Hace no muchos años, el día de San Juan era celebrado con alegría por los campesinos del sur de Chile y, en especial en la región de Concepción, tenía una expresión de singular sentido. A pesar de la distancia que marca con las celebraciones de la fecha en el mediterráneo, de donde procede esta fiesta, generaba una especial cercanía entre los campesinos de los valles de la cordillera de la costa.
En esta época en que la gente de los campos se quedaba en casa, pues era invierno, todo se centraba en el nuevo ciclo que comenzaba, se había de pensar en las siembras y preparar todo para el nuevo año agrícola, es por eso que San Juan marcaba el inicio de todo ello y por lo tanto se debía celebrar, mis abuelos (supongo que muchos campesinos también) hacían que los niños de la casa fueran muy de madrugada a darles varillazos a los árboles de la quinta para que dieran frutos abundantes y hermosos, además de la ya conocidas prubas de la víspera, que no pasaré a relatar por conocidas y que le daban al día su aire de misterio.
Lo mejor venía con elestofado, esta preparación incluía todo tipo de carnes, entre ellas conejo y a veces «pajaritos» como las perdices y que adobadas con diferentes condimentos y productos de la huerta la hacían la delicia que todos esperaban aquel día, el estofado se convierte en símbolo identitario del invierno penquista y junto al navegado y los licores, hacían la fiesta completa.
Hoy en día, el campesinado está reducido a su mínima expresión, su cultura prácticamente desaprecida, como es el camino que emprende la cultura del carbón o la pesca artesanal, San Juan es una fiesta que hoy organizan municipalidades en pueblos como Santa Juana y Rere, para potenciar un turismo esquivo, una versión pobre de ferias modernas que se hacen en las grandes urbes. Tal vez no es la manera de potenciar nuestra memoria, en todo caso ha permitido que no muera definitivamente, si no, ya nadie sabría del estofado, las mistelas o los chapecaos.
La fiesta, desvestida de sus orígenes cristianos, puede ser un signo de identidad del campo de la región penquista, puede ser una potenciación de aquella economía de pequeños propietarios agrícolas propia de nuestra zona, que casi no tuvo grandes haciendas o desaparecieron tempranamente.
San Juan puede representar ese mundo de hortalizeros, viñateros y carreteros, el mundo de escuelas rurales y ferias los domingos en los pueblos, un mundo sostenible, mediterráneo en su clima y chileno en su proceder. Puestos en el tema, para mi, es el camino que debemos retomar, como los trabajadores las cooperativas, los pescadores sus áreas libres de manejo y los mineros sus faenas autónomas, lejos de este capitalismo homologante y avasallador, es un camino probable, ojalá algún día esto sea considerado para la discusión.
San Juan es una fiesta chilena y penquista por antonomasia, invernal y campesina, por esto es que la hemos de recordar y querer, a ver si por ahí quedan ganas de volver a disfrutarla, tal como se habría de hacer con la Cruz de Mayo, nuestra fiesta solidaria por definición o el día del minero, el día de los pesacadores, San Pedro y San Pablo, todas ellas honrran las culturas de nuestro pueblo y todas ellas sufren del olvido y el desprecio, para relegarlas a cosa de viejos ignorantes, no así los halowins, el conejo de los huevos y otras yerbas del márquetin.
¡Viva la fiesta de San Juan y vivan los campesinos de Concepción!