Aniceto Hevia / resumen.cl
A las once de la noche se sentía limpio, seco y pesado. Disfrutaba los últimos instantes antes de caer en un sueño profundo. Paola le besó el mentón, haciéndole sentir un frescor de pasta de dientes y una mano fría dónde podía entibiarla, a lo que Pedro respondió: estoy muerto.
Sonó la alarma. El celular prendía intermitentemente luces y se arrastraba por el velador hasta ser apagado por él. Ella dormía en su pecho y la misma mano, ahora tibia, abrazaba sus costillas. Pedro la apartó para levantarse. Luego de vestirse, fue a la cocina, vació arroz graneado en su vianda y se sirvió café con pan. Y ahora él, con olor a dentífrico, se acercó a Paola para despedirse con un beso.
En la construcción del Mall del Centro de Concepción, un cuarto para las ocho de la mañana, con las manos en los bolsillos, el espinazo rígido y echando vapor por la boca, ingresó a la obra. Fue al cajón, sacó su overol y sus zapatos y, cuando estaba sacudiéndolos del polvillo de cemento, Juan, ya con el casco puesto, lo llamó: "Peyo, a la charla".
-Hoy día vamos a hormigonar en la tarde, así que se deben dejar listas las cadenas y el tableraje... La seguridad cabros... el mejor prevencionista es uno mismo, así que los guantes, el casco, el arnés...
Recitaba el capataz su cantinela.
La mañana de ese día siguió al mismo ritmo que la pasada y que las anteriores. De rodillas, instalando el tableraje, Pedro veía pasar la gente por la calle. Sentía que la vida estaba afuera y era extraño percibir que en el Mall del Centro, estaba más apartado que en cualquier otra parte. De repente:
-¡Cacha!
Lo alertó Juan.
Pedro irguió la cabeza y quedó absorto. La figura de dos mujeres que pasaban por Ongolmo, lo habían dejado excitado y frustrado. Era miércoles y desde el domingo no eyaculaba. El cese de las galleteras y de los martillos dejó espacio para escuchar los silbidos y aclamaciones que persistieron hasta cuando sus destinatarias llegaron al final de la cuadra y cruzaron la calle.
A las cinco de la tarde, el arroz del almuerzo ya había pasado al olvido estomacal. En eso, Juan le ofreció la mitad del cigarro que fumaba, mientras veían como el camión que traía el hormigón comenzaba a ubicarse para empezar a verterlo. Por su parte, Pedro calculó:
-Esta güea va a empezar a las cinco y media. En hormigonar... Vamos a salir a las siete y media... De nuevo, conche tu madre.
Fumó fuerte.
-Oye Peyito, no importa, el viernes pagan el suple. Mañana tráete La Crónica pa' a ver una cochinas... Ahí te desquitai... ¡Ya! ¡A ponerle güeno!
Foto: Obreros en la construcción del Mall del Centro, año 2012. Por Metiendo Ruido.