UP 50 | Los trabajadores y la izquierda frente a la derrota de 1973 (1973-1980)

[resumen.cl] En el marco de la conmemoración de los 50 años del triunfo electoral de la Unidad Popular, continuamos con el ciclo de columnas de historiadores/as que reflexionan en torno al proceso. En este caso, sobre la posición de la izquierda ante la derrota de 1973 y el proceso dictatorial, a partir del análisis del historiador Igor Goicovic.

Por Igor Goicovic Donoso, Departamento de Historia, USACH

En la red, 14 de septiembre de 2020

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 no fue el típico cuartelazo latinoamericano, ni se planteó el ejercicio transitorio del gobierno para restituir a la oligarquía tradicional el poder que le había sido expropiado. Se trató de una intervención institucional (del conjunto de las FFAA y de orden), orientado a reconstruir la sociedad chilena sobre nuevas bases económicas, sociales y políticas. Se trató, en definitiva, de una refundación.

CAPITULO2_1x1

Afiche

Es por ello que un primer elemento a tener en cuenta es que el golpe militar si bien discursivamente se planteó en sus inicios como una asonada dirigida contra la izquierda marxista, a poco andar develó sus verdaderas intenciones al señalar (especialmente a quienes tenían esa expectativa), que la clase política en su conjunto fue la responsable (por acción u omisión) de la llegada de la izquierda al gobierno. Se trataba, por lo tanto, de crear un nuevo sistema político y de formar una nueva clase dirigente, que jamás permitiera que la experiencia marxista se repitiera en el país.[1] Este propósito, en un comienzo precariamente esbozado, comenzó a decantar ya en los primeros años de la dictadura.

Podemos observar una primera etapa que va desde septiembre de 1973 hasta marzo de 1974, en la cual la dictadura consolidó su posición de poder a través de la más brutal e indiscriminada represión. Este es el período en el cual se verificó el más alto número de víctimas de la represión: Detenidos desaparecidos, ejecutados sumariamente, torturados, encarcelados, exiliados, confinados, etc. La represión afectó fundamentalmente a los militantes izquierdistas de base, la clase obrera, el campesinado y los pobladores de las periferias urbanas. De esta manera, el terror se convirtió en la herramienta más eficiente para contrarrestar cualquier conato de resistencia o disidencia.[2] Simultáneamente se desplegaron una serie de iniciativas institucionales tendientes a borrar del escenario político y social a las intermediaciones orgánicas del movimiento popular. De esta manera, a través de sucesivos decretos leyes, se puso fuera de la ley a todos los partidos políticos de izquierda, a la Central Única de Trabajadores (CUT) y se declaró el receso del Congreso Nacional y subsecuentemente el receso de los partidos políticos opositores al fenecido gobierno de la Unidad Popular (la Democracia Cristiana y el Partido Nacional).

Te puede interesar: Resumen transmitirá ciclo de debates a 50 años del triunfo electoral de la Unidad Popular

Es interesante observar que la asonada represiva identificó con claridad los ejes sobre los cuales se construyó históricamente el movimiento popular en Chile. Efectivamente, fue la institucionalidad política (el parlamento, los municipios, los partidos políticos, las elecciones periódicas, los sindicatos y las huelgas legales, las federaciones y centros de estudiantes), el ámbito preferente en que se desenvolvió este movimiento desde la década de 1930. De manera que la clausura de dichos espacios replegó profundamente a los trabajadores y al pueblo y desarticuló a sus organizaciones sociales y políticas.

La represión, no obstante ser cruenta, operó como un complemento de la interdicción.[3] Los trabajadores, golpeados política y emocionalmente por la brutalidad del accionar represivo del 11 de septiembre y de los días inmediatamente posteriores, se encontraron huérfanos de organización social y política y de espacios de reagrupamiento a efectos de desplegar alguna forma de resistencia. Cabe indicar que esta resistencia popular se asociaba con los mecanismos tradicionales de presión del movimiento obrero, es decir, el desencadenamiento de una huelga general, con ocupación de centros productivos y establecimientos educacionales, a objeto de apoyar la resistencia armada que los militares "leales" al gobierno debían desarrollar. Pero ello tampoco ocurrió, la tesis del compromiso institucional de las FFAA con el sistema democrático en Chile se desplomó rápidamente. El mando golpista controló expeditivamente toda forma de disidencia interna y alineó al conjunto de la oficialidad y de la tropa detrás de los objetivos del "pronunciamiento". Es más, muchos oficiales, suboficiales y tropa, se prestaron voluntariamente para participar de las ejecuciones sumarias que se llevaron a cabo en los primeros días del golpe de Estado.[4]

