Silvio Rodríguez: Pregúntenle a mi pueblo

Este año empezó desapareciendo a seres queridos y admirados. El primero fue Félix Grande. En cuanto me enteré llamé a Paco de Lucía, a quien había conocido hacía muchos años en el apartamentico madrileño de Félix. Pero a los pocos días llegó el batacazo del mismísimo Paco, y ahí empecé a preguntarme qué rayos estaba sucediendo. Algo como una respuesta siguió llegándome, implacable, después con el Gabo, con Santi, con Formell...

También hubo decesos menos célebres, aunque no menos dolorosos, y se me ocurrió una idea inútil, con una pizca de verdad: se está acabando el Siglo XX.

Y me recordé a mi mismo a mitad de aquel siglo, apenas enterándome de que existían palabras como átomo, China o precipicio, preguntándome qué quería decir todo aquello, sin sospechar que detrás de cada nombre hay una historia ancha y compleja como el conocimiento humano.

Si fuera místico, quizá pensaba que las buenas nuevas de fin de año fueron propiciadas por sus amargas iniciales. Pero nada funciona así. Cada suceso depende de su propio ciclo vital, que puede alargarse o acortarse sólo relativamente porque, hasta ahora, todo lo que tiene comienzo parece tener fin. Incluso cosas que parecían no tenerlo, de pronto sucede que sí, que lo tienen, por más que asombre.

Aquí es que vuelvo a recordar aquella leyenda en que, en medio de festejos por el nacimiento de su primogénito, el humilde campesino se pregunta: "¿Será para bien? ¿Será para mal?"... Era un hombre que cada vez que pasaba algo se hacía la misma pregunta: "¿Será para bien? ¿Será para mal?" Y resultaba que todo era para ambas cosas; como si la vida, sucediera lo que sucediera, trajera consigo dos caras: eso que en el oriente llaman el Ying y el Yang.

Mucho tiene de verdad esa leyenda, y mucho de ella podemos encontrar en nuestras historias personales, en las de nuestro entorno, tanto inmediato como mediato, e incluso en una pronunciada perspectiva.

Pero no debiéramos creer en eso como algo inexorable, como un rayo que nos cae y nos fulmina. Porque el deseo de vivir y la voluntad humana son capaces de superar casi cualquier adversidad.

Y si no, pregúntenle a mi pueblo.

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