A cuatro décadas de los cordones industriales: cuando las decisiones productivas las tomábamos las y los trabajadores

Felipe Gajardo / Red de Estudios Nueva Economía

 

Este 5 de septiembre se cumplen 44 años de la carta que los cordones industriales enviaron al entonces presidente Salvador Allende. En ella, los trabajadores que participaban de la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, del Comando Provincial de Abastecimiento Directo y del Frente Único de Trabajadores en conflicto, exigían hacer frente a una serie de acontecimientos que llevarían a la liquidación del proceso que se estaba llevando a cabo: la vía chilena al socialismo.

Esta carta premonitoria, enviada 6 días antes del golpe de Estado, nos recuerda cuán organizados pudimos estar como trabajadores, pero también la importancia que le dimos a las temáticas productivas. Se concebía imprescindible hacerse parte de las decisiones productivas, puesto que era allí donde aún se exhibían contradicciones entre un sistema jerarquizado sin participación de los trabajadores en las tomas de decisiones y una sociedad que avanzaba hacia un sistema que apelaba a la igualdad y empoderamiento de los trabajadores.

Los cordones industriales fueron la máxima expresión de esas cualidades. Desde un punto de vista organizacional y productivo, se podrían definir como órganos colectivos democráticos de trabajadores, organizados por medio de asambleas de fábricas para la toma de decisiones tanto productivas y distributivas como de articulación política y social (Kries, 2011). Fueron una unificación transversal, a nivel territorial, de trabajadores que laburaban y/o vivían en un cinturón industrial (concentración industrial, barrios obreros y populares establecidos de manera lineal y concéntrica en el espacio urbano) (Gaudichaud, 2016).

Si bien la primera experiencia surgió en junio de 1972 en las comunas de Cerrillos y Maipú, como consecuencia de una serie de deficiencias de equipamiento social de la comuna, junto con la incapacidad de los organismos del gobierno para responder a las necesidades de las familias y trabajadores de las comunas, la totalidad de cordones nacieron como respuesta al paro ejercido por los camioneros en octubre de 1972. A mediados de 1973, se levantaron más de 31 cordones industriales compuestos por un número importante de empresas, a lo largo de Chile.

Los cordones industriales representaron los inicios de un poder dual, en donde los trabajadores comenzaron a decidir su futuro en términos políticos y productivos, sin esperar que el gobierno ni otro actor los condujese. A pesar de apoyar el gobierno de la Unidad Popular, los dirigentes de los cordones industriales consideraron que la posición que estaba adoptando el gobierno en 1973, particularmente las negociaciones con el partido de la Democracia Cristiana, jugaban en contra de las reivindicaciones e intereses de la clase trabajadora. Por tal motivo la carta escrita por ellos y dirigida directamente al presidente.

Los cordones industriales jugaron un rol importante en el enfrentamiento de los problemas económicos en el paro patronal de 1972. En ese mes de octubre las empresas en contra de la vía chilena al socialismo, en conjunto con los camioneros, gremios profesionales y el partido Nacional, iniciaron una serie de actividades de sabotaje productivo. Paralizaron el transporte dificultando la disponibilidad de insumos para los procesos productivos, acudieron a actos vandálicos destruyendo infraestructuras de vía de accesos como puentes, de modo de romper con la cadena productiva, desarrollaron acaparamiento de mercaderías de consumo diario, provocando desabastecimiento y mercados negros, lo que también elevó los precios, entre otros. Estos elementos generaron una desestabilización relevante de la economía.

Para enfrentar esta situación, los trabajadores tomaron decisiones productivas, distributivas y de comercialización, de modo de hacer llegar la mercadería a los barrios donde se requerían con urgencia. Al respecto, decidieron qué producir, cambiando muchas veces lo que usualmente produjeron cuando se encontraban con patrón, a mercadería que fuera accesible y útil para las familias que lo necesitaban. Fue el caso de Perlak, empresa de conserveras, quienes comenzaron a producir una sopa especial para los niños y nuevas raciones de pollo.

Así también, se hicieron cargo de la distribución y comercialización. Ejemplo de ello fueron los trabajadores de la empresa Soprole, quienes, al tercer día de la huelga patronal, se tomaron la empresa para mantener la distribución de leche. El cordón Vicuña-Mackenna organizaba todos los domingos una feria popular, en donde las empresas vendían directamente su producción. Las fábricas ex-Yarur, Fensa, Fabrilana y Comandari, también pusieron en funcionamiento un sistema de venta directa de su producción. El cordón industrial San Joaquín, por medio de la fábrica Sumar, requisaron camiones para organizar la distribución en la comuna de San Miguel. Por otro lado, los trabajadores de la empresa de gas Gasco, con ayuda del cordón Cerrillos, utilizaron camiones para realizar jornadas de trabajo voluntario (carga, descarga y reparto de los balones de gas) bajo la protección del Movimiento de Pobladores Organizado (Gaudichaud, 2016).

Las empresas controladas por sus trabajadores, por medio de sus decisiones productivas, distributivas y de comercialización, pudieron contener la desestabilización económica gatillada por el paro de los camioneros, conflicto que se mantuvo por un mes.

El período de la Unidad Popular y la experiencia de los cordones industriales entregan importantes aprendizajes para la construcción de un proyecto transformador. En primer lugar, la necesidad de hacerse parte de las decisiones productivas es primordial para apostar a la soberanía económica.

Cuando los grandes empresarios ven comprometidos sus intereses, estos no dudan en articular sus influencias para sofocar la economía. Esta es la vía más exitosa para hacer tambalear un proyecto transformador. Por tanto, resulta de primera necesidad crear o hacerse parte en las unidades productivas, democratizar sus tomas de decisiones, para así obtener independencia económica y orientar la producción a las necesidades de las mayorías.

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