No es extraño, en consecuencia, que el repliegue de los militantes de izquierda hacia la clandestinidad haya sido, en la mayoría de los casos, caótico. Miles de militantes y dirigentes de base e intermedios, vinculados a la direcciones locales y regionales de los partidos de izquierda y a las organizaciones sociales de trabajadores, estudiantes y pobladores, quedaron expuestos a la represión. Muchos de ellos fueron capturados, sometidos a torturas y vejámenes y, en algunos casos, fueron ejecutados sumariamente o terminaron internados en centros de reclusión organizados al efecto. Los que lograron eludir la persecución inicial se replegaron sobre el espacio doméstico, desconcertados y desanimados, renunciando a toda forma de resistencia e incluso de rearticulación de sus vínculos políticos o sociales. Otros, más apremiados por la represión, se refugiaron en embajadas y partieron al exilio. La represión fue sin duda aplastante e intimidante, pero fue también efectiva. Separó a los trabajadores y a sus organizaciones del espacio institucional, en el cual se desenvolvían con mayor fluidez, y los situó en la disyuntiva de reorganizarse en la clandestinidad o replegarse a la vida privada. Un pesado silencio se extendió sobre la sociedad chilena.

Frente a este desolador escenario, las direcciones políticas de la izquierda intentaron improvisar un diagnóstico temprano sobre el golpe de Estado. Para el MIR, "(...) la política (estratégica y táctica) que fracasó en Chile, fue la del reformismo, que arrastró al movimiento de masas a una catástrofe", para luego agregar, "La política revolucionaria no ha sido derrotada, el socialismo y la revolución proletaria no han fracasado". No obstante, se asumía que el movimiento de masas y los revolucionarios se encontraban sumidos en un profundo repliegue. La alternativa, en consecuencia, era reanimar el movimiento de masas a través de la formación de las milicias de la resistencia popular. [5]

Te puede interesar: REGISTRO | UP 50: Hacer la revolución. La trayectoria de la «vía chilena al socialismo», con Julio Pinto y Claudio Pérez

El PSCh, y en particular la dirección que permaneció clandestina en el país, señaló en marzo de 1974 que se "fracasó en la tarea fundamental y decisiva de construir la fuerza dirigente capaz de dirigir acertadamente el proceso hasta conquistar el poder para la clase obrera, y por la ausencia de una real unidad socialista-comunista y porque ninguno de los dos partidos obreros fue por si solo capaz de dale (sic) conducción única a la izquierda y resolver correctamente el problema de unir a todo el pueblo en torno a las tareas deducidas de una concepción proletaria de las tareas de la Unidad popular". Este déficit, a juicio de los socialistas, se podía corregir en la lucha contra la dictadura "fascista", afianzando la unidad interna del partido (la cual había quedado resquebrajada después del golpe), privilegiando la constitución de una orgánica leninista y avanzando hacia la formación de un "frente antifascista".[6]

Para el PCCh, que también patrocinaba con fuerza la estrategia del "frente antifascista", el gran mérito de la burguesía y el imperialismo había sido "aislar a la clase obrera y a otros sectores revolucionarios, de las clases medias y la pequeña burguesía. Expuesto a este aislamiento social y político el gobierno de la Unidad popular había sucumbido frente a la traición y la felonía de los mandos militares.[7] Vale la pena destacar, además, que los comunistas chilenos consideraban que una cuota relevante del fracaso de la experiencia de la Unidad Popular le correspondía al MIR y al conjunto de actores a los cual rotulaban de ultraizquierdistas. En un documento elaborado por el partido, en noviembre de 1975, se señalaba al respecto: "Las concepciones dogmáticas que propugnaba el MIR definían como adversarios del proceso revolucionario a todos los que no eran proletarios o semiproletarios. Para hacer tal afirmación negaban la necesidad de una etapa antiimperialista y antioligárquica del proceso y proclamaban artificialmente el carácter socialista inmediato de la revolución. Al perder de vista los enemigos principales se embarcaron en una política primitiva de enfrentamientos aislados con sectores de capas medias. El resultado fue el aislamiento de las fuerzas revolucionarias y la creación de una base de masas para los enemigos del Gobierno Popular, que facilitó sus preparativos golpistas".[8]

