Un antes y un después del viernes 18 de octubre

Las manifestaciones y movilizaciones sociales que comenzaron el viernes pasado en Santiago, sin duda, marcarán un momento de quiebre en la tranquilidad de los dominios de los poderosos en Chile y en el desarrollo futuro tanto de las relaciones económicas como de la población en su conjunto.

Así lo han dejado de manifiesto los contenidos, la masividad, la horizontalidad, y la extensión de los barrios, pueblos y ciudades movilizadas. Así también, lo reflejan mayoritariamente las pancartas que se levantan expresando diagnósticos y exigencias por todas partes: Chile despertó. No más abuso. Fin al estado de emergencia. No más represión. El pueblo despertó. Basta de abusos. Milicos a los cuarteles. No hay guerra. Renuncia Piñera.

Los gobernantes parecen no darse cuenta de que la Tierra dejó de ser plana, que están enfrentados a un nuevo mundo y que se requieren soluciones radicales, profundas, determinantes. Se acabaron los tiempos de los chanchullos, de los arreglines, de las cocinas, de los pasillos, del lobby, para arreglar todo a su antojo, o al amaño de los poderosos. Pero el poder sigue sin darse por entendido. El actuar del presidente Piñera y su gobierno ha ido de los palos de ciego y manotazos de ahogado a chapotear en el barro, en sus desmedidas formas y desmesuradas respuestas para enfrentar la movilización social de la población chilena en los últimos días. De declarar el estado de excepción y luego el toque de queda, a salir hablando el exabrupto de que Chile estaba en guerra contra un poderoso enemigo interno.

Es común encontrarse con gente que tiene amigos imaginarios, sobre todo infantes. Pero el actual presidente de Chile tiene enemigos imaginarios y les declara la guerra. Eso es chapotear en el fango de la historia dictatorial de la derecha que él representa y lidera. Su guerra imaginaria se dejó sentir durante todo este lunes 21 de octubre. Con las fuerzas militares desplegadas por las calles y lugares estratégicos de las ciudades, y las las policías reprimiendo sin necesidad manifestaciones pacíficas, atacando sin control ni medida con todos sus medios bélicos (mal llamados disuasivos) para dispersar a personas que ejercen su derecho a manifestarse, haciendo uso de una violencia y de una fuerza desmedida, desproporcionada, y brutal. Violencia que se agravó y amplificó desde el comienzo del horario del toque de queda en las diversas ciudades; los militares y carabineros irrumpieron agrediendo a la población sin previo aviso ni contemplaciones de ninguna especie, los golpes, los gases, los guanacos, los disparos, los detenidos, se multiplicaron como por mandato superior. El mensaje gubernamental era claro. Tenía que hacer sentir el peso de la fuerza del Estado sobre esa población sublevada para doblegar su voluntad y ánimo de rebeldía. Esa es la guerra de Piñera y su cohorte de ministros nostálgicos de dictadura militar y de matanzas para someter a los pueblos.

En ese escenario de represión y violencia a mansalva sobre la población, el presidente Piñera aparece en los medios con un nuevo mensaje donde no dice nada de interés para tratar de resolver la situación de crisis, sino que reitera su discurso vacío de contenido y soluciones, y reitera la criminalización de la protesta para justificar la violencia militar y policial y justificar su decisión de seguir reprimiendo a los manifestantes.

Los anuncios de que se reunirá con la dirigencia de la clase política no es ninguna novedad ni ninguna solución; primero, porque desde hace rato se vienen reuniendo para conciliar como seguir timoneando este buque de manera de que sea más útil y más provechoso para sus mandantes del mundo empresarial dueño del modelo de dominación ¿qué de nuevo podrían discurrir ahora? Segundo, porque sin la participación de los actores sociales que representen los reclamos de la población enardecida, no puede haber solución legítima ni válida. Ignorar a la población, al pueblo partícipe y activo, es una nueva muestra de despotismo y autoritarismo propio de estos gobiernos postdictadura, diseñados a imagen y semejanza de aquella.

El mandatario completa esta insulsa declaración incorporando dos nuevas regiones al estado de excepción. Vamos de mal en peor. Los detenidos ya suman miles, los heridos otros miles, los muertos decenas; esto es la represión dictatorial en todo su esplendor. Según Piñera, todas las medidas que adopta son para proteger a la población, resguardar su seguridad y sus bienes. ¡Vaya manera de proteger a la población! Reprimiendo con violencia y crueldad inusitada a pacíficos manifestantes, amedrentando con tropas las 24 horas del día, deteniendo, golpeando, maltratando jóvenes y ciudadanos/as comunes, asesinando personas por el arbitrio del poder y de las armas, es decir, lo previsible cuando se saca militares a la calle.

Pero este pueblo movilizado no se ha dejado atemorizar. Ni se ha dejado apabullar por la sucia campaña de los medios empresariales de comunicación que pretenden criminalizar la manifestación social, poniendo el énfasis en los saqueos y robos que un reducido número de personas realizan durante las jornadas de lucha, exacerbando los hechos delictivos para tratar de desprestigiar a la movilización. Esto lo complementan resaltando el impacto de los incendios y destrozos provocados por sectores enardecidos, por una u otra causa, en medio de estas jornadas, exagerando el impacto de los daños para tratar de aislar a la muchedumbre movilizada. Una vez más, los medios intentan ocultar sus propias culpas y su rol cómplice con este sistema de dominación y este modelo económico dedicado a expoliar a la población y a la naturaleza chilena; su rol cómplice y servil queda de manifiesto por el rechazo que les expresa sin tapujos la población movilizada porque visualiza que éstos están al servicio de los poderosos y no de los intereses del pueblo movilizado.

La respuesta a estas maniobras de los medios ha estado en las calles, en las plazas, en los barrios, en todos los lugares en donde los sectores sociales han hecho sentir su decisión de que esta vez el pueblo tendrá que ser oído. Tendrá que ser escuchado y ser protagonista partícipe de las soluciones que se pretenda buscar para resolver esta crisis.

Según el presidente Piñera, todas las medidas que adopta son para proteger a la población, resguardar su seguridad y sus bienes. Pero olvidó decir que para él, la población de este país se reduce a la decena de familias que controlan la economía y el poder, es la seguridad y los bienes de esos reducidos grupos económicos de poder, sus intereses, los que defiende el gobierno. Y para eso no vacila en reprimir y aterrorizar al país entero.

Es al revés. Tienen que ir a buscar las soluciones con la población oprimida, con la población movilizada, con la población que ya no soporta tanto engaño ni quiere continuar siendo esquilmada. Sin la población activa y organizada no hay solución posible. Ya nada volverá a ser como antes.

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