La vida vive con y sin nosotros,
pero la vida nuestra
determina el espacio
de su propia huella
vivida en cuerpo y alma.
El primero de junio de 2012 Santiago Feliú nos invitó a Superar la alegría de vivir en la Casa de las Américas, en la misma sala Che Guevara donde Silvio, Pablo y Noel lo presentaran por primera vez en 1979. Para llegar a Santi más vale apostar a la sinrazón, a la ilógica, a los días de torrencial aguacero y a todas esas náuseas que aún nos acompañan.
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Sobre la esfera de su vida intentamos recorrer su manera de decir y vivir. Entramos a la sala y Santi apareció arrasando cuerdas, poetizando cuerdos, ora salvaje como la naturaleza misma que nutre sus creaciones. Sin avisar la arrancada, nos adentramos en su laberinto de imágenes. Quizá supuso que la lluvia y el viento de esa noche iban a impedir la aventura de entrar y salir por las distintas rutas. Pero nada, recorrimos juntos las calles de la vieja casa de Lawton, las montañas de Colombia, la Argentina y sus tangos... Pintamos el mundo con los colores de finales del 70, y nos atrincheramos, a su lado, a las puertas de la fe, aunque no tocamos fondo, a pesar del desamor… Atravesamos guerrillas, guerreros y poetas, aparecidos al fin y al cabo.
Santiago es el sabor de los recuerdos inmediatos, con unas Náuseas de fin de siglo queriéndosenos escapar constantemente para de todas formas emboscarnos en las mismísimas selvas de América Latina, rodeados de barbas, fusiles de izquierda y cantores guevarianos venidos de este Planeta Cuba. No es texto y música nada más; es la canción comprometida, la pasión volátil, la irreverencia, la extravagancia. Es, sobre todo, no entender el mundo; sus sueños --repletos de dudas-- se convierten en pesadillas. Así, fuimos alineando sus emociones hasta convertir las viejas catarsis en revoluciones del alma.
Cualquiera de las casi cuarenta canciones con las que nos abordó esa noche, intensamente lluviosa, es testigo de su osadía y de su compromiso. Salimos convencidos de que el Santi no se merecía un homenaje rimbombante, pero sí este dossier de cumpleaños, porque a estas alturas con sus 50 en las costillas, le seguimos debiendo la sobrevida y, también, el secreto de la obstinación.
Retomando el hilo de viejas preguntas formuladas en el ya lejano comienzo del siglo XXI, y atándolo esta vez a nuevas interrogantes, gracias al e-mail, dejamos algunas de esas respuestas que supo darnos a lo largo de toda una década. De todo eso y más da cuenta esta conversación con Santiago Feliú.
El concierto en Casa fue un recorrido por los discos, atravesando tu vida. ¿Qué reflexiones/emociones le dejó a Santi este encuentro con la gente que le acompañó esa noche del primero de junio sin importarles el calor de la sala Che Guevara ni el torrencial aguacero?
Tremenda sorpresa la de La Negra en tu cumple-concierto. Los amigos siempre están, ¿Y los enemigos?
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Búscame donde la ilusión tuvo hijos,
sobrevolando un sueño que acuna el tiempo
Estuve becado desde niño, desde cuarto grado, en una escuela de las antiguas Makarenko, en Siboney. Era como un Servicio Militar. Llegué solo hasta octavo grado porque ya estaba harto de que me levantaran a las seis de la mañana todos los días, de que me raparan la cabeza y me pusieran a marchar. Pasé por varias becas hasta que le dije a mi madre que no iba a ir más a la escuela porque no me daba la gana, no aguantaba más, y mi madre ya no podía controlarme. Aunque venía hacía rato dándole a la guitarrita, comencé a guitarrear más en serio. En ese momento conocí a Donato Poveda y empezamos a cantar juntos, a hacer dúos. Luego apareció la ley contra el vago y, al mismo tiempo, otra que exigía alcanzar el noveno grado. Entonces mi padre nos puso a trabajar en el puerto, yo como ayudante de mecánico. Allí estuvimos una semana. Me fui a terminar el noveno grado y realmente a estas alturas no me acuerdo si lo alcancé o no. Tampoco sé si me sirvió, no me hizo falta para nada, porque me di cuenta bien temprano de que quería hacer canciones.
Recuerdo un día, a la salida del muelle, Donato y yo íbamos a buscar la guagua y nos pusimos a poetizar y a hablar de nosotros y del futuro; nos creíamos unos bárbaros en eso de la canción. Era 1978, había conocido a (Alberto) Tosca, a Xiomara (Laugart) y a (Alberto) Cabrales. Ellos leían mucho, escribían versos y no salían de las bibliotecas donde escuchaban a los clásicos: a Mozart, a Bach... Luego, entramos en el movimiento de la Nueva Trova, que por esos años parecía bien organizado. También escuchaba los temas de la trova tradicional cubana con Silvio, Pablo y mi hermano Vicente. Fueron las canciones de Sindo las que me atraparon. Pero fue Noel quien me puso a Jetro Tull y me volvió como loco. Y fue ahí cuando hice "Vida".
