Resumiendo
Más de lo mismo.
A la constante caída del gobierno en las encuestas sumó ahora una estrepitosa caída en la reciente elección municipal. Ambas situaciones, entre otras cosas, dan cuenta del hecho que los gobernantes siguen dando tumbos entre su vocación empresarial y la forma gerencial en que han pretendido regir los destinos del país. Método gerencial en que la corrupción parece ser la norma con que logran sus fines. La corruptela administrativa es asumida con una ligereza asombrosa por los gobernantes; es natural que así sea porque el modelo de negocios con que realizan su gestión lleva implícito el dolo, la trampa, el engaño que es propia de su mundillo mercantil, pero esencialmente ajena a la labor de servicio público y de gobierno. Pero, como quien dice, se pisan la cola.
El negociado en que pretenden transformar la explotación del litio es una muestra de esta lógica gobernante. Sin ir más lejos, el litio no necesitaba ni debía haber sido ofrecido en licitación al mundo privado empresarial, ni debe serlo. Pero, la codicia empresarial es ciega y dieron curso a un proceso de venta camuflado de licitación, y adjudicaron una licitación trucha a una empresa privada privilegiada. Licitación que debido a los vicios con que se efectuó debió ser declarada nula por el presidente Piñera, dando pie atrás en una cuestión que él mismo empujó con devoción empresarial desde el comienzo. El embrollo le costó el cargo al Subsecretario de Minería, Pablo Wagner, un sujeto que era el querubín del gran empresariado minero y el portavoz de la privatización de las riquezas mineras y naturales del país; la nación se libra así de un peligroso enemigo que llegó a señalar que la nacionalización del cobre realizada por Allende en 1971 había sido un error estratégico.
Este método de las licitaciones truchas también se hizo evidente en el Ministerio del Interior donde con el pretexto de equipar de sofisticados aparatos tecnológicos a la policía se realizaban compras con un exagerado sobreprecio que reportaban pingues ganancias a una pandilla de empresarios; todo ello, por supuesto, a costa de los fondos del Estado. El desliz de este negociado le costó el puesto al flamante y protegido funcionario del Ministro Hinzpeter, el impermeable ex fiscal Alejandro Peña, y a varios funcionarios menores de la Subsecretaría de Interior.
La salida de Peña solo vino a poner cierta justicia respecto de este funcionario que debió haber salido de funciones hace tiempo luego del escándalo en que se convirtió el bullado caso bombas que él propio ex Fiscal se encargó de montar. El rotundo fracaso legal en que terminó el caso bombas luego de la resolución final de la Corte Suprema, y que terminó de ratificar el absurdo montaje, no había provocado mella en el intocable Peña, pero se pisó la cola y lo botaron los negociados truchos de su cartera.
La corruptela que ha caracterizado la gestión gobernante se ha extendido a las policías que, al parecer entendieron antes que nadie cuál era la esencia de este gobierno, supieron ver que la mentada lucha contra la delincuencia solo era un slogan de campaña publicitaria y electoral. Por el contrario, lejos de combatir la delincuencia, ciertos policías vieron que se les abría una ventana para planear sus propios negociados. En menos de una semana, una decena de funcionarios de la PDI y media decena de funcionarios de carabineros fueron detenidos luego de ser sorprendidos realizando diversas actividades ilícitas ligadas a narcotraficantes y al narcotráfico. El desliz le ha costado el puesto a diversos funcionarios menores de la PDI.
Siguen siendo intocables los responsables mayores de los errores gobernantes, esto es el Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, y su Subsecretario, Rodrigo Ubilla. Ambos personeros de gobierno, y el gobierno en su conjunto, han montado el espectáculo, aparte de simular la presentación de querellas para que la justicia investigue los casos de sobreprecios. Pero, curiosamente, estas presentaciones contienen errores de novatos por lo que no han sido acogidas por los tribunales. Esta es una actitud deliberada de leguleyos botados a políticos con el claro fin de ocultar lo impresentable. Un signo más de las características de los gobernantes; no extraña entonces que continúen yéndose cuesta abajo en la rodada.