El análisis inmediato, sin duda, no logró dar cuenta del conjunto de fenómenos que incidieron en la caída del gobierno de Salvador Allende y en la derrota y repliegue del campo popular, pero si puso en evidencia que las organizaciones de izquierda no tenían ni las capacidades operativas, ni la experiencia política, como para enfrentar una prolongada vida en la clandestinidad. De hecho, en la etapa de consolidación de la dictadura, que se inauguró en marzo de 1974 (creación de la DINA) y que culminó en abril de 1978 (promulgación de la Ley de Amnistía), el régimen desplegó una estrategia de cerco y aniquilamiento sobre las organizaciones de izquierda, que conllevó la desarticulación de las direcciones políticas del MIR (octubre de 1974), del PSCh (junio de 1975) y del PCCh (mayo a diciembre de 1976). Hacia 1977 la militancia de izquierda en la clandestinidad se encontraba reducida a su mínima expresión y abocada, fundamentalmente, a preservar con vida a los cuadros sobrevivientes. En el exterior, por el contrario, el debate político se intensificaba y provocaba la fragmentación exponencial del PSCH, el giro hacia la política de rebelión popular de masas del PCCh y a la adopción de la operación retorno por parte del MIR. El proyecto y la estrategia política de la Unidad Popular se dieron por cancelados, para algunos (socialismo renovado), a objeto de privilegiar la formación de una alianza policlasista, de orientación reformista, mientras que para otros (izquierda rupturista), a efectos de privilegiar el derrocamiento de la dictadura y el restablecer la democracia perdida. La "vía chilena al socialismo" quedaba clausurada sin un decreto oficial de defunción.

[1] Loveman, Brian y Lira, Elizabeth, Las ardientes cenizas del olvido: Vía chilena de reconciliación política, 1932-1994, LOM Ediciones-DIBAM, Santiago de Chile, 2000, pp. 393-424.

[2] Rettig, Raúl (Coordinador), Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Imprenta de La Nación, Santiago de Chile, 1991.

[3] En América Latina las personas asesinadas por el Estado en los conflictos políticos que afectaron a la región entre las décadas de 1960 y 1980, se cuentan por cientos de miles. El informe de la Comisión de la Verdad para Colombia coloca la referencia en más de 8.000.000 de personas (en un período que arranca en 1958 y que se extiende hasta la actualidad), de los cuales 2.500.000 son niños. Por su parte el informe de la Comisión para Esclarecimiento Histórico de Guatemala cifró esas víctimas en 200.000; en Argentina la cifra del Informe Sábato fue 8.961, aunque las organizaciones de derechos humanos de ese país la elevaban a 25.000. En Chile los antecedentes reportados por el Informe Rettig indicaron 2.130 casos de violaciones a los derechos humanos.

[4] El septiembre de 1973 el soldado conscripto Michel Nash Saez, militante de las Juventudes Comunistas, se negó a acatar las órdenes que lo obligaban a participar en el golpe de Estado. Fue detenido, trasladado al campamento de prisioneros políticos de Pisagua y ejecutado el 29 de septiembre. Por su parte el carabinero, Guillermo Schmidt Godoy, de la Comisaría de Antofagasta, resistió en su unidad el golpe de Estado del 11 de septiembre, disparó y dio muerte a dos oficiales superiores, fue capturado por la dotación de la Comisaría, y fusilado al día siguiente. No se conocen, hasta la fecha, otros casos de resistencia activa al golpe al interior de las unidades militares.

[5] Comisión Política, MIR, La táctica del MIR en el actual período, diciembre de 1973.

[6] PSCh, Al calor de la lucha contra el fascismo, construir la fuerza dirigente del pueblo para asegurar la victoria, Documento del Comité Central del Partido Socialista de Chile, marzo de 1974.

[7] PCCh, "Unir millones para poner término a la pesadilla (Declaración formulada en Santiago el 20 de diciembre de 1973)". En: "Desde Chile hablan los comunistas!", Ediciones Colo-Colo, 1976, p. 44.

[8] PCCh, El ultraizquierdismo, caballo de Troya del imperialismo, noviembre de 1975.

Estas leyendo

UP 50 | Los trabajadores y la izquierda frente a la derrota de 1973 (1973-1980)