Viviendas y barrios inundados: Otra consecuencia de la desregulación del suelo y del caos inmobiliario

[resumen.cl] La sabia y centenaria tradición campesina chilena tiene entre sus hábitos el no construir emplazamientos en las vegas y humedales. Los regímenes fluviales de los ríos del centro y sur de Chile siempre han representado espacios riesgosos para la construcción de viviendas. A periodos de sequía, habitualmente, le suceden años lluviosos que hacen que los cauces de los ríos vuelvan a recuperar el terreno que en algún momento habían perdido.

No obstante, la voraz ambición inmobiliaria o a veces, sencillamente, la desesperación de pobladores de contar con un techo como sea, hace que se construyan viviendas, barrios o precarios hogares en zonas que naturalmente son llanuras de inundación. Así se pueden ver barrios bajo el agua, pues se construyeron sobre canales de regadío, sobre lechos de ríos o sobre humedales.
El poco control del Estado y sus instituciones sobre este tipo de construcciones y emplazamientos es grosero en las ciudades. Peor es a nivel rural. Quien levanta construcciones parece estar jugando siempre al vacío legal, al surco normativo que le permita eludir la responsabilidad legal, ética o política de construir o permitir dichas construcciones. Porque se trata de una infraestructura que atañe directamente a la dignidad humana.

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Ha contribuido también a que la tragedia se agrave, la inmensa cantidad de basura y escombros producida en las grandes ciudades. ¿Qué mayor muestra de que nuestro país no tiene mayor plan de cuidado del medioambiente que terminar tirando la basura a los ríos, humedales y finalmente al mar?. En estos casos siempre se busca responsabilizar al cochino del barrio, al que se esconde en el anonimato para arrojar escombros y basuras. No obstante, cabe preguntarse: ¿Hay alguna alternativa para deshacerse del colchón, del mueble con termitas, del electrodoméstico en mal estado?. ¿Dónde llegan los escombros y los cachureos que recogen las municipalidades en sus campañas? Probablemente a los vertederos y también al mar.

Es que la lluvia que debió ser una bendición para el pueblo chileno, azotado por una brutal sequía de años, se transformó, nuevamente, en una gran tragedia. No importó cuanto se supo anticipadamente del gran temporal que se venía, ni de la cantidad casi exacta de milímetros que precipitaría, ni de las alarmas del Senapred. Como casi todo en Chile, se trató de una nueva tragedia anunciada. Y cuando hay anuncios, pronósticos, en fin, datos científicos para evitar tragedias, no se comprende que se produzcan de todas maneras.

Se tiene certeza que para las próximas décadas del siglo XXI, los regímenes de lluvias disminuirán progresivamente en la zona centro sur de Chile, en la medida que avanza el cambio climático derivado del calentamiento global antropogénico que hace que Chile se desertifique cada vez más. Pero además de esto, es altamente probable que las temporadas invernales contengan algunos eventos de precipitaciones muy intensas en un periodo de tiempo muy corto, donde además se generen condiciones propicias para aluviones en zonas precordilleranas o laderas de cerros. Estos eventos podrían volverse más catastróficos conforme sucedan inundaciones de golpe en un marco general de megasequía. Para este invierno austral de 2023, los reportes oficiales ya anunciaron a principios de junio el inicio de un nuevo evento El Niño Oscilación del Sur, el cual afecta a todo el planeta y se caracteriza por potenciar condiciones de mayores regímenes de lluvias en nuestra costa occidental de América del Sur.

Cabe recordar que casi todas las ciudades y localidades en Chile, así como los asentamientos de pueblos originarios previos, se han instalado en valles fluviales o precisamente junto al cauce de los ríos. Por lo mismo sus crecidas y periodos de inundaciones a escalas interdecadales debieran ser integradas en los mapas de riesgo de cada localidad, y conocidas previamente en todos los espacios sociales posibles. Esto con el fin de aplicar medidas de prevención o mitigación efectivas, y en caso de un evento meteorológico extremo en temporada invernal, una evacuación planificada y ordenada. Ya que no se trata solo de la afectación por la inundación directamente en un hogar y la pérdida de enseres, sino del corte de agua potable y suministro energético, además del aumento del riesgo sanitario por el colapso de las redes de alcantarillado y los residuos que arrastra la corriente. Junto a eso, se suma la pérdida de conectividad vial y el colapso vehicular, ambos factores que sumados a las condiciones (poca visibilidad, pavimento resbaladizo) aumentan dramáticamente la posibilidad de accidentes de tránsito graves como volcamientos, choques o atropellos.

En este contexto, estamos ante un Estado atado de pies y manos, atrapado en el régimen subsidiario, se vuelve en un negligente espectador del dolor ciudadano. ¿No hay instituciones capaces de prevenir, gestionar, evitar?. ¿Por qué esperar a que ocurra el desastre? ¿No es también, además de terrible, más caro?.

Así todo se vuelve espectáculo. Se trata de un juego comunicacional para mostrar quien manifiesta mayor preocupación y liderazgo frente a la tragedia. Pero todo ello es vacuo y es en fin, ir tras los hechos, a posteriori.

¿Qué sentido tiene hacer política así?. Es solo un show, una parafernalia, un triste circo con la tragedia humana, una competencia absurda de quien lleva agua para su molino.
No se necesita de más fundaciones y corporaciones que vengan a resolver lo que las instituciones del estado deben hacer. Se trata de la creación de una infraestructura organizacional permanente que venga a resolver el abandono en que se tiene a la población chilena, sobretodo cuando esta es duramente golpeada por tragedias como la vivida estos últimos días.

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