Ignacio Calleja / resumen.cl
A pesar de visitar reiteradamente uno de los temas más comunes de la poesía, E. E. Cummings cuenta con la virtud de no ser trillado, ni cursi, ni empalagoso. Su trabajo tiende a crecer al releerlo, en donde la familiaridad de sus versos ejerce una fuerza que provoca sorpresa y novedad. Lo que enamora de Cummings es su esfuerzo incansable por dar con la expresión más íntima, transfiriendo aquello que parece exclusivamente propio. Leerlo es vivenciar el nivel químico del amor, ese que en los vínculos dura solo algunos meses, pero que en su obra se derrama y escurre invariablemente.
E.E Cummings, poeta y pintor estadounidense que brilló durante la primera mitad del siglo XX, suele ser un nombre poco recurrente dentro de las preferencias de los diversos lectores de poesía. En mi caso, lo conocí gracias a la participación en un taller, y desde allí, leerlo y volver a él ha resultado una suerte de vicio, de enamoramiento sin desilusiones.
Sus desordenes gramaticales generan una oralidad y ritmo que permiten una rápida asimilación de sus poemas, los que uno puede memorizar sin necesidad de leerlos millones de veces.
Cuando pienso que le tocó vivir una de las épocas más violentas en medio de un país brutal, ingenioso y tremendo, me sorprende que su imaginario gire mayoritariamente en torno al amor, y al amor en su esfera más íntima, un sentimiento que no expresa a través del sentimentalismo, sino, que por medio de una enérgica y erótica intensidad.
Algunas de las etiquetas que han tratado de colgarle hablan de una poesía trascendental, la que se comprenden como la expresión más personal y original del poeta: aquella que refleja con nítida claridad sus más hondas preocupaciones y esperanzas, que nos comunica de una forma más directa que existe un estado beatífico que surge del amor recíproco, del contacto con la naturaleza y del descubrimiento de la divinidad en uno mismo.
Cualidades o atributos que me hacen sentido al pensar en Cummings, quien, gracias a mantener una fidelidad inquebrantable con su estilo, logró cultivar progresivamente un sello original y muy propio, generando un mundo inconfundible.
Hoy, cada vez que veo un paréntesis, pienso en él (incluso si se encuentra en una ecuación), siento que ningún poeta ha sido capaz de disponerlos entre sus versos para lograr la simultaneidad y el cambio que Cummings produce con ellos. A momentos, sus paréntesis parecen umbrales por los que se ingresa a un lugar más privado y profundo del poema, o a veces da la impresión de que estuviese intercalando otro poema dentro del poema. No sé, pero en su trabajo los paréntesis tienen un valor expresivo que resuenan como palabras, y que a lo largo de su obra se han desarrollado como parte de su técnica dando lugar a resultados diversos e innovadores.
En general se habla de los malabarismos tipográficos que abundan en su obra, de cómo destaca la faceta visual del lenguaje, recurriendo a la ortografía, la puntuación, la tipografía y la composición para crear un discurso que resalta por su marcado acento visual.
Su modo de emplear la puntuación es capaz de transmitir implicaciones semánticas de naturaleza diversa en determinados contextos. De este modo, hace de la puntuación un recurso poético más, ejerciendo con ella una fuerte influencia en la prosodia de sus versos, además de dotar al texto de una complejidad que aumenta y agudiza nuestra percepción sobre lo leído.
De algún modo, la poesía de E. E. Cummings sobresale por la combinación de temas tradicionales con recursos innovadores, fue capaz de hacer con los materiales de siempre poemas sensuales, que, bajo la estrategia de la seducción, conquistan y enamoran progresivamente.
Es innegable que en su poesía existen determinadas estructuras lingüísticas que sobresalen frente a otras, rasgos que aparecen ligados a su inconfundible estilo. Tal vez sea eso lo que cautiva. La perseverancia de un semblante movilizado por el deseo y la pasión alojadas hacia un insondable adentro.
Aunque resistido por la crítica de su tiempo, no dio concesiones, en cada libro se convirtió y volcó más profundamente hacia sí mismo que en el anterior. En algunos lugares he leído que los describen como alguien oscuro.
A mí me parece transparente, aunque a veces no lo entienda, siempre logro quererlo, siempre algo me comunica. La extravagancia que se le puede atribuir en un inicio a su estilo decanta y se reconoce como un rasgo natural y nada forzado, y sus versos, los cuales, en ocasiones, a pesar de no lograr entender o dilucidar con claridad, son capaces de hacer sentir una íntima comunión con lo que se lee.
Lo que enamora de Cummings es su esfuerzo incansable por dar con la expresión más íntima, transfiriendo aquello que parece exclusivamente propio. Leerlo es vivenciar el nivel químico del amor, ese que dura sólo algunos meses, pero que se derrama y escurre por toda su obra.
Puede descargar algunas obras de E.E. Cummings aquí y aquí.
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