Resumiendo
Volteretas y cohechos
La práctica de utilizar la asignación de bonos compensatorios para intentar capturar la voluntad electoral de los ciudadanos fue utilizada en forma recurrente por los últimos gobiernos de la Concertación. A esa detestable práctica, este gobierno le ha agregado la utilización del monto del salario mínimo y su eventual aumento como otro ingrediente de las viejas artimañas de cohecho, tan común en la clase política chilena.
Los actuales ocupantes de La Moneda son aún más descarados puesto que en el pasado no vacilaban en criticar las asignaciones de bonos que disponían los respectivos gobiernos concertacionistas, denunciándolas como prácticas electoreras y populistas. Esos mismos políticos, puestos ahora en el gobierno no solo no trepidan en cambiar groseramente de actitud y utilizar los mismos instrumentos como moneda de propaganda electoral, sino que le agregan otros factores propios del cohecho, encubiertos por una desvergonzada manipulación mediática. Ante la disyuntiva electoral venidera, y como dueños de su propio negocio, los gerentes de Palacio no dudan en utilizar esas prácticas para aspirar a conseguir sus mezquinos fines electoreros. El método (¡cuando no!) consiste en intentar embaucar y engañar a la población para conseguir sus apetecidos votos.
Hace solo unos meses, el gobierno se resistió y negó cualquier posibilidad de un aumento del salario mínimo que alcanzara la barrera de los $ 200.000. Desde el Presidente, pasando por Ministros, funcionarios, lacayos y la consabida manipulación mediática, se desgañitaron defendiendo sus mezquinas posiciones que velan por los intereses del gran empresariado y negando un aumento salarial que estuviera un poco más acorde con las posibilidades reales. El fin del mundo y la estabilidad del universo dependía, según los políticos gobernantes y empresariado dominante, de que no se rebasara la barrera de los $ 200.000. Hoy, por obra y gracia de las elecciones que se avecinan para fines de año, los gerentes se pusieron dadivosos, generosos y comprensivos. Dándose una voltereta burda y grosera, esos mismos gobernantes y políticos de mala leche, pretenden demostrar que su única preocupación es el bienestar de los más desposeídos, y ahora sí que están no solo dispuestos sino que pregonando la necesidad de otorgar un aumento al monto del salario mínimo que rebasaría la cifra de la discordia.
Esta cuestión, desde hace ya más de 20 años, que se ha convertido en un maniobra artera de la clase dominante. La profunda desigualdad que genera y preserva el modelo tiene su expresión directa en la explotación laboral, los abusos y los atropellos de que son víctima los trabajadores y sectores más pobres del país. La existencia de lo que técnicamente se conoce como un mini salario mínimo (una forma elegante de decir salario mínimo miserable) es la evidencia más concreta de los niveles de desigualdad que caracterizan al modelo económico dominante y el reparto de la riqueza nacional. Resulta majadera la grandilocuencia con que los gobernantes hablan de las cifras de crecimiento del país, del supuesto desarrollo nacional, y las cifras de ingreso per cápita. Para la realidad de la población son pura ficción. Cuando se trata de discutir acerca de la distribución y las formas de reparto de esas cifras grandiosas, afloran las defensas corporativas y fácticas que buscan salvaguardar el actual estado de las cosas y los márgenes de explotación que el sistema le garantiza al gran empresariado dominante.
La discusión anual acerca del salario mínimo, a que podrían aspirar los trabajadores, y la cuestión de asignación de bonos compensatorios, no son más que artimañas para camuflar la desigualdad y la explotación, para distraer la atención de los ciudadanos evitando que se ocupen del problema de fondo y, sobre todo, evitar que el gran empresariado sufra de sofocos o zozobras a causa de eventuales reclamos, expectativas o reivindicaciones que pudieran levantar los sectores trabajadores.
Si bien es cierto los bonos son paliativos necesarios para los sectores más necesitados, y el aumento del salario mínimo es un imperativo de equidad (lo cierto es que está bien que la población los perciba y reciba), eso no puede hacer perder la perspectiva de que la discusión de fondo es acerca de la desigualdad, que el problema de fondo es terminar con los abusos del modelo y en definitiva terminar con un modelo económico que se basa en la explotación, la inequidad, el atropello y el abuso.