RESUMIENDO
Hacía años que no se veía una movilización social como la que han protagonizado los estudiantes en los últimos meses. La contundencia de la movilización ha hecho inútiles los esfuerzos desplegados desde el gobierno, el empresariado y la clase política por derrotar la movilización. La brutal represión policial, la criminalización de las manifestaciones, la descalificación de las reivindicaciones estudiantiles, los ninguneos hacia los dirigentes, han resultado estériles para contener a los movilizados y destruir las razones que los movilizan. También han resultado estériles los esfuerzos de la prensa y medios de comunicación empresarial apoyando la postura gubernamental contra los estudiantes. Postura gubernamental que por lo demás se ha basado en defender los intereses empresariales y en tratar de derrotar al movimiento estudiantil apostando a debilitarlo, dividirlo y desmovilizarlo; ese es el sentido que ha tenido para el gobierno las sucesivas soluciones definitivas con que ha pretendido frenar el conflicto; ese es el único sentido que tiene para el gobierno, el bullado plan de "Salvemos el año escolar". El gobierno no pretende resolver el conflicto, buscar soluciones, encontrar caminos de transformación, sólo busca derrotar políticamente a los estudiantes movilizados.
Sin embargo, los estudiantes han sabido mantenerse firmes y unidos en sus posiciones. Desde el gobierno se les ha tildado injustamente de intolerantes y peyorativamente de "politizados", como una forma de responder a la coherencia y consecuencia que han mostrado en sus posiciones, tanto secundarios como universitarios. Ejemplo de ello ha sido las extensas huelgas de hambre que decenas de estudiantes secundarios han sostenido durante estos meses en diversos lugares del país; en el mismo sentido es destacable la posición que han adoptado de poner en riesgo el año escolar, asumiendo el costo de perderlo, con el claro propósito de luchar por un fin superior que objetivamente beneficiará a las familias chilenas, a las futuras generaciones, al país. Por su parte, los universitarios saben, con mayor razón aún, que las transformaciones que reclaman en el modelo educacional, irán en directo beneficio de los futuros estudiantes universitarios, de la educación en su conjunto y del país. Es decir, eso es hacer política; velar por los intereses del país, del bien común, del estado y del servicio público, es el fin de la política. Ese objetivo es el que la clase política chilena, enquistada en las estructuras de poder, ha olvidado por completo y les provoca un indisimulado malestar que estos jóvenes estudiantes se aventuren en hacer lo que ellos no han sido capaces ni han tenido la voluntad siquiera de intentar hacer.
Con justa razón se ha destacado la amplitud social, la intensidad y la extensión de la movilización. Pero tan o más importante que esto son los contenidos de la lucha estudiantil que apunta a conseguir transformaciones profundas al sistema educacional chileno para intentar romper los factores que producen y reproducen la desigualdad social. Estas transformaciones solo serán posibles si se introducen modificaciones radicales al modelo político en pos de una democracia realmente participativa, y modificaciones de fondo al modelo económico, en pos de una economía menos abusiva, menos discriminadora, menos injusta. Las causas y causales de esta movilización son justas y correctas, pero al mismo tiempo son profundas y decisivas; por lo mismo es que es del todo comprensible que los estudiantes se mantengan firmes en su posiciones, persistan en sus afanes transformadores, y no se dejen avasallar por la maquinaria represiva y demagógica dominante. Del mismo modo, es deseable que más allá de las necesarias negociaciones, persistan en mantener una actitud vigilante y activa para impedir que las reivindicaciones del movimiento sean burladas o escamoteadas, como ya ocurrió con la revolución pingüina, y como suele ocurrir con los acuerdos y negociaciones a que llegan diversos sectores del pueblo cuando se movilizan por sus derechos.