Mientras todo esto sucede frente a nuestros ojos, las universidades viven en un mundo incomprensible para las mayorías del país, preocupadas de asuntos tan importantes que ameritan vivir de espaldas al mundo. Tal es la brecha que, cual Sísifo, una vez que encuentran la manera de entender las dinámicas de la sociedad, ésta ya ha cambiado del todo y deben volver a subir su dura roca hasta la cima de la montaña para repetir un ciclo tan cansino como decepcionante.
Por Robinson Silva Hidalgo
El estado de anestesia en que se encuentra la sociedad chilena es francamente preocupante: tras la furia del Estallido de 2019 y el miedo contenido de la pandemia hoy estamos en una situación de paralojización difícil de creer. Parece que el tiempo avanzara a tal velocidad que ninguna herramienta teórica, ninguna acción política ni menos una discursividad emotiva de corte religiosa o similar nos es útil para comprender la desolación que pareciera apoderarse de la humanidad.
Vemos una violencia inusitada en la juventud y, por cierto, de la sociedad hacia ellas y ellos, se repiten en el amarillismo de los matinales televisivos, escenas de peleas y amenazas que no se esperaban por parte de profesores, burócratas y estudiosos, ¿será que pensaban que la pandemia y gobiernos -si es que no indiferentes, directamente perversos para con estos grupos- no tendrían efecto en las relaciones sociales y personales de las y los jóvenes? A eso le sumamos la violencia económica traducida en inflación, desempleo y desprotección de las familias chilenas ¿tampoco creen que eso tiene consecuencias?, ¿siguen pensando que las y los niños, jóvenes y adolescentes no perciben el triste cotidiano de sus hogares?
Volvemos sobre la educación entonces. Mientras todo esto sucede frente a nuestros ojos, las universidades viven en un mundo incomprensible para las mayorías del país, preocupadas de asuntos tan importantes que ameritan vivir de espaldas al mundo. Tal es la brecha que, cual Sísifo, una vez que encuentran la manera de entender las dinámicas de la sociedad, ésta ya ha cambiado del todo y deben volver a subir su dura roca hasta la cima de la montaña para repetir un ciclo tan cansino como decepcionante.
Pero bueno, esta idea recurrente de la academia chilena cobra sentido cuando ocurren situaciones que la develan, como por ejemplo la elección de un rector. Es el caso del nuevo periodo del Rector Saavedra en la Universidad de Concepción, ese grupo enclaustrado de personas de alto valor cognitivo, muy bien formado, aún no es capaz de asumir la democracia y los derechos fundamentales como pivote de la institución que le cobija. Para ser justos, en ninguna universidad chilena estas cuestiones que nos exigimos como sociedad, hijas del pensamiento liberal del siglo XVIII, todavía son parte integral de las estructuras de las casas de estudio nacionales, solo algunos atisbos como los senados universitarios se acercan a esos preceptos.
La Universidad de Concepción, como la inmensa mayoría de instituciones de educación, reciben recursos estatales para su funcionamiento, pero no se les exige más que el buen cumplimiento de esos recursos. Respecto a ello, surgen algunas preguntas: ¿por qué debemos financiar instituciones que ni siquiera tienen una participación cabal de los órganos del Estado en su financiamiento? ¿Por qué el ordenamiento interno de estas instituciones, de orden formativo, por cierto, no está democratizado en su representación y en su gestión? O incluso más allá ¿Qué rol le cabe a las comunidades organizadas en el debate interno de las casas de estudio, basta solamente con la "vinculación con el medio"?
No debe minorizarse el rol de las universidades en la violencia represiva, y en eso la Universidad de Concepción se ha llevado la palma con el caso que la involucra criminalizando a jóvenes de la ciudad durante la revuelta social de 2019. La comprensión de fenómenos complejos que afectan a la sociedad no han tenido recepción en esa (y muchas otras) instituciones universitarias, ¿Cómo es posible que ese ingente, aunque reducido número de electores, no sopesara una cuestión tan esencial a la hora de participar de ese proceso? Es descorazonador.
Mientras eso sucede, las y los jóvenes siguen inyectados de rabia y confusión, ¿Nos seguiremos preguntando por qué?
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Fotografía principal: Noticias UdeC