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Lo imposible es esa brújula rota en el alma
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Los verdaderos hombres solo son gigantes brazos
que le nacen a la tierra y se van a la montaña
El día antes de regresar a Cuba, un argentino que estaba haciendo un libro sobre la guerrilla colombiana y quería entrevistar a Pizarro, fue a verme al camerino y me dijo: "¿Por qué no empiezas a hacer otras cosas y dejas a un lado esas pavadas?". Lo miré fijo y de repente dije: "estoy intentándolo, estoy intentándolo". Eso sucedió en lo que debía ser mi último concierto en ese país. Me comentó que iba a subir a las montañas y me invitó a acompañarlo. Yo había estado anteriormente en Colombia, conocía al M-19, lo que estaba pasando y lo interesante que podía resultar este encuentro.
Nos fuimos entonces a las montañas. Estuvimos una semana entre discusiones y charlas. A partir de ahí empecé a componer de un modo distinto, se inició una nueva manera de contar. En ese momento, sentí que me encontraba a mí mismo; comencé a entenderlo todo de una forma diferente: quién era yo, qué quería hacer y qué había hecho hasta entonces. La banda regresó a La Habana y yo me quedé. Allá arriba hice un recital, estuve con los batallones y hasta nos pusimos a hacer un video de Náuseas...; luego regresé a Bogotá, y cantaba solo en algunos lugares.
Estar con los guerrilleros fue la oportunidad de vivir lo que únicamente había visto en el cine o en los libros. Yo había nacido en Cuba, en la Revolución y, de repente, era un tipo que estaba allá arriba discutiendo ideas, hablando del Che y cantando canciones. Así aparecieron los temas de Náuseas de fin de siglo. Entre otras experiencias inevitables en Colombia, empecé a componer de otra manera.
Luego de dos meses en Bogotá, me fui a Argentina. Estuve un tiempito haciendo recitales y viviendo; gasté plata, la volví a ganar y la volví a gastar, y así me quedé como un año. De repente, estaba harto de vivir tantas experiencias y estaba loco por regresar a La Habana a cantar esas canciones. Agarré un teléfono, llamé a Silvio y le dije: "oye, estoy aquí ahora mismo, no tengo un mango y estoy loco por volver". Él iba a tocar en Chile y me propuso encontrarnos en Santiago. Me dijo: "si vienes, te vas para Cuba en el vuelo conmigo". Y regresé.
Era el año 1994. A mi vuelta, encontré un sello en la puerta de mi apartamento y la negativa de trabajo en algunos teatros. Pensaban que me había quedado a vivir en Argentina, por lo menos eso era lo que había dicho Radio Martí, en Miami, pero de cualquier manera, ya estaba en Cuba y quería estrenar las canciones del nuevo disco.
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Patria sagrada, ansias del alba,
no te olvides que andamos muy mal sin ti
El arte de la canción me ha llevado a veces a hablar de hechos o coyunturas que vive Cuba o América Latina, son canciones de época quizá, que a veces me resultaban un poco "intrascendentales", pero siempre fueron canciones necesarias. El "Rock and rollito", "Metamorfosis" o aquel tema que le dediqué a la cultura cubana, a los rollos de los artistas, se incluyen en esa lista de canciones que también tienen que aparecer inevitablemente, como urgentes y necesarias.
En mis conciertos siempre hay una parte que está dedicada a lo que somos, a los cubanos, a los zapatistas, a América Latina, a los desaparecidos, a eso que una buena parte de los artistas niegan, barajan o con lo que no se comprometen. No me gusta la política pero estoy inmerso, y de lo que sí estoy (re)convencido es de que soy zurdo de todas las maneras. Por eso, hay una parte en el show que resulta a lo mejor demasiado épica, pero es lo que siento y creo.
Cuando muchos de tus amigos se fueron, y «no pudieron afilarse el corazón» regresaste a la Isla. Encontraste un sello a en la puerta de tu casa, un montón de gente desde Miami diciendo que te habías quedado, pero igual anclaste tus remos, y no dejaste de decir lo que pensabas. ¿Por qué sigues apostando por este país?
Primero, porque cada calle, árbol y parque los siento mío; la luz, el olor del viento de esta Isla con su gente tan cálida, graciosa e inteligente; luego vivir fuera me enseño la singular grandeza social de Cuba y toda esa cuestión de sabernos distintos, a pesar de nuestra pobreza; por eso junto con otras cosas me encanta Cuba, por suerte pude rodar bastante para pensar así.
Y aquí está el enamorado con su luna entre los brazos
pidiéndole a la esperanza para todos, para todos
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Son Lennon y Guevara que debieran regresar
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Algunas veces has asegurado que "no hay que entenderlo todo", insisto: ¿Cómo lo entiendes tú luego de tantos años de desamor -también amor- y desgarramientos; de aciertos y desaciertos, de guerras y altos al fuego?
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Justamente eso, ser feliz por encima de toda depresión, estamos muy poco tiempo vivos, no hay otra que pasarla bien con todo lo difícil que es, no hay mucho tiempo para darse cuenta, así que hay que darse cuenta ya.
No me queda otra que creer en el mejoramiento humano, pero como viene la cosa es sumamente difícil; de cualquier manera estoy aquí para desde mis canciones aportar en la idea de vivir o sobrevivir con ganas.
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Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2012/n579_06/579_29.html