Es costumbre antigua publicar los libros por entregas, en periódicos. Desde Balzac a Mariátegui se ha seguido esa rutina. Ahora, por invitación de mis amigos de Resumen, me sumo a la lista. Este es el 8° de 12 artículos sobre Violeta Parra que espero se pueda convertir luego en libro para celebrar el centenario de nuestra autora.
Por Daniel Mathews / resumen.cl
Año 1965. Violeta Parra volvía de Europa. Había logrado un triunfo internacional, que antes no había tenido en Chile. Pero era en su país que quería quedarse y comenzó a forjar sus propios proyectos. El más ambicioso era una Universidad Nacional del Folclor. Lo primero que tenía que hacer era encontrar un espacio. Y toco varias puertas para eso, pero en la mayor parte estaban cerradas.
Hasta que encontró el apoyo de Fernando Castillo Velasco, alcalde de la naciente comuna de La Reina. Con Castillo ella logra instalar un centro cultural de arte popular dentro de una carpa de circo como en las que ella solía cantar de adolescente. En realidad fue un canje ya que Violeta había cantado para la municipalidad y le debían plata. La vieja tradición del trueque funcionó una vez más.
Calle La Cañada 7200, lugar también conocido como Parque La Quintrala. Esta fue la última dirección de la folclorista. Ese lugar ahora no existe. Era un paraje medio salvaje, con árboles muy lindos y mucha vegetación. Cuando uno salía de la carpa lo primero que te impactaba no era la calle sino la cordillera. Ahora hay un centro comercial ahí. Violeta veía los pájaros, las lagartijas, tan cerca de la ciudad, con la conciencia de que alguna vez ya no existirían más. Ese tiempo ha llegado.
Esa carpa, de la que Violeta es parte inseparable, es un símbolo de la migración de nuestros pueblos a las ciudades. En Chile hay la figura de la "cantora" que es la mujer que le canta a su tierra. Si pensamos en un traslado de la misma figura a la ciudad nos encontramos con la carpa. Pero no sólo era la urbanización de la cantora. Era trasladar a un espacio circense a la gran cultura chilena. Se encontraba ahí a Alejando Jodorowsky, a Pablo De Rokha.
El proyecto cultural también tenía esas dos partes. Por un lado el aspecto académico. En el día se debía investigar, estudiar el folclor, preparar a las nuevas generaciones. Por la noche gozar de esa música, tocar, cantar. Así la Universidad y el circo formaban una curiosa unidad. Como profesores de cerámica, escultura, pintura y esmalte en metal estaban Teresa Vicuña, Margot Guerra y la propia Violeta Parra. En guitarra, danzas, cueca figuraban Margot Loyola, Raquel Barros, Gabriela Pizarro. Para niños los cursos los dictaban Silvia Urbina, Rolando Alarcón e Hilda Parra.
Hay grupos musicales que se formaron ahí. En una entrevista en El siglo, Arturo San Martín, del grupo Chagual, recordaba: "Violeta nos hacía repetir hasta treinta veces una estrofa; nos llegaban a sangrar las manos. Uno sentía que no perdonaba los errores, pero en el fondo lo hacía por ayudarnos. Una vez pasada esta etapa de aprendizaje espartano, cambió totalmente. Ahora tienen que volar solitos, nos decía. Usen los ritmos como les salgan, prueben instrumentos diversos, siéntense en el piano, destruyan la métrica, libérense. La canción es un pájaro sin plan de vuelo, que odia las matemáticas y ama los remolinos"
La inauguración fue apoteósica. La carpa llena, cantantes de primera como Margot Loyola. Otros que recién comenzaban pero que ahora son parte de la historia musical de Chile como Quelentaro. En verano fue muy concurrida. Pero llego el invierno y la carpa comenzó a ser un lugar frío. Violeta Parra puso un fogón al centro de la carpa y servía navegado a todos los asistentes pero no lograba su cometido. El público se retiraba, los talleres comenzana a fracasar, la carpa se caía a pedazos azotada por el viento y la lluvia, Gilbert Favre se fue pal norte. Y el suicidio esperaba a nuestra poeta. Antes le dio gracias a la vida. El 5 de febrero de 1967 en el medio de la carpa, en vez del acostumbrado show, había un ataúd.
La periodista Gabriela García hizo el 2011 una búsqueda del lugar donde se había puesto la carpa. Encontró un conjunto habitacional donde no había ni una placa ni nada que recordara a la cantautora. Es el pago que Latinoamérica les da siempre a sus creadores. Sería simpático que ahora que tanto se celebra el centenario se hiciera un circuito Violeta Parra para que quede memoria de los espacios donde ella realizó su labor tanto en Santiago como en Concepción.