trabajadores.
«Esta relación desigual se hace evidente en Chile, en donde la economía nacional ha crecido en las últimas décadas, explicado por múltiples causas, como la incorporación de la tecnología a los procesos de trabajo, el aumento de los medios de producción y la contención estructural de los salarios. La clase trabajadora ha sido artífice del incremento de productividad del país; a cambio de su trabajo, los y las trabajadoras reciben un salario que solo es una porción de lo producido, ya que lo demás se devuelve a las mismas empresas que generan ganancias» indica el estudio.
Según la última Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE (2021), la mitad de las y los trabajadores reciben ingresos líquidos de $458.000 o menos, lo que en nada se condice con la riqueza que producen y sin la cual la clase empresarial no podría existir.
«Pero los bajos salarios son esperables en el marco de un modo de producción capitalista y en especial ahí donde no existen sindicatos fuertes que contrarresten el poder empresarial» indican desde la Fundación SOL, añadiendo que «Ésa ha sido precisamente la tónica de Chile en las últimas décadas donde no más de un 10% de las personas asalariadas negocian un contrato colectivo de trabajo. Este mínimo porcentaje se obtiene a través de un sistema de relaciones laborales impuesto en dictadura y mínimamente reformado en los últimos 40 años que ha perpetuado una de las formas más débiles de negociar a nivel comparado: la negociación colectiva totalmente descentralizada basada en miles de acuerdos entre pequeños sindicatos que compiten entre sí. La negociación colectiva por sector o rama de actividad económica - instrumento fundamental que tiene la clase trabajadora mundial para distribuir los ingresos - ha sido permanentemente eludida por las diferentes coaliciones de gobierno en el pasado».
Así, es posible concluir que con el actual nivel de salarios y explotación laboral, una disminución de la jornada de trabajo como se está discutiendo actualmente sin modificar los bajos sueldos, probablemente signifique el aumento de «segundos empleos» informales para poder suplir ese diferencial de dinero y tener de manera más segura las condiciones materiales de existencia, aún a costa del tiempo de descanso o de compartir con seres queridos, con todo lo que ello implica para la salud de la clase trabajadora.
*Imagen obtenida de Ciper