Sobre los panoramas de la Poesía en Concepción

Con esta columna intento desplegar un abanico de posibilidades que el lector puede evaluar según la dificultad que se torne «leer» a estos poetas, quienes, en un ejercicio a puertas cerradas o al alcance que dan las redes sociales hacen literatura.

Gloria Sepúlveda Villa / resumen.cl

«Oh avalancha del ser, torrentes humanos que encontraron sus llaves salobres.

Tú el artesano de la piel, el carpintero de la tinta, costra airada del cobre»

Alfonso Alcalde, «El panorama ante nosotros».

Interés o bien, curiosidad o derechamente, nada, despierta el cauce de la poesía que se mueve en otro lugar que no sea Santiago o sus alrededores, en otros grupos que no tengan un espaldarazo editorial que los resguarde de la velocidad -transmedial- en que vivimos. Me mueve la idea de ampliar el panorama poético del BioBio en vista de la publicación que Felipe Fuentealba realizó en el suplemento n° 8 de La palabra quebrada donde recorre, someramente, la lírica escrita a este lado del río. Ya es un acierto que Fuentealba publique en un medio de divulgación nacional como es «La palabra quebrada» trabajado con elegancia por parte de Cristóbal Gaete y su equipo desde Valparaíso http://lapalabraquebrada.cl, este suplemento tiene una versión impresa que viene junto a «El Ciudadano». Ante la ausencia de títulos y nombres en el panorama propuesto por Fuentealba, me invita a pronunciarme al respecto, sin ánimo de avivar una discusión, sino dialogar en torno al oficio y las divergentes prácticas de la poesía, específicamente, en Concepción y sus alrededores. Con esta columna intento desplegar un abanico de posibilidades que el lector puede evaluar según la dificultad que se torne «leer» a estos poetas, quienes, en un ejercicio a puertas cerradas o al alcance que dan las redes sociales hacen literatura.

Y es que, sin esfuerzo por polemizar, el panorama publicado en «La palabra quebrada» data de principios de 2010 con Paxaricu de Oscar Vidal (2011 y reed. 2016) y otros títulos citados publicados entre 2014 y 2016. Falta afirmar que «Nosocomio» de Alonso Tapia abrió la nueva década con el proyecto editorial Pequod que impulsó la publicación autogestionada y manufacturada. Hay que señalar que trazar la vida poética de la ciudad requiere más de una columna. Por razones que ignoro, y no es aquí el espacio para especular por qué Fuentealba obvia estos detalles, me parece necesario complementar con títulos que aparecieron después de 2016; por ejemplo, el trabajo de Daniela Guerrero y su documento poético «Reconversión» (Alto Horno 2017). Es preciso señalar que, paralelo a la escritura, Daniela impulsa proyectos culturales en Lota a partir de la recuperación de la memoria histórica y su vinculación con la pedagogía y el Curriculum Nacional. En otro punto del mapa, Egor Mardones («Playback», Editorial Nébula, 2018) tiene una sólida propuesta poética, sin duda, un referente crucial en la poesía chilena de los últimos 30 años, debo agregar que «Playback» tuvo un salto medial cuando el artista visual Guillermo Núñez propuso una edición plástica del libro el que trabajó en un formato que incluye serigrafía, collages e impresión digital.

En la línea de Mardones y más allá, Carolina Muñoz, performer y escritora, trabaja su poesía en soportes digitales desde 2014 con «Lima en el corazón» y «Crónicas fantásticas» (2020), entre otros títulos, en los que explora texto e imagen, memoria y praxis digital de la escritura en su encuentro con la Biblioteca. Su decisión de no publicar en papel radica en un compromiso ecológico debido al uso de materiales en la confección del libro al tiempo que nutre su escritura de otros idiomas como, inglés y alemán. En «Crónicas fantásticas» anota: «7:10 am El tercer sonido fue más grave (de baja frecuencia), vía ápex. El homo eruditus al despertar soñó que soñaba que escribía». En contraposición, Arnolfo Cid procede como gestor, editor y artesano del libro en Taller del Libro y desarrolla, al mismo tiempo, dramaturgia, a diferencia de Carolina, Cid ha impulsado el movimiento editorial asociándose con otros proyectos en los que el Taller solo imprime, como sucede con «El Libro del Libro» de Hualpén Suarez Tinkús (2017) o las publicaciones en colaboración con Juan Carreño y Elisa Monti y editoriales más pequeñas. Jorge Cocio y Marco Salas, también Tinkús, desarrollan proyectos musicales en paralelo al desarrollo de poesía, práctica que alude a que los límites entre poesía y música se diluyen en el sonido, o en el metal como exploró Marcelo Orellana orfebre y poeta. El promisorio trabajo de Paulina Paredes y otros nombres que se asocian a talleres de Omar Lara y Tulio Mendoza y estudiantes de carreras ligadas a LENGUAJE son algunas referencias sobre el «último» panorama de la poesía en Concepción. Es más, el propio Vidal hizo lo suyo en 2019 con Zonas de sacrificio, impreso en el Taller del Libro. De todos ellos, Greta Montero logra sortear la provincia y publica con Inubicalistas, «Dummies» (2013) y «Balada del señor Cuervo» (2016) con Overol, este libro es una propuesta muy inteligente de las fallas de la política reciente. Ángela Neira, en paralelo a la gestión y edición, se ha posicionado en el medio literario nacional con su trabajo. El propio Fuentealba cuenta en su currículo con dos reseñas de Patricia Espinoza en LUN y publicaciones narrativas con Mago Ediciones.

El panorama se abre mucho más cuando encontramos poetas ligados a la Academia o, específicamente, al Departamento de Español de la Universidad de Concepción o a la Universidad Católica de la Santísima Concepción que publican o publicaron poesía, Juan Zapata «Interiores, Exteriores» (Cosmoginon, 2007); Juan Herrera «Cuaderna oscura», Del Archivo, 2018 a este libro le preceden otros títulos y un documento poético audiovisual, "Poetas al cierre" (2009- 2011); Marta Contreras publicó «Ciudades de Agua» (Del Archivo 2018) y «Ángel todavía feo» (1997) es una académica que abrió paso a los estudios sobre teatro, hoy radicada en Washington; Italo Nocetti, «Escombros americanos», también con Del Archivo en 2018 ; Edson Faúndez escribe «Bajo la piel de tu capa» (Lar,2019) donde explora el oficio desde el epistolar amoroso; se suma a ellos Cecilia Rubio en la antología «Viento Sur» editada por Amukan (2017). En otra antología, «1999» algunos de los poetas- académicos publicaron junto a otros escritores.

Cómo vemos el panorama es tan amplio como complejo. Hace unos meses debutó el primer «reality» de Literatura, «Escritores al límite», en el que catorce poetas compitieron en un programa que les solicita preparar textos en virtud de un tema cuya realización es sometida a votación: Karina Kapitana Aguilera, Alan Muñoz, Taty Torres, Alan García, entre otros, sometieron su trabajo a una práctica transmedial. Carlos Leppe, performer y artista visual que colaboró en la ideación del nuevo formato en la televisión chilena en los primeros años de la década del 200 estaría fascinado. Junto a varios de estos poetas surge una poesía, que podríamos denominar activista, Rosy Sáez, Karina Kapitana, Ursula Medalla quienes antes del año Covid se presentaban con regularidad en bares, concentraciones y mitines y cuyo trabajo denuncia y reivindica la lucha social, el feminismo y la cultura de los márgenes. Muchos de estos poetas fueron impulsados por Ignacio Gallardo y Cristian Condemarzo, quienes a mediados de los 2000, vieron con agudeza que el happening continúa atrapando seguidores en el siglo XXI.

En algunos puntos coincido con Fuentealba y uno de ellos es que por alguna misteriosa razón -el misterio se diluye al comprobar que las redes editoriales con otras ciudades son mínimas- los libros tienen una escasa circulación y con dificultad avanzan al norte y muy poco al sur, pero persisten, según la red, el algoritmo o el papel lo haga posible, hay libros que pasan de mano en mano. Al mismo tiempo, son muchas las personas que escriben poesía, muchos que resisten en el lenguaje, basta señalar, como bien hace Fuentalba, los y las poetas que optan por el «live» o el «in media res» que les da la calle o el bar. También es preciso señalar que existen editoriales independientes más independientes (Ediciones Satancito, Poetikal art delicti, Afótico Ediciones, Cola de gato y sólo el Hado sabe cuántas más) que las catastradas en el catálogo de 2019, realizado con mucho esfuerzo en vista de profesionalizar la producción poética, literaria y editorial del Bio Bio. La madre de todas, los «Cuadernos de Movilización literaria» editados entre los 80 y mediados de los 90 por Marcos Cabal.

En una ocasión, junto a otros poetas de la ciudad (todos hombres) compartimos una mesa en un bar, me sorprendió tristemente ver cómo le prestaban atención a un sujeto que apareció de la nada, un mago con un relato sobre dos amigas poetas que ya no podían verse. Por alguna razón no fui capaz de marcharme al bar que se ubica una cuadra más allá y fue porque es lo que no me fascina de la poesía, uno insiste porque le fascina el lenguaje. En una ciudad tan pequeña como la nuestra donde, a pesar de la cantidad de libros que se hacen, pocos leen y muchos son artistas, uno percibe que la letra con sangre ya no entra sino con social media, aguja e hilo, softwares, uno insiste en la biblioteca en reunir libros, en limpiarlos y ver cómo brillan.

Se tiene bastante sobre qué volver, preguntar, leer. Uno insiste, como he dicho, porque le fascina el lenguaje y la memoria del mismo que le precede a uno. Y están los libros por venir de Alexis Figueroa (que a estas alturas publica con editoriales asentadas en México e Italia y colabora con Claudio Romo), Alonso Tapia y Damsi Figueroa que pronto se unirá al catálogo Del Archivo. Alguien escribe al tiempo que coloco punto final a estas palabras a este y otro lado del BioBio, porque a pesar de las diferencias o convergencias en las prácticas y la difusión del arte poético aquí presentadas, confío en que los poetas escriben como un gesto de libertad en tiempos de horror. Alfonso Alcalde estaría orgulloso.

Cosmito

Febrero- 2